Revista Cultura y Ocio
Con respecto a algunas aplicaciones, la mayoría, me he preguntado siempre que de dónde sacarían el beneficio y por qué están valoradas en tanto dinero. Facebook sin ir más lejos. Pues de los anunciantes, de spots publicitarios que nadie parece leer y… Pero ¿y los juegos?, a uno llevo yo años jugando, más intermitentemente cada vez debo decir, con no poco alivio.
Los cazurros como yo tendemos a pensar en el beneficio directo, claro, y no se ve. El jueguecito de los cojones, para empezar, me ha quitado de leer y, lo que es lo mismo de informarme y hasta de pensar, ¿os parece poco? No estoy afirmando que el que juega no lea, pero son dos actividades incompatibles entre sí, no se pueden simultanear, esas que se hacen antes de dormir o en ese rato suelto tan rico.
Pero es que el juego tan absurdamente bueno y gratuito, igual que las inocuas y gratuitas redes sociales, a lo que se dedican es a sacarnos toda la información que pueden. Nos estudian al detalle, nos conocen al dedillo, tienen un mapa trazado con todos nuestros movimientos, físicos, mentales y conductuales.
Yo que me las daba de cuidadoso he pretendido hurtarles mi paradero. Siempre me niego a decirles dónde estoy. ¡Ay iluso! El propio teléfono, sin pedirte permiso alguno, manda señales de tu posición comunicándose con el repetidor mas cercano cada cinco minutos. «Pero si yo navego en modo privado» podrás decir, eso borra tus huellas en el ordenador que utilizas, pero las deja igual de nítidas en la red. ¡Glups!
Uno de los personajes de una novela de Millás, luego de recibir los informes del detective privado sobre los movimientos de su marido y viendo la gran calidad de su trabajo, le contrata para que la siga a ella a todas partes y le pase esos mismos informes después. Desea que alguien la observe de cerca, con otros ojos, para terminar de averiguar quién es…
Ganas me dan a mí de hacer lo mismo. Pedirle a la empresa o al organismo responsable de nuestra vigilancia que me pase los datos y sus conclusiones. Quizá entonces tome uno más conciencia de lo desorientado que está, de lo solo y distraído. Con suerte quien me sigue es la propia Mata-hari y podemos coincidir en los descansos, en los suyos y en los míos. Eso sí, siempre que los usáramos para algo distinto de juntar hortalizas, subir una foto, un comentario o cualquier prueba fehaciente de nuestra triste miseria vital.