Revista Cultura y Ocio

Mátame, mátame mucho...

Por Evagp1972

Mátame, mátame mucho...
Odi et amo. Quare id faciam? fortasse requirisNescio, sed fieri sentio et excrucior («Odio y amo. ¿Cómo es posible?, preguntarás acaso.
No lo sé, pero siento que me ocurre y me atormenta»
Catulo).
Despiertas en un hospital y no recuerdas tu nombre. Una mujer hermosa entra en la habitación, sonríe y te pregunta cómo estás hoy. Es tu esposa... o al menos eso afirma. ¿Quince años juntos? Ni rastro en tu memoria.  ¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Cómo saber si lo que ella te explica de ti -de su marido, ese extraño- es cierto? ¿Qué pasó para que llegaras al hospital? Un golpe en la cabeza... ¿Accidente o intento de asesinato?
Esta es la situación inicial que Eric-Emmanuel Schmitt plantea en su magnífica obra teatral  Pequeños crímenes conyugales (2003, publicada en Anagrama). Ayer pude verla representada en catalán en el teatro Poliorama. Si  tenéis ocasión, no dudéis: viviréis una hora y media trepidante en la que tienen cabida el humor, la intriga, la soledad, la incomunicación, la pasión, los celos, la identidad, el asesinato..
Uno de los grandes temas de Pequeños crímenes conyugales es la delgada línea que separa el odio del amor, especialmente cuando se ha mantenido una relación conyugal, y durante más de 15 años. Muchas pueden ser las causas del desamor, pero la falta de comunicación es, a mi entender, la fundamental. Ocultarle al/la otro/a nuestras dudas y miedos puede llevarnos a fabular, y de ahí a concluir erróneamente, que está teniendo lugar lo que más nos horroriza:  que no importamos a quien más nos importa en el mundo, que planea dejarnos, que seguramente ya está con otro/a, que está cansado/a de esta relación y busca desde hace tiempo la puerta de salida. Y quizás entonces, movida por el enorme peso de  su tormento, una mano temblorosa y desesperada planee lo que jamás debió planear.
El concepto de identidad es otro de los grandes temas que trata Pequeños crímenes conyugales. Esta mañana me he despertado preguntándome qué sucedería si decidiera simular una pérdida total de memoria y me dirigiera a quien duerme a mi lado con las preguntas ¿Quién es usted? ¿Qué hago durmiendo en su cama?. Quisiera saber con qué adjetivos me definiría quien comparte conmigo cama, casa, ordenador y diez años de recuerdos vividos en común. ¿Inventaría nuevas virtudes, borraría lo que de mí le desagrade, con la intención de modelarme a su gusto? ¿Cómo reaccionaría yo entonces? ¿Continuaría adelante con mi fingida amnesia? ¿O pediría los papeles del divorcio?
Si algún día yo perdiera la memoria, quizás en un primer momento podría re-construirme a partir de la lectura de mis diarios.  Los voy guardando en un estante de la habitación reservada en exclusiva a nuestros libros, desde la pequeña agenda de bolsillo de mis diecisiete años, hasta las libretas Clairefontaine (azul, rojo, marrón claro...) que revientan de páginas desde el 2000 hasta hoy. Desde el 2000, claro, en año en que  conocí a mi "Ramón Madaula" particular, el momento en que mi vida se llenó de colores (azul, rojo, marrón claro...) y se amplificó hasta desbordar sus límites.  Podría hojearlos y buscarme/nos entre las tarjetas de restaurantes, recortes de diario, papeles que han envuelto el cuello de algunas botellas, notas manuscritas, resúmenes de películas, pétalos de rosa,  envoltorios de bolsas de té... que encontraría pegados a sus páginas con celo a veces, pegamento otras, y todas esas palabras que escribí  alrededor de todos esos pequeños objetos, (d)escribiéndome,  observándome, todos estos años. Pero si volviera a leerlos... ¿Querría yo (¿qué es "yo"?) ser la Eva del 2000 en adelante, o  preferiría volver a ser -por amor de Dior, ¡no!- a la que fui en 1995, en 1999? 
Mátame, mátame mucho...
   Imagen de uno de mis diarios 
   (fotografía de Eva Gutiérrez Pardina CC BY 3.0)
Si ahora perdiera la memoria, carecería del mapa  de este año. Mi diario de  2011 no existe. He dejado de escribirlo,  y aunque sigo guardando "momentos" en un cajón, tarjetas de restaurantes, fotografías, recortes, entradas a museos y exposiciones... supongo que me sentiría como un programa informático al que, por algún problema técnico, no ha sido posible implementar su última actualización.  Tal vez,  al no encontrarlo, movida por mi  tendencia a la novela negra, pensaría que me lo han ocultado para evitar... ¿el qué? ¿una posible ruptura amorosa? ¿el  doloroso recuerdo de un aborto, un crimen, un/a amante, una muerte?  Quizá alguna de mis amistades me diría, aprovechando la coyuntura, que nos hicimos amantes desde mediados de febrero... ¿Cómo podría yo contrastar esa información?  ¿Y qué hacer, entonces?
Pequeños crímenes conyugales puede ser, ya lo veis, una fuente inagotable de interesantes debates. Con el humor y la ligereza que forman parte de las paradojas de nuestro destino, en palabras del mismo autor, Eric-Emmanuel Schmitt trenza magistralmente una historia que no os dejará indiferentes. Si veis la obra en el Poliorama, encontraréis a un Ramon Madaula que acompaña brillantemente a una magnética, extraordinaria Laura Conejero: un duelo de talento que, os lo aseguro, estará a la altura de vuestras expectativas.

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