Revista Educación

Matar en vida

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Matar en vida

Hay un sueño recurrente que me genera una enorme angustia. En él, me veo envuelta en una serie de circunstancias que me hacen perder la libertad. Entonces, alguien con la cabeza tapada me encierra en una casa sin puertas y, mientras oigo voces que hacen evidente que se están equivocando, yo sigo allí ad aeternum, mirando en un espejo cómo voy envejeciendo irremediablemente y sin poder vivir.

El otro día, mientras veía un trocito del documental 'Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhof', vino a mí esa fantasía nocturna, un juego infantil comparado con lo que tuvo que pasar esa mujer.

Soy incapaz de ponerme en el lugar de una persona que ha sido condenada de forma injusta, según ha quedado demostrado, pero más soy aún más incapaz de tratar siquiera de sentir lo que significa estar condenada para el resto de la vida. Leo que la madre de la víctima dice que continúa pensando que Dolores Vázquez asesinó a su hija. Leo, también, puesto que no vi el documental completo, que nadie ha reparado a esa mujer a la que la sociedad sigue señalando.

¿Segunda oportunidad? ¿Reparación? ¿Justicia? Son palabras que carecen de significado cuando, una vez condenada socialmente, es imposible regresar al punto de partida. Hay muchas maneras de destrozar la vida a una persona. A Rocío Wanninkhof se la arrebató Tony Alexander King, y a Dolores Vázquez se la arrebató él y se la ha quedado una sociedad que recibió dos juicios, el penal y el mediático paralelo y que, como en muchos otros casos, ha sido incapaz de recapitular y dejar a las personas que empiecen de cero.

Se dibujó, letra a letra, su retrato de fría asesina, se le acusó de lo más horrible y se le ha mantenido en una prisión mucho más horrenda que la cárcel en la que vivió durante 519 días. Coincido con quienes dicen que su pecado fue ser mujer y lesbiana en el entorno de la víctima, un blanco perfecto, y me sorprende cómo cacareamos la necesidad de la reinserción de las personas cuando al mismo tiempo mantenemos la tortura para alguien que nunca cometió un crimen.

Vivimos en una sociedad en la que las condenas duran para siempre, sean del cariz que sean, en la que las etiquetas ni siquiera se entierran con la persona fallecida. No hay segundas oportunidades, y si las hay, siempre conllevarán un precio, siempre habrá una coletilla, siempre habrá una identificación.

Si ya es difícil dar un paso adelante con condenas cotidianas, cómo debe ser sufrir algo como lo que padece Dolores Vázquez, a quien tampoco se le ha resarcido oficialmente por el daño causado.

Dicen que el secreto de una vida tranquila es ignorar lo que opinan los demás de ti, el problema es que esas opiniones, en casos como este, pueden matarte en vida.


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