Revista Cultura y Ocio
Debía tener diez u once años cuando abrieron el primer gran videoclub de mi ciudad, la pequeña capital de provincias donde nací y me crié. Era un local enorme lleno de expositores donde descansaban las cajas de las cintas. Mis amigos y yo, que nos habíamos hecho socios, acudíamos regularmente para alquilar películas que luego veíamos en casa del único miembro de la pandilla que tenía reproductor de vídeo propio, uno de aquellos trastos con formato Betamax. Recuerdo que casi siempre nos decidíamos por pelis americanas de entretenimiento, como una protagonizada por Val Kilmer que se titulaba “Escuela de genios”. Justo al lado de la sección de cine de Hollywood, se encontraban las obras que representaban a la industria española de la época, entre las que destacaban las películas de quinquis, un tema muy en boga durante el desarrollo de la entonces incipiente democracia. De entre todas ellas siempre me llamó la atención una cuyo título se desligaba del resto por su agresividad. Se llamaba “Matar al Nani” (Roberto Bodegas, 1988) y en la portada mostraba un rostro masculino con estética quinqui en primer plano. Se daba por hecho, de acuerdo con el título, que la cara del individuo de la portada era la del tal Nani, un quinquillero llamado Santiago Corella que desapareció misteriosamente tras una detención. Pero el magnetismo que la cinta poseía, la fuerza invisible que me atraía hacia ella, se debía únicamente al título. No se trataba de un título genérico que hiciese referencia a toda una generación de quinquis, como “Perros callejeros”, ni de un título que resaltara la figura del quinqui como si en realidad fuera un héroe, como por ejemplo “Yo, el Vaquilla”, sino que estaba compuesto de un infinitivo tan duro como “matar” y de un complemento indirecto que no hacía referencia a un gato, ni a un perro, ni a un toro, sino a una persona, a un ciudadano; quinqui, sí, pero ciudadano al fin y al cabo: Santiago Corella “el Nani”. ¿Qué tenía el Nani que lo diferenciaba del Torete o del Jaro? ¿Por qué matar al Nani era tan imperativo? ¿Qué clase de delitos había cometido el Nani para que existiese la necesidad de borrarlo de la faz de la tierra? Todas estas preguntas rondaron mi cabeza durante muchos años y no encontraron respuestas que les acompañasen hasta que muchos años después, cuando aquel primer gran videoclub de mi ciudad había ya claudicado ante los vientos neoliberales del Blockbuster, puede por fin entender el fenómeno del cine quinqui en toda su extensión. Me di cuenta entonces que la diferencia entre “Matar al Nani” y el resto de películas quinquis que había visto se encontraba en el punto de vista. Todo se reducía al punto de vista. Me explico: A finales de los años sesenta se puso en marcha el plan de urgencia social por medio del cual, ante la demanda de viviendas baratas, se construyeron por toda España, y de manera arbitraria, bloques de edificios que no se acogían a planes concretos de urbanismo. En consecuencia, se generaron nuevos barrios marginales que carecían de los servicios sociales mínimos. Estos lugares se convirtieron en el caldo de cultivo perfecto para una nueva hornada de delincuencia juvenil que heredaba y continuaba el trabajo comenzado a principios de los sesenta por los mercheros o quinquilleros (nómadas de origen morisco que se dedicaban a la chatarra -la quincallería- y que se establecieron en campamentos desperdigados por toda la Península). Pues bien, esta nueva generación de jóvenes delincuentes, víctimas o daños colaterales del rápido crecimiento de un país con una clase media incipiente, terminó por convertirse, a finales de los setenta, en un serio problema social que se agravaría años más tarde con la aparición de la heroína en las calles. Tras la muerte de Franco, el cine español buscaba trasgredir por medio de sus historias y encontró un filón en los problemas sociales de los quinquis. Las aventuras de estos jóvenes equilibraban entretenimiento y preocupación social y funcionaban en las salas. Pero volvamos al Nani: lo que yo capté de pequeño en el videoclub, cuando, sin saber aún qué era el cine quinqui, me di cuenta que “Matar al Nani” era una película distinta, no fue otra cosa que la sórdida presencia del sistema judicial en la historia, que se mostraba ante el espectador, ya en la misma caratula (con la cara del Nani a contraluz en un espacio que parecía un penal), desde un punto de vista objetivo, alejado del subjetivismo de las pelis centradas en las aventuras de las pandillas de quinquis, obras donde la poli aparecía como mera comparsa del juego. En “Matar al Nani”, la policía pretendía cargarse al protagonista, eliminarlo de la sociedad. Por lo tanto, los cuerpos y fuerzas del estado se equiparaban por primera vez a los delincuentes de la calle en lo que a catadura moral se refiere. En realidad, eran incluso peores, pues a ellos se les presuponía el papel de buenos. La policía aparecía, en resumen, como una parte más del engranaje de un sistema que el cine social se encargó de retratar con realismo para que el espectador pudiera evaluar y juzgar la situación en el que vivía. Hoy en día, el sistema no está lejos de aquel de los ochenta; digamos que es una involución de él. Lo que sí ha cambiado, sin embargo, es la industria del cine español, que, tras haber sido desacreditada por el público, navega sin rumbo mientras recuerda con ternura, cariño, y tal vez envidia, aquella época en la que el cine patrio en su vertiente más social, pero también más entretenida, tenía una amplia cuota de pantalla; pues aquellas pelis ochenteras de bajo presupuesto se convirtieron en mitos, en obras de culto que hoy todo el mundo conoce y revisita de vez en cuando. Debido a ello, y dado el empobrecimiento de la clase media y el retroceso en las políticas sociales, quizá sea un buen momento para reactivar la otrora viva industria del cine a base de filmar las historias de las víctima sociales de ahora; ciudadanos que ya no son quinquis de barrios marginales, sino hombres y mujeres de clase media que se ven obligados a robar en los supermercados para sobrevivir.
"Matar al Nani" es mi colaboración con el fanzine literario Vinalia Trippers nº12; especial Spanish Quinqui. Puntos de venta, aquí