Tenía yo ganas de disertar sobre el tema "mascaril" pero no encontraba el momento. Hoy he visto las que están haciendo mis amigas de A GATAS -que son las de la foto y no pueden ser más monas- y he pensado que era el momento.
Este post va a ser fiel reflejo de mi vida caótica. Es decir, voy a escribir sin ton ni son.
Y sobre mi vida caótica no os cuento nada porque si empiezo con la catarsis me quedo sola... O lo mismo, os engancháis al folletín, y los que se quedan solos son vuestros hijos, sin comer, sin vestir, sin salir a la calle, ahorrando en mascarillas...
Empiezo:
Lo primero que tengo que decir es que en casa no hemos tenido ni tenemos problema de abastecimiento. Ya os he contado que mi marido está malito -no penséis que lo digo a la ligera porque la situación es seria pero esto es parte de mi catarsis- y es población de altísimo riesgo. Por eso, en cuanto se detectó el primer caso de Covid en la China Mandarina, él ya estaba buscando mascarillas, comparando tipos, viendo precios, etc...
¿Qué quiero decir con esto? Pues que, por mucho que yo quiera, no voy a tener excusa para comprarme una mascarilla fashion y voy a parecer una científica del CDC (véase cualquier película americana sobre virus, epidemias y pandemias) los próximos diez o quince años.
Más allá de las evidentes ventajas frente al contagio del Covid (ya sé que ahora es femenino pero yo sigo pensando que el bicho este es, sin ningún tipo de duda, hombre), las mascarillas tienen otros aspectos positivos aunque no debemos desdeñar los negativos.
Para mí lo peor de las mascarillas nos lo llevamos los que tenemos gafas: esto del empañamiento es un rollo patatero. Aunque, debo decir, que yo lo he mejorado bastante aplicando el "Sistema Almeida" consistente en elevar el borde superior de la mascarilla casi hasta el borde inferior de los ojos.
Hay otro inconveniente -propio de hipocondriacos y, por tanto, puedo hablar desde la experiencia- que es la sensación de falta de aire. En determinado momento yo siento que no me llega el aire, que no puedo respirar y que, por tanto, ya estoy enferma y de la cola del Mercadona me tengo que ir directa a La Paz.
Luego llego al coche, me quito la mascarilla y ya respiro como los dos últimos años, un mes y 18 días -que es el tiempo que llevo sin fumar y no sabía como decíroslo-.
Una de las más que evidentes ventajas, y vuelvo a hablar desde la experiencia personal, es el ocultamiento de la papada.
Amigas, a mí esto me ha dado la vida. De los veinte kilos que me puesto encima en los últimos dos años, un mes y dieciocho días, cinco de ellos se han ido directamente a mi papada. Una papada que queda perfectamente disimulada por mis mascarillas de científica del CDC.
Y, por último, hay otro asunto que, en función del día que tengamos, puede ser ventaja o un gran inconveniente.
Voy con el último. El primer día que, en Madrid, nos dejaron salir a los madrileños y no madrileños, me fui a dar un paseíto con el señor que vive en mi casa y es el padre de mis hijos. No es necesario decir que parecíamos Dustin Hoffman y René Russo en Estallido. Solo nos faltaba el buzo amarillo y todo se andará...
Servidora, que es sociable por naturaleza, estaba deseando encontrar gente conocida para, manteniendo la obligatoria distancia de seguridad, darle a la sin hueso.
Pues creo que me crucé con una antigua vecina y una parroquiana -de mi parroquia, claro está- pero entre que ellas llevaban mascarilla y yo todavía no había descubierto el sistema Almeida y veía menos que nada, me entró el miedo al ridículo -ese que no suelo tener- y preferí pasar de largo a equivocarme y parecer más tonta de lo estrictamente necesario.
El otro día en la pescadería del Alcampo tuvo lugar otro suceso. Vi a lo lejos a Virginia que es madre de Jaime que es un compañero de baloncesto de mis hijos. Jaime y mis hijos empezaron a entrenar el mismo año: 2008. Es decir que nos conocemos hace doce años lo cual deja poco margen al error, ¿no os parece?
Me hizo mucha ilusión verla así que puse en mis ojos mi mejor sonrisa -en la boca, evidentemente, no tenía mucho sentido ponerla- y allá que me fui. Estaba a punto de darle un toquecito en la espalda cuando le escucho decir "póngame también tres cuartos de rape para paella..."
Bajé la mano con elegancia, hice un arriesgado giro de 180 grados con el carro y me fui camino de la pollería a por unas pechuguitas para hacer a la plancha a ver si consigo reducir un kilito mi papada. "Mi Virginia", que yo recuerde, no tiene ese vozarrón.
Por el camino pensaba, ¡que suerte tiene esa familia que va a comer paella!. Todo lo que ESQVEMCYEEPDMH y yo sabemos sobre la paella es que lleva arroz.
Voy terminando. Otra de las ventajas indiscutibles que tiene el uso de la mascarilla es justo el inverso al que os contaba antes: la ves venir, no hay duda, sabes que es la tonta esa que hace trampas en el pádel, ésa a la que nadie soporta y tú menos porque, encima, siempre te gana con prepotencia y con displicencia te dice "has mejorado mucho María..." Pero, ¿quién te crees que eres tú para decirme si he mejorado o no?, ¿te he pedido, acaso, tu opinión?...
Pues como llevas mascarilla, no te reconozco bonita y no te pienso saludar.
Y tras esta sarta de sandeces -con las que, dicho sea de paso, me ahorro una hora de psiquiatra (lo mio no lo arregla ningún psicólogo)- os deseo un muy feliz día.
Ya, si no nos encierran antes, nos vemos otro día.