Qué bonito sería.
En la cafetería de la calle Viladomat que suelo frecuentar cada mañana, están haciendo reformas. Hablé con Isabel, la propietaria del establecimiento, y me comentó que la semana anterior se habían pasado los inspectores de sanidad con resultados poco esperanzadores y que, por ello, necesitaban hacer -"un par de arreglillos y así ya aprovechamos para cambiar los muebles, que mira lo viejos que están"-. Yo siempre me siento en la terraza del bar ya que me gusta oír el ruido del motor de los coches por la mañana. Desde ahí visualizo la acera de enfrente en la que hay, una tienda de colchones Mobiprix y desde hace un par de años, una floristería regentada por Sebastià, cuya exposición del plantel ocupa casi toda la acera, haciendo del paseo de los vecinos una aventura.
Un día oí a Miquel, mi vecino del 2º-A, haciendo un comentario quejoso sobre el tema: - Hasta que no nos rompamos la crisma tras un tropiezo con una maceta, no dirán nada estos de ayuntamiento-.
Miquel está enfadado desde hace años porque no se siente partícipe de las decisiones que se toman en el espacio de la calle que pisa diariamente.
-Son los comerciantes y el gobierno quiénes toman las decisiones aquí y seguirán queriendo hacer negocio con nuestro dinero hasta que les explote en la cara, entonces ya verás, ya, ¿quién se reirá entonces?. Con lo que yo he trabajado...-
Eventualmente sucedió que Miquel se tropezó con una maceta con tan mala suerte que sufrió un esguince de tercer grado. Ahora no se le ve por el barrio pues no puede subir y bajar las calles empinadas que nos acompañan de un lado a otro. La floristería ha dejado de exponer su producto por denuncia del afectado y Sebastià busca alternativas de locales donde se le permita la exposición del producto en la calle.
Cómo ven, la calle Viladomat está llena de vitalidad. Esos encuentros entre ciudadano y ley que tanto caracterizan a la persona española, hacen que nos sintamos propietarios del espacio que pisamos diariamente; ese rifirrafe con las normas; ese "calla, calla, no digas nada, que no se vayan a enterar estos de ayuntamiento…"
La cafetería abrirá dentro de unos días y hoy me he cruzado con Isabel que me ha invitado a un café entre polvo y obreros. Me ha comentado que está contenta con el cambio de look de su comercio pero que le preocupa la alteración visual que ha causado el tropiezo de José en la calle Viladomat, pues le gustaba como la floristería engalanaba de colores la calle. Cree que perderá clientela.
Qué bonito sería que Isabel y Sebastià contactasen e intercambiasen bienes. Él podría exponer sus flores en la terraza de la cafetería de Isabel. De esta manera ella no perdería clientes y estaría feliz por tener las plantas cerquita. Así mismo Sebastià no debería buscar otro local donde moverse ya que sus plantas estarían expuestas en la misma calle Viladomat, a escasos ocho metros de su negocio. Bien, debería caminar más que antes, pero no hay mal que por bien no venga.
Ambas personas sabrían que saldrían beneficiadas y que beneficiarían, además, a los vecinos de la calle. Sin embargo, estarían haciendo algo mucho más bonito que igual pasarían de largo. Además de haber hecho un acto inteligente por aquello de buscarle la rendija a la ley, habrían creado una acción pedagógica y sostenible. Y esto se debe a los beneficios económicos, ecológicos y sociales que ello comportaría.
Qué bonito es.
Salvando las distancias, existen plataformas que tratan de hacer lo mismo que Sebastià e Isabel, a una escala mucho mayor: blablacar, coachsurfing, airbnb, amovens, wallapop, MinMyHouse, etc. Todas ellas son plataformas que abogan por una economía circular basada en intercambios entre personas que ofrecen un bien privado a cambio de otro, sin la intermediación del dinero. Salen como respuesta a demandas actuales. Y entre estas destaca la del acceso a la vivienda por la que brotan pequeños colectivos de Masovería Urbana como “Masovería Urbana per la Llar Alternativa” (Aparecería Urbana por la Vivienda Alternativa) también conocidos como “M.U.L.A”.
Estas organizaciones pretenden ofrecer alternativas sostenibles y lo hacen de la misma manera que Isabel y Sebastià: mediante un sistema de intercambios. Antiguamente, la masoveria (aparcería en castellano) era aquel contrato mediante el cual el propietario de una finca (cedente aparcero) encargaba a una persona (masover o cesionario aparcero) la explotación agrícola de dichas fincas, así como el cuidado de la casa. A cambio, esta tendría el derecho a vivir en ese lugar y alimentarse de dichas tierras. De tal manera que, al igual que mis vecinos, ambos saldrían beneficiados. Ello sustituiría los sustantivos de arrendador y arrendatario por el de cedente y cesionario respectivamente, con el cambio de significado que ello conlleva.
El contrato de aparecería eventualmente ha evolucionado a partir de las ofertas y demandas actuales, apuntando a un cambio de paradigma de la vivienda como bien de uso y no como bien privado de propiedad. En esta renovación, el cedente ofrece su vivienda vacía (una de las 3,4 millones de que hay actualmente en España) a una persona o colectivo que, por razones económicas o sociales, no tiene acceso a ella. A cambio, estos se comprometen a mantenerla o reformarla, sin la necesidad de pagar un alquiler. Todos salen ganando, y no solamente en términos económicos, sino que también favorecen el medioambiente ya que se ralentiza la construcción indiscriminada de obra nueva y se oprime su aparentemente buscada obsolescencia programada.
Una pregunta frecuente sobre este colectivo es ¿Cómo se financian para las reformas que se efectúan en las viviendas? Y aquí viene el impacto social que tiene M.U.L.A. Las personas que forman parte de ella organizan eventos vecinales abiertos a todas las personas interesadas ya sean de carácter informativo, lúdico, formativo, cultural… con tal de fomentar una mayor participación de estas en las decisiones que se puedan llegar a tomar en el barrio. En ellas se recaudan pequeñas cantidades que se convierten en sumandos a la hora de pagar los ladrillos y el pladur. De todas maneras el dinero es visto como un recurso a evitar, pues prefieren que estas aportaciones se hagan en forma de materiales o tiempo.
Qué bonitos somos.
Los Mulaticxs, que es así como se hacen llamar las personas que forman parte de este colectivo, trabajan, estudian y además participan en este proceso. Ellos se sienten libres pues invierten el esquema vital y social que muchas personas contemporáneas tenemos: vivir para trabajar o, los más utópicos, trabajar para vivir. Ellos, viven para vivir y trabajan para trabajar. Se acorta significativamente la cadena burocrática para conseguir algo. De la afirmación “yo trabajo para ganar dinero para tener un buen nivel de vida”, se suprime “para ganar dinero”, se le da otro significado a “nivel de vida”, y como consecuencia última, el trabajo pasa de ser producto a ser resultado, dejando la anterior afirmación de la siguiente manera: “yo tengo un buen nivel de vida porque trabajo sobre él”.
Algunas personas pueden pensar que lo que hacen en Masovería es esclavitud moderna, pero ¿no es más dependiente una persona si está sujeta a un sistema social mastodóntico e inquebrantable que el que depende solamente otra persona?
Si desaparece el mediador Don Dinero para dar la bienvenida a esa bella habilidad del ser humano llamada confianza, dejaremos de crecer económicamente para hacerlo ecológica y socialmente y así convertirnos en una sociedad sostenible.
Por: Javier Morera
Arquitecto, autor de Vive Jugando