La logia Rosario de Acuña celebra su tercera tenida blanca abierta
Logia Rosario de Acuña, situada en La Calzada.Pablo Batalla Cueto @pbatallacueto ASTURIAS 24
Cuando la mayoría de la gente se imagina una logia masónica, la imagen viene a ser algo así como una lujosa pero oscura catedral subterránea, donde se dan cita hombres poderosos ataviados con togas y sombreros extravagantes, prestos a diseñar, como en un Risk real, las líneas maestras del porvenir del mundo mientras cantan aquello de «Who controls the British crown? Who keeps the metric system down? We do! We do!». La realidad de la sede que en Gijón alberga a la logia Rosario de Acuña no podría ser, empero, más distante de aquélla. Hablamos de un pequeño bajo de La Calzada, con una tosca puerta de metal tras la cual se extienden dos modestas estancias de paredes revocadas con gotelé; unas encantadoras antípodas del lujo en las cuales se reúnen, dos veces al mes, los en torno a treinta masones de la hermandad para debatir tranquilamente sobre eutanasia, laicismo, la deuda o el misterio radical de la existencia humana. A nadie controlan y ningún hilo mueven estos hombres y mujeres cuyos ágapes son de tortilla, jamón serrano y Trina de limón en platos y vasos de plástico blanco. El lujo mayor es un cartel de metacrilato que lanza una consigna vieja y nueva a quien entra en el local: «¿Por ventura es la sociedad otra cosa que una gran compañía en que cada uno pone sus fuerzas y sus luces y las consagra al bien de los demás?». La logia celebró el jueves su ya tradicional tenida blanca abierta, que en el críptico argot masónico significa una especie de jornada de puertas abiertas, mediante la cual buscan darse a conocer a fin de deshelar los mitos en ocasiones rocambolescos que pesan, siguen pesando, sobre esta asociación de librepensadores. De estas tenidas, la logia Rosario de Acuña ya ha celebrado tres, siempre por estas fechas y siempre con el mismo orden del día: una introducción sobre qué es la masonería y, seguidamente, una ponencia de en torno a una hora sobre algún tema de interés relacionado con la masonería en general o la logia en particular. Ambas corren siempre a cargo del abogado Ricardo Fernández, miembro de la logia y experto autodidacta en la procelosa historia de los masones. En esta ocasión, su plancha —así se llama a las charlas en el argot— versó sobre la figura, injustamente olvidada, de la excepcional mujer que da nombre a la logia, única entre más de mil trescientas que lleva nombre femenino en el Gran Oriente de Francia, federación a que pertenece. Fernández abordó durante en torno a una hora la intensa biografía de Acuña, que nació en Madrid pero murió en Gijón, en una famosa casa en La Providencia que llegó a convertirse en meca de las manifestaciones del Primero de Mayo, después de siete decenios de republicanismo y lucha feminista sazonados de escándalos desatados por la desoladora incomprensión de aquella sociedad atrasada y cainita. Antes, otro de los hermanos había inaugurado la tenida encendiendo ceremoniosamente varias velas dispersas por la segunda sala, llamada templo aunque en ella no se celebre culto religioso alguno y llena de detalles de simbolismo a veces evidente y a veces no: un busto de la República y dos columnas corintias con las letras “B” y “J” inscritas en sus fustes; la bandera francesa y una profusión de triángulos: mesas triangulares, sillas triangulares, un triángulo luminoso. Todo remite al tres, el número de principios del trilema de aquel agridulce 1789. La ausencia de dogmas se revela clara cuando uno ve una gran bandera rojigualda compartiendo el espacio con enseñas tricolores dispuestas aquí y allá. No se trata de catequizar, sino de debatir y reflexionar con la ayuda de símbolos que sólo son extraños porque datan de hace dos siglos, tiempos clandestinos de lucha antiabsolutista, y se han conservado así por un saludable respeto a la tradición. Fernández quiso cerrar la plancha con un pasaje escrito por la propia Rosario de Acuña, de singular hermosura: “El estrecho criterio que informa a todos los mercenarios de la fe nos llevaría de nuevo al légamo hirviente de las edades prehistóricas. Es preciso que apartemos de nuestro camino, con misericordia, pero con firmeza, a esas almas que se yerguen al paso de la razón adulta del hombre, como bloques de granito en abrupta costa; que las rompientes las circunden, y aunque no sean derribadas de pronto, el manso vaivén de las aguas irá desmenuzándolas hasta convertirlas en suave arenal, donde rodarán luego las olas, vistiéndolas de espuma. Nuestra labor sea acaso de siglos, pero su desmenuzamiento es seguro. Los límites de nuestro esfuerzo se pierden en las profundidades del porvenir, así como sus durezas se hunden en las oscuridades del pasado. Nosotros vamos hacia el paraíso; ellos vienen del caos». Después se abrió un breve turno de preguntas, que el público aprovechó para preguntar, entre otras cuestiones, por qué Rosario de Acuña acabó en Gijón o si hubo alguna actividad masónica, por mínima que fuese, durante la larga noche del franquismo. Las respuestas a estas preguntas fueron, respectivamente, porque se lo ofreció el Ateneo Obrero y no, nada de nada: el franquismo arrasó la masonería más de lo que arrasó el comunismo, que ya es decir. Sólo desde hace unos veinte años, vuelve a haber masones en España. Si en Francia hay alrededor de 50.000, en toda España no pasan de los 3000. Acabado el encuentro, el mismo hermano que había encendido las velas al comienzo fue apagándolas con el mismo cuidado con un apagavelas metálico. Un delicado aroma a cera quemada impregnó entonces la estancia mientras salían los asistentes