Tras la muerte de su amada María, la caída de Matías Behety se aceleró. Se entregó al ajenjo y su salud se vio rápidamente resquebrajada.
“De tiempo en tiempo hacía un esfuerzo para ingresar de nuevo en la vida normal y unirse a nuestra marcha ascendente, desenvolverse a nuestro lado. ¡Con qué júbilo lo recibíamos! Era el hijo pródigo cuyo regreso ponía en conmoción todo el hogar” continúa Cané “Aquel cráneo debía tener resortes de acero, porque su inteligencia, en sus rápidas reapariciones después de largos meses de atrofia, resplandecía con igual brillo. ¿De atrofia he dicho? No, y ésa fue su pérdida”.
Uno de esos intentos, se da en 1884, cuando su amigo Francisco Uzal lo lleva a la recién fundada La Plata para que ejerza el periodismo en “La Plata”, el diario de su propiedad. Matías Behety se instala en el hotel 19 de Noviembre en la diagonal 80, entre 4 y 5, cerca de la sede del periódico.
Su intento fue efímero. Como lo describe Cané: “La bohemia le absorbió, le hizo suyo, le penetró hasta el corazón. Pasaba sus noches, como el hijo del siglo, entre la densa atmósfera de una taberna, buscando la alegría que las fuentes puras le habían negado, en la excitación ficticia del vino, rodeado de un grupo simpático, ante el que abría su alma, derramaba los tesoros de su espíritu y se embriagaba en sueños artísticos, en la paradoja colosal, la teoría demoledora, el aliento revolucionario, que es la válvula intelectual de todos los que han perdido el paso en las sendas normales de la tierra. El bohemio de Murger, con más delicadeza, con más altura moral. El pelo largo y descuidado, el traje raído, mal calzado, la cara fatigada por el perpetuo insomnio, los ojos con una desesperación infinita en el fondo de la pupila; tal le vi por última vez y tal quedó grabado en mi memoria”.
Rafael Barreda describe un panorama similar: “En el último período de su vida, se alejó de sus amigos que estaban en auge y sólo se lo encontraba en los fondines, tabernas o bodegones... Allí se hallaba en su centro, a sus anchas, como él decía, usando de su lenguaje persuasivo, salpicado de figuras bellísimas, compartiendo con los pobres lo pobre de su bolsa. Y, cosa rara, los que escuchaban sus frases, siempre originales –aquella gente ruda e ignorante–, sentían por él el mayor respeto. Al pasar una noche por un almacén oí su voz en la trastienda y entré: allí me lo hallé con hombres de baja estofa que lo escuchaban admirados. Me miró y al reconocerme, me dijo, con aquella gravedad propia de su carácter:-¡Aquí me tienes ilustrando a las masas!”
Pocos meses después de establecerse en La Plata, Matías Behety es internado en el Hospital de Melchor Romero: ingresa como el paciente número 553. Pese a que no se había graduado, lo inscriben como abogado. Dos semanas después, el 29 de agosto de 1885, Matías Behety fallece a los 36 años de edad. La causa de la muerte es tuberculosis pero podemos intuir que, tal vez, se esconda en ese rótulo los estragos que realizó el alcohol.
“¿Vive aún?” se preguntó Miguel Cané poco antes “¿Caerán estas líneas bajo su mirada? No lo sé; en todo caso, la entidad moral pasó, si la forma persiste. ¡Nunca se impone a mi espíritu con más violencia el problema de la vida que cuando pienso en ese hombre!”.
Sus amigos (ilustres ciudadanos de esos tiempos de la República), lo despidieron en el viejo cementerio de Tolosa, donde fue enterrado. Su acta de defunción escribe mal su apellido (Beheti) y añade el término “gratis” para describir su estado de indigencia.
Tal vez, como lo escribió en un poema, se haya cumplido el deseo de su encuentro con la amada María:
Del triste cementerio en la capillaÉse sería el fin de una promesa, un alma joven que perdió el camino y se truncó antes de florecer. Como tantos otros, lo esperaba las brumas del tiempo y la noche eterna. Una nota al margen en un algún libro viejo y el olvido, el olvido que siempre se impone sobre el resto.
En su blanco ataúd tendida estaba,
En cruz las manos, y la casta frente
zDe rosas coronada.
La incierta luz de amarillento cirio
Su pálido cadáver alumbraba;
Era joven y hermosa; y muerto había
De un hombre por la infamia.
Del triste cementerio tras el muro
Sobre la fría tierra muerto estaba;
Las negras sombras de la oscura noche
Su cadáver velaban.
Era joven y hermoso; y muerto había
En desafío del que fueron causa
El vicio, el desenfreno y el desorden
De una vida agitada.
Allá del infinito en el espacio
Cruzáronse dos almas:
Era la una cual la noche negra
Y era la otra cual el día, blanca.
Se miraron, y alzóse de una de ellas
Compasiva plegaria.
Después bajó la negra, hondo, muy hondo,
Y la blanca subió, alta, muy alta!
La metáfora la expresa su amigo Antonino Lamberti, el hermano de María, que al llevarle flores comprueba que el viento ha derribado la cruz de la sepultura de Matías Behety y ha desaparecido. “Hasta las cruces que levanta el pobre son las primeras que derriba el viento” expresa Lamberti amargamente por la burla postrera del Universo.
Pero (¿quién podría suponer?), no era ésta la última vez que íbamos a escuchar hablar de Matías Behety, el Verlaine rioplatense.
(Continúa mañana)