Revista Coaching

Mata a tu colombre

Por Candreu
Mata a tu colombre
El mismo lunes 9 de Enero empecé mi tournee de sesiones de este 2012. A la salida de la sesión de la tarde, impartida a un nutrido grupo de jóvenes que cursan un Master en Dirección de Personas se me acercaron un par de ellos para reflexionar en voz alta sobre su carrera profesional y su futuro.
Cuentan que un muchacho italiano, pidió como regalo por su cumpleaños a su padre, patrón de un precioso velero, que lo llevara consigo a bordo. “Cuando sea mayor quiero navegar por los mares como tú, papá. Y mandaré barcos más grandes y más bonitos que el tuyo”.
El padre accedió a la propuesta y en un espléndido día se hicieron a la mar. Mientras disfrutaban de la conversación y ya lejos de la costa, el chico se sentó con las piernas colgando por la popa. Desde allí divisó una cosa que salía intermitentemente a la superficie donde la estela que generaba el barco se difuminaba con el mar.
El velero avanzaba a buen ritmo pero aquella cosa mantenía siempre la misma distancia. Y, aunque no sabía lo que era, algo tenía que le atraía intensamente. “Papá, ven a ver esto”. El padre fijó el timón y se dirigió hasta la popa pero no alcanzó a ver nada. Cogió sus prismáticos y exploró la superficie del mar hasta que asustado, dejó caer sus binoculares y palideció de terror.
- ¿Qué pasa papá?, ¿qué es eso? ¿por qué pones esa cara?
- ¡Ojala no te hubiera escuchado!. Ahora temo por ti. Eso que has visto asomar de las aguas y que nos sigue es un colombre. El pez que todos los marineros temen en todos los mares del mundo. Escoge a su víctima y una vez que lo ha hecho, la sigue años y años, la vida entera si es necesario, hasta que consigue devorarla. Pero lo más curioso es que nadie puede verlo si no es la propia víctima. Desgraciadamente el colombre te ha elegido y mientras andes por el mar no te dará tregua. Vamos a volver ahora mismo a tierra, tú desembarcarás y nunca más te separarás de la orilla por ningún motivo. Tienes que prometérmelo. El trabajo del mar no es para ti, hijo mío. Tienes que resignarte. Seguro que en tierra también podrás hacer fortuna.
El hijo guardo esas palabras de su padre bien grabadas en su memoria. Y en pro de la seguridad renunció a una vida marina, a una vida de amplios horizontes, de peligros, de grandes emociones, a una vida valiosa, audaz y llena de grandeza. Decidió labrar su futuro alejado del mar, aunque cada noche oteando el horizonte desde la orilla descubría la sombra tenebrosa del colombre.
Consiguió crear un formidable negocio y todos le consideraban un hombre de éxito, un triunfador. Sólo él sabía que su vida había sido un fracaso porque renunció a la vida que le habría hecho feliz. Cuando ya, viejo y cansado, sintió cerca la muerte, decidió enfrentarse a aquel gran peligro que había obstaculizado su vida. Decidió hacer por fin algo valioso, encararse con aquel terrible animal. Una noche, armado con un arpón se adentró solo en el mar a bordo de un pequeño bote de remos. Al poco tiempo, el hocico del animal asomó de las aguas, al lado de la barca.
- Aquí me tienes por fin. Ahora es cosa de nosotros dos.
Y reuniendo todas sus fuerzas, levantó el arpón para lanzarlo. Entonces el pez se quejó con voz suplicante:
- ¡Qué largo el camino hasta encontrarte!. Estoy destrozado por la fatiga. ¡Cuánto me has hecho nadar!. Tú huías y huías, porque nunca has comprendido nada. Yo no te he seguido por todo el mundo para devorarte como tú pensabas. El único encargo que me dio el rey del mar fue entregarte esto.
Y el gran pez sacó la lengua, sobre la que brillaba una enorme perla. El anciano la cogió entre las manos y la miró. Era la famosa Perla del Mar, que procura a quien la posee fortuna, poder, amor y paz de espíritu.
- ¡Ay de mí!. ¡Qué horrible malentendido! ¿Cómo ha podido ocurrir? He conseguido desperdiciar mi existencia; y he arruinado también la tuya.
Y es que vivimos sobrecogidos por nuestra pequeñez, atemorizados por casi todo, buscando afanosamente la seguridad. Aceptamos como cierta cualquier noticia que nos permita pensar en no continuar esforzándonos por nuestros objetivos, que justifique no salir de nuestra zona de confort.
Hemos renunciado a la audacia de vivir nuestra propia vida cambiando libertad por seguridad y en tanto en cuanto nuestras necesidades inmediatas quedan cubiertas nuestro horizonte personal se empequeñece: sin ideales, sin compromisos, sin proyectos estables, sin retos motivantes. Pretendemos gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes. Queremos tener derecho a todo sin renunciar a nada. Esperamos todo sin trabajar nada.
Todo proyecto implica una componente de riesgo. Precisamente porque el futuro es futuro, no está escrito. Y en nuestras manos está el cuaderno y la pluma para escribirlo. Si observamos todas las decisiones importantes de nuestra vida (la elección de nuestra carrera, de nuestra pareja, de nuestra vida profesional…) todas se revisten de luz y oscuridad. Y debemos apostar por la primera. Sin duda. Dice Julián Marías que “todas las cosas verdaderamente importantes de la vida del hombre se advierten con la suficiente luz para ver y la suficiente oscuridad para dudar; lo suficiente para no estar seguros, pero también lo suficiente para confiar”. Estas circunstancias son las que hacen de vivir algo grande.
¿No habremos cambiado seguridad por felicidad?, ¿una vida cómoda por una vida lograda?. ¿No estaremos renunciando al regalo del gran señor del mar, a la perla preciosa, cuando nos refugiamos en la comodidad de lo conocido y del día a día?. En este principio de año os animo a dejar de ser prisioneros de nuestro pasado y a convertirnos en arquitectos de nuestro futuro. Pero desde ahora. Desde este punto. No mañana. No. La labor es urgente. Y hay que empezarla antes de cerrar la página. Como decía Ovidio “apresúrate, no te fíes de las horas venideras. El que hoy no está dispuesto, menos lo estará mañana”.

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