No se tiene todos los días la suerte de encontrarse con un libro igual que éste. Se trata de la historia de una pequeña familia estadounidense en 1930, cuya vida transcurre vinculada al mundo de los juicios y las leyes debido a la profesión del padre, abogado. Harper Lee utiliza esta excusa para tratar constantemente el tema de la igualdad entre personas, así como de los diferentes puntos de vista que de la ley tiene cada uno dependiendo de su educación y vivencia, y trata de esclarecer, o vislumbrar al menos, el motivo del viejo odio entre blancos y negros.
Existen, a lo largo de la novela, numerosos párrafos y frases determinantes, de esas que van como un puño directos al estómago y, como muchas otras veces, me gustaría dejar aquí constancia de todos ellos, pero se hace necesario seleccionar.
- Tu padre no se portó igual con Mayella y el viejo Ewell cuando los interrogó. El tono con que ese Gilmer lo llamaba "muchacho" y se mofaba de él, y volvía la mirada hacia el jurado cada vez que Tom contestaba...- Vale, Dill, al fin y al cabo [Tom] no es más que un negro.-Me importa un comino. No es justo... no es justo tratarlos de ese modo.(...)Pero, ¿por qué nos confiaba su gran secreto? Se lo pregunté.-Porque vosotros sois niños y podéis comprenderlo -dijo-, y porque he oído a éste... -y con un ademán de la cabeza indicó a Dill-. Las cosas del mundo aun no lo han corrompido del todo. Deja que se haga mayor y ya no sentirá asco ni llorará. Quizá crea que las cosas no están... digamos, del todo bien, pero no llorará; cuando tenga unos años más, ya no.
Aunque había oído hablar del libro no conocía apenas nada acerca de su contenido, y durante las primeras páginas me preguntaba dónde residiría su interés y, a la vez, me iba sumergiendo más y más en él, sin ser consciente.
En un pueblo pequeño donde residen vecinos (algunos muy peculiares) muy diferentes entre sí, el abogado Atticus Finch procura a sus dos hijos una educación ejemplar, siendo siempre consecuente consigo mismo y esforzándose en todo momento en ser un hombre bueno.
Todos los hombres deberían ser iguales ante la ley; pero, de una forma u otra, no todos los hombres son exactamente iguales: no ya ante la ley, sino en general. Quiero decir que, para bien o para mal, nos guste más o menos, ningún hombre es realmente igual a otro: lo cierto es que existen muchas y muy diferentes culturas y tantas formas de entender la vida y la justicia como personas hay en el mundo. De ahí que, partiendo de la premisa de la igualdad total y absoluta, se haga muy difícil la convivencia entre tantos miles de seres humanos, aunque probablemente todo sería más sencillo si todos ellos actuaran en todo momento de buena fe.
Por desgracia, no sucede así. Solo hay que mirar alrededor (también, por supuesto, dentro de uno mismo).
Finalmente, una buena idea, que he extraído de aquí.
Hace años, un amigo me comentó que en su adolesencia se hizo una camiseta en la que rezaba: "Quiero ser Atticus Finch".