Revista Opinión
Existen fenómenos que provocan infinitud de efectos tras de sí. No se conforman con suceder; una vez activado el mecanismo, piezas de dominó aparentemente no relacionadas se activan unas a otras, generando un movimiento de resolución impredecible. A su vez, cada efecto provoca otros muchos, formando una red de interconexiones sinápticas cuya expansión trae consigo más perplejidad que certezas. No me estoy refiriendo a fenómenos naturales, aunque a efectos cuánticos bien puede cumplir con exactitud todos los principios de incertidumbre. Me refiero a un fenómeno social, mediático, viral, provocado por el efecto mariposa que expanden sin rumbo ni ruta los medios de comunicación sobre la plaza ciudadana. Cuando la onda de expansión de la noticia va disipándose, los medios buscan otro experimento con el que reactivar una vez más la máquina de hacer dinero. Hay noticias con un potencial fértil, capaces incluso de autorreproducirse en otras varias, algunas de ellas de naturaleza y contenidos dispares, contradictorios. Aunque inicialmente no tengan nada que ver, si el espectador pica el anzuelo, la trama prosigue. Poco importa la coherencia interna del guión; las únicas variables realmente relevantes son la magnitud y el tiempo, la capacidad de expansión o eco de la noticia y su duración en pantalla. La verdad es casi siempre un efecto colateral, no deseado a priori. Si fenómeno y causalidad convergen, pues bienvenidos sean; siempre y cuando esta sinergia se alíe con la eficacia mediática de la noticia.
Una vez lanzada la noticia, sea ésta un hecho constatable, una hipótesis verosímil o un rumor jugoso, un conjunto de leyes inestables se activan, haciendo impredecible la magnitud y el tiempo de la misma. La primera de ellas es la impregnación, entendida ésta como la capacidad de una noticia de poseer relevancia o interés para el espectador. Si la impregnación es óptima, la noticia habrá calado suficientemente en el imaginario colectivo como para traer consigo su efecto consecuente: la reproducción. Si una noticia posee suficiente potencial de impregnación, su reproducción en las múltiples redes sociales está asegurada. Es lo que se conoce como eco mediático. Si este eco posee un reducido tiempo de amplificación, inversamente proporcional a su onda de expansión, a este fenómeno se le conoce como virulencia o eco viral. Todo el mundo en un escaso tiempo tendrá acceso a la noticia, sirviendo cada ciudadano de fuente de difusión y publicidad. Este efecto viral es especialmente eficaz si el vehículo de difusión es un medio digital. Las nuevas tecnologías permiten que en poco tiempo miles de ciudadanos sirvan de altavoz de una noticia, expandiéndose ésta exponencialmente hasta un tope o umbral variable en función del potencial impregnativo que poseyera en un principio, la eficacia de las subtramas que genere posteriormente y el mayor o menor éxito popular de la expansión. Una noticia puede poseer una considerable impregnación inicial, pero después, al intentar publicarla en las redes sociales, no calar con fuerza y disiparse con rapidez. Sólo la calidad de la nieve y la duración de la nevada aseguran que cuaje en tierra. A este respecto, es importante que algunos contenidos o protagonistas de la noticia fueran conocidos o tuvieran ya antes de ser publicada algún interés para el espectador.
Por ejemplo, la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura al escritor peruano Mario Vargas Llosa posee una virulencia óptima, provocada no tanto por el interés como por los conocimientos previos del ciudadano y el prestigio presupuesto al citado premio. De hecho, este tipo de noticias repuntan con ímpetu, pero les cuesta mantenerse en el foro mediático; su reproducción es rápida, pero su impregnación resulta poco duradera. El ciudadano pronto olvida que Vargas Llosa fue Nobel de Literatura; por supuesto, lo asimila en su memoria, pero deja en pocos días de tener interés y ya no será contenido en sus debates o foros cotidianos. Así, como se apuntó anteriormente, no es fácil saber si una noticia tendrá a priori un éxito mediático duradero. Por esta razón, no es de extrañar que el periodismo moderno se base, aún más que el practicado en siglos pasados, en un principio de inmediatez riguroso. El periodista no tiene esperanza en que la noticia impregne con facilidad en las redes sociales. De ahí que la mayoría de los titulares diarios sean un suave chirimiri que cala más por condensación que por interés.
Las redes sociales, sin embargo, se han convertido en un eficaz aliado del periodista, la prolongación ecoica que permite que una noticia se mantenga fresca. En el fondo, los ciudadanos nos hemos convertidos en agencias publicitarias sin derecho a cobro. Al igual que caminamos enfundados en nuestras nuevas zapatillas o nuestra sudadera, anunciando su logotipo impreso por la calle, así también difundimos por la red un vídeo, un evento, el último disco de tal o cual cantante, pero en ningún caso recibimos rédito de nuestra contribución. ¿Te gusta? Compártelo.
La publicidad y el periodismo clásicos se sostenían sobre la contingencia de una difusión física y directa de la información. Hoy, las nuevas tecnologías permiten que la noticia carezca de locus fijo desde el que mostrarse. La noticia se reproduce con rapidez, impregnando no solo los espacios públicos, también la privacidad del hogar a través de las redes digitales. En este viaje, una misma noticia puede habitar diferentes contextos, cambiando en ocasiones de significado y dirección. Por esta misma razón, el destino de las noticias y su calado en el imaginario social está teñido de una fuerte incertidumbre y de un desorden semántico que no solo acaba desviándose de la intencionalidad por la que fueron creadas, sino que también borra, diluye o transmuta sus valores (o contravalores) originarios. La profusión caótica de mensajes sin contexto ni moral estables hace necesario que el espectador esté suficientemente armado de un aparato analítico, crítico y emocional blindado contra este desconcierto. Hoy más que nunca es imperativo categórico fomentar desde la casa hasta el colegio una educación de la mirada que proteja y dote de armamento al ciudadano ante esta profusa invasión de información. Masticar antes de tragar, he ahí la cuestión.
Ramón Besonías Román