Revista Libros
En un tiempo en que la literatura infantil y juvenil parece gobernada por la tiranía de lo políticamente correcto y la moralina gruesa y superficial, una no puede sino celebrar la publicación en castellano de Matemos al tío de Rohan O’Grady (1963), que los amigos de Impedimenta han tenido el acierto de editar con la portada original del tan siniestro como elegante Edward Gorey. Y es un acierto no solo por la belleza evidente de la ilustración, sino porque la historia misma a la que precede tiene un toque perverso y macabro, por más que sus protagonistas, Barnaby y Christie, sean dos encantadores y traviesos niños rubios recién llegados a una paradisíaca isla canadiense a pasar el verano. O’Grady pertenece, sin duda, a una época en que el “buenismo” y los excesos de la pseudo-pedagogía hoy reinante no suponían amenaza alguna para el planteamiento de un conflicto clásico. Y ello, por supuesto, redunda en beneficio de esta historia en que dos críos de armas tomar se enfrentan a la amenaza de muerte encarnada por el siniestro y licantrópico Tío de Barnaby, así como a la soledad que implica la incomprensión de toda una comunidad que ve en aquel a un pobre viudo desconsolado. Hay en Matemos al Tío siniestras sesiones de hipnosis, felinos sin piedad, robos de escopetas, cremación de ositos de peluche y otros crímenes nefandos. Si a esto añadimos unos personajes singulares y extravagantes como los que solo ofrecen los pueblos pequeños, humor a raudales y merendolas dignas de figurar en las cestas de mimbre de los célebres Cinco de Blyton, el resultado no puede ser más apetecible y jugoso, un título que nadie, niño o adulto, debería perderse. Lean, lean.