Revista Cine

Matar y morir por el arte

Publicado el 15 julio 2010 por Josep2010

Una de las innegables virtudes que suelen tener las buenas películas es la posibilidad de acumular en su propuesta artística diversas interpretaciones, lo que comúnmente venimos en llamar lecturas para entendernos, significando que, sobre o bajo la apariencia de una trama subyace otra de calado distinto: naturalmente, el cineasta que se decide a rodar una película pensando desde el primer plano en ofrecer sus ideas bajo diferentes ángulos de visión del espectador, forzosamente contará con la inteligencia de aquel y además deberá ser lo bastante inteligente para resultar inteligible y diáfano en su mensaje so pena de ahuyentar a un público que consciente de no ser tonto, en ocasiones acaba por cansarse de las pretendidas claves culturales de algún artista que padece inusitada pedantería.
Por suerte Woody Allen aunque en ocasiones se pasa de la raya y acaba resultando un poco cargante con la retahíla de complejos que pueden sufrir sus habituales personajes, no siempre cae en el mismo defecto y suele presentar ideas interesantes bajo aspectos
atractivos.
Así lo hizo en 1994 cuando conjuntamente con Douglas McGrath escribieron el guión de una película que Woody dirigió, titulada Bullets Over Broadway, estrenada en España con el afortunado título de Balas sobre Broadway. (De vez en cuando, los traductores de títulos no la pifian)
Matar y morir por el arte

La historia nos lleva a los felices años veinte y nos introduce en el ambiente más querido por Woody, el de los intelectuales que ya se mueven por el Village con más ideas que dinero y la consigna de triunfar en el arte por encima de cualquier otra consideración, en una pequeña comunidad bohemia idealizada por sus mismos componentes, uno de los cuales, David, se dedica a escribir piezas de teatro y clama al cielo por la libertad del artista que ha sido mancillada ya en dos ocasiones por los malditos actores y el rufianesco director en sendas dos primeras piezas suyas que han tenido la fortu
na de alcanzar el off-Broadway: enfurecido como ha quedado David, su representante Julian se las ve y se las desea para convencerle a fin que acepte la financiación que un gánster ha ofrecido siempre y cuando su querida Olive se estrene como intérprete teatral seria en la obra.
La ventaja del trato es que la financiación es amplia y que David podrá dirigir por sí mismo su pieza teatral consiguiendo la libertad soñada en el ejercicio de su arte: la desventaja tiene un nombre y ése es Olive, porque la nenita del gánster Nick Valenti tiene la voz horrible y su talento como artista se reduce a especialidades eróticas difíciles de explicar; además la vedette lleva guardaespaldas, un gorila que atiende al nombre de Cheech (sólo Cheech) que no la deja ni a sol ni sombra.
La suerte de David es que con el dinero de su socio mafioso puede convencer a la famosa Helen Sinclair (que por otra parte lleva una mala racha de fracasos seguidos) para que protagonice la comedia y además contará con el apoyo de la muy eficaz segunda dama Eden Brent y del galán senior Warner Purcell, al que únicamente deberá controlar e
n su dieta pues con los nervios tiende a engordarse mucho.
Todo pinta pues casi perfecto para David, hasta que Olive reclama más papel considerando que su participación es exigua y el gorila Cheech empieza a mostrarse amenazante por un lado y por otro lado crítico con la labor de David como escritor y le hace alguna que otra propuesta de su puño y letra.
Por si fuera poco, Helen se muestra muy seductora en su madurez para el joven David, que mantiene o mantenía, o sigue manteniendo, o no, una relación con la joven Ellen, convirtiéndose el joven autor y director en la presa codiciada por la araña Helen que teje su tela aprisionándole con el claro objetivo de servirse de él tanto sexual como intelectualmente para que le escriba sus diálogos como a ella le parece que lucirá mejor en escena.
Woody Allen por suerte no aparece en la película y puede dedicar todos sus esfuerzos a dirigir ese rodaje que se apunta difícil y cómodo a un tiempo: difícil, porque se cuida muy bien de toda la ambientación recreando la época sin estridencias dando muestra de un laborioso detallismo que se observa incluso en las distintas localizaciones que pueden verse aquí y de unos decorados y vestuario fruto del buen trabajo de Tom Warren, Susan Bode y Santo Loquasto por un lado y Jeffrey Kurland, por otro, que facilitan enormemente la autenticidad del aspecto externo de todo cuanto vemos en pantalla.

La comodidad la halla como casi siempre Allen en la pléyade de intérpretes que no dudan en comparecer en el set de rodaje cuando Woody dirige ofreciendo su arte de forma convincente, afortunados como son por trabajar sobre textos y diálogos que rezuman inteligencia, ese bien tan preciado como ausente en demasiadas películas: me ahorraré insertar enlaces de todos los que comparecen, que pueden verse aquí pero no puedo dejar de señalar expresamente el buenísimo trabajo interpretativo de Jennifer Tilly (hay que oírla en su propia voz) como la atontada Olive, ya que a Dianne Wiest ya le dieron el Oscar por su labor.
Allen dirige con fluidez aprovechando que tiene a Carlo Di Palma ocupándose de la fotografía que, sin ser especialmente bella resulta muy eficaz al retratar tanto los ambientes como los personajes que se mueven siempre en ambientes urbanos usualmente cerrados y nocturnos: la planificación de Allen pasa desapercibida por su transparencia y su buena letra aparece en las revisiones afortunadas comprobándose que existen elipsis económicas y que el discurso mantiene la apariencia de sencillez tan supuestamente fácil pero dotada de la energía suficiente para impulsar la trama a un ritmo constante, manteniendo en vilo al espectador que acabará sorprendido por el giro de los acontecimientos, sin que pueda imputarse
la sorpresa a un guión que resulte intrincado pero sí a que construye vigorosamente una trama que acabará tergiversando los estereotipos culturales bajo la apariencia de un enredo cómico de tiroteos imprevistos.
Porque el guión escrito por Allen y McGrath es una pequeña joya que vale la pena leer con detenimiento: manteniendo la apariencia de un endiablado enredo de intereses en el que cada personaje mantiene su postura en principio, poco a poco se van asenta
Matar y morir por el artendo las actitudes y limando asperezas: partiendo de un inicio en el que todos provocan interés, la trama va deshaciéndose paulatinamente de algunas líneas que aparecerán oportunamente cuando sean de interés para la narración principal, que no será otra que la consideración del arte como meta de la vida: el teatro tomado como ejemplo de arte vivo sufre en sus propias carnes modificaciones, alteraciones, problemas y obstáculos: el artista deberá decidir: deberá elegir entre el arte y él mismo: la asunción de la cualidad de artista más allá que la de mero artesano hacedor de algo parecido a arte pero que no llega a conmover: el arte como esencia inalcanzable residente sólo en los elegidos, esos que de forma innata lo contienen y lo conocen y defienden si es necesario matando y muriendo por él: porque el arte es un estadio superior y sólo algunos se muestran capaces de hacer lo necesario para eliminar los obstáculos que se le oponen, dándole la libertad necesaria para que florezca, estalle y sea apreciado y degustado por todos: un sacrificio vital, una entrega postrera sonriente, un último suspiro ofrecido al arte para rematar el broche final:
"Que diga que está embarazada"

p.d.: Ha sido casual que me detuviera en esta película de Allen coincidiendo con sus propias manifestaciones relativas al aprecio que siente por sus propias películas que, por lo que he leído a salto de mata por la red, mientras buscaba documentarme, más bien pretende remachar el clavo prendido en 1994: en lo que no entro es en la consideración de Allen como mero artesano por parte de algunos, pues para mí, tiene bien ganada su condición de autor.


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