El siglo XIX se estudiaba con las prisas del final de curso y además con un fárrago de guerras, revoluciones y cambios de gobierno que lo hacían complicado. Afortunadamente Benito Pérez Galdós vino al rescate: nos mostró una historia viva y apasionante, la de una época que marcaría el devenir moderno de España.
La reacción absolutista de 1823 tuvo como consecuencia otra oleada de exiliados (no se puede olvidar el drama de los afrancesados y de los doceañistas) que se impregnaron en Europa del movimiento romántico.
El Museo Romántico de Madrid tiene el encanto de los anhelos de libertad. Las figuras de Rafael de Riego o de Mariana Pineda son emblemáticas. El Romanticismo llega a impregnar todo el siglo. Resulta un buen lugar para la ensoñación.
Desde el punto de vista matemático hay varios objetos de interés. Un bonito reloj de sobremesa en latón representa a la Geometría (o Astronomía) con los instrumentos de la materia. Un libro en una mano y los instrumentos en la otra se hacen eco del estudio y la práctica. Los erotes en bajorrelieve se afanan en su actividad geométrica. Hay otro reloj de jarrón astronómico con los ciclos.
Al poco de entrar nos recibe una escultura de la Musa Urania concentrada en su trabajo con su globo y compás.
Al final nos depara una sorpresa: un Aritmómetro de Payen se encuentra sobre un aparador.
Aunque Leibniz gasto mucho esfuerzo y dinero en su máquina multiplicadora nunca funcionó con seguridad, durante siglo y medio las máquinas aritméticas se fueron perfeccionando pero su fabricación fiable e industrial no llegó hasta 1850 con el aritmómetro de Charles Xavier Thomas de Colmar. La máquina de Louis Payen fue la más exitosa a finales del XIX; al mismo tiempo empezaron a proliferar otras patentes que abarataban los aritmómetros como la rueda Odhner.
El Aritmómetro de Payen fue expuesto hace poco en el Edificio Telefónica de Madrid para recordar a Ada Byron.