Michelangelo Merisi da Caravaggio, en plena madurez creativa, ha plasmado con fuerza, y de forma inquietante, la poderosa victoria del amor sobre todo lo que se le oponga.
Amor vincit omnia había sentenciado Virgilio; Caravaggio lo interpreta con su provocadora forma en la Galería Gemälde de Berlín con este Triunfo del amor, datado en 1602.
Cupido deja de ser una figura infantil para convertirse en un joven mórbido realzado por el claroscuro.
Eros pisotea los emblemas del poder, las artes y las ciencias. Un compás abierto y una escuadra ponen de manifiesto que también la matemática puede ser vencida por el amor.
Thomas Mann planteó en La montaña mágica que la matemática era buen remedio para la concupiscencia. Parece que Virgilio y Caravaggio no estaban de acuerdo con el novelista y no admitían excepciones.
El barroco nos ofrece muchas muestras representativas de lo superfluo de los anhelos de los hombres en sus Vanitas. En las “vanidades” se hace patente la piedad barroca y nos aportan muchas imágenes matemáticas. Caravaggio lo entiende de otra forma, lo invierte: entre todas las pasiones humanas hay una más fuerte que todas, incluso produce desenfreno: se trata de la pasión amorosa.
Ni el más leve rastro de recogimiento: solo culto a la vida.