Para Aristóteles, materia es aquello de lo que están hechas las cosas. Distinguía entre la materia primera o próte hyle y la materia segunda o deutero hyle. La primera es incognoscible, pura potencialidad, mientras que la segunda siempre está ligada a una forma. Lo que conocemos de las cosas es su forma, no su materia. Por la forma damos nombre a las cosas, por ejemplo, entre una mesa y una silla, ambas de madera, lo que las distingue y por lo que reciben nombres diferentes es su forma y su función. La forma en que están dispuestas las notas musicales distingue una composición de otra y la hace bella o no. Son interesantes estas ideas de filósofos antiguos. Por ejemplo, Pitágoras sostenía que los números son la esencia de las cosas. Un átomo de uranio se diferencia de uno de plata por el número de protones, electrones y neutrones, no por la materia de esas partículas. Un ser humano se distingue de un chimpancé por el número de cromosomas y la forma en que están dispuestos sus genes. La forma y el número siguen siendo lo que distinguen unas cosas de otras. La materia, si es que existe algo que podamos llamar así, es lo indiferenciado. Para individualizarnos, debe ser signata quantitate, determinada por la cantidad, como dijo santo Tomás de Aquino. Por cierto, para el Aquinate Dios era inmaterial no porque careciera de algo de lo que esté hecho, sino porque es acto puro, sin potencialidad alguna. Desde siempre, imaginar a Dios como algo concreto, personal, que se distingue del resto de los entes, ha sido difícil porque significa que debe tener una exterioridad, estar hecho de algo. Por supuesto, no de la materia que conocemos que está gobernada por las leyes de la naturaleza, pero sí de algo que desconocemos… Si ser inmaterial significa estar hecho de nada, Dios sería lo mismo que el vacío, lo que sería imposible. A su vez, estar hecho de algo lo limita, pues todo ente estaría limitado por su constitución.