Revista Cultura y Ocio

Mata al gato – @candid_albicans

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Son las 5 de la madrugada. No sé hacia dónde me dirijo. Sólo sé que queda gasoil para 200 kilómetros más y encima hace un frío de la hostia. Me encuentro con mis ojos el retrovisor. El rimmel corrido. La sangre coagulada en la nariz. El corte en el labio, y un montón de sangre estampada en mi camiseta. Aquella conversación de hace diez años retumba en mi mente como si hubiese sido hace diez segundos. Niego con la cabeza. Abro el bolso, cojo la automática y la arrojo en el fondo de la guantera. Todavía está caliente. Me tiemblan las manos. Aprieto los dientes y acelero.

Febrero, 1998. Diez años antes.

—¿Serías capaz de matar?

—Y yo qué sé. ¿Qué pregunta es esa? No creo. A ver, tendría que verme en la situación. Si alguien me ataca pues seguramente me defienda y en ese caso podría llegar a hacerlo si es la única manera de salvar mi vida. Pero aún así, ya te digo, creo que huiría, correría, me defendería con uñas y dientes, pero matar… uf… hay que tener mucha sangre fría.

—¿Y sin ser en defensa propia?

—Pues no. ¿Qué sentido tendría? ¿Porqué iba a matar a nadie? ¿Por odio? ¿Por celos? ¿Por vengar una traición? No soy una asesina.

—¿Y por amor?

—¿Por amor? ¿Cómo se puede matar por amor? No digas tonterías. ¿Algo así como un duelo al alba? Jajaja ¿En qué siglo vives? Anda, vamos a terminarnos las cervezas y salimos a que te dé el aire, que hoy estás un poco raro.

—Ven conmigo. Quiero enseñarte algo.

—¿A dónde me llevas?

—Las respuestas las tendrás a su debido tiempo. Sube al coche.

—Me estás dando miedo.

Media hora después, una casa abandonada. Un cuerpo desnudo que tiembla en una esquina. Una capucha le cubre el rostro, su pequeño cuerpo lleno de mordiscos, sus manos atadas a la espalda. Sus piernas llenas de sangre. Es una niña pequeña. Mi hermana. No respira. Lloro. Vomito. Tiemblo. Quiero gritar pero el miedo me paraliza la garganta. Mis oídos empiezan a pitar y todo amenaza con volverse negro y rojo mientras un abismo se abre a mis pies. Una hostia en el oído izquierdo me trae de vuelta al mundo.

—Tu hermana y yo hemos jugado un poco al gato y el ratón. Ya ves que se nos fue de las manos. Y ahora, dime que no me matarías. Vuelve a decirme eso de que no eres una asesina. Todos somos capaces de matar. Incluso las mosquitas muertas como tú.

Pude salir a la carretera. Por suerte estaba en mejor forma que él y no me costó darle esquinazo. El miedo y la adrenalina que inundaba mis venas también jugaban a mi favor. Desde ese día mi vida solamente tuvo un propósito: dar caza al gato.

Ingresó en prisión, y a los diez años comenzaron a dejarle salir los fines de semana por buen comportamiento. Mientras tanto yo no perdí el tiempo. Me apunté a clases de full contact, compré un arma en el mercado negro, y salí a practicar mi puntería rompiendo botellas a balazos cada domingo al amanecer.

Lo que más me jode es tener que darle la razón. Sí, puedo llegar a matar. Por defensa propia, por odio, y sobre todo, por amor.

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