“Está bien, lo admito, siguiendo mis consejos, el hombre oprimido acabó con la fase multimilenaria del dominio femenino sin historia, al empezar a enfrentarse con las fuerzas de la Naturaleza, sentar los principios del orden, sustituir el caótico -por incestuoso- matriarcado por la disciplina responsable del derecho patriarcal, dar vigencia a la razón apolínea, pensar utópicamente y hacer Historia en la práctica”. Günter Grass, “El rodaballo”. Günter Grass es, bajo mi punto de vista, no sólo uno de los escritores más mediáticos de este pasado siglo XX, y principios del XXI, sino que, también, es uno, quizá el más, original de todos ellos. Más allá de “Pelando la cebolla” o el “Tambor de hojalata”, quisiera destacar “El rodaballo”, una obra ciertamente curiosa.
Con suma originalidad, Grass hace una síntesis de historia humana narrando el paso del matriarcado al patriarcado, haciendo especial hincapié en la “guerra de sexos”, tan en boga en nuestros días. La conocida fábula de “El pescador y su mujer”, de los hermanos Grimm, es transmutada en una novela de lo más sugerente, donde el papel de pez lo encarna un rodaballo, simple y llanamente, pero, eso sí, con una inteligencia y capacidad de expresión proverbiales. Esta obra, como toda “obra cumbre” (predestinada a ser un “clásico”, como el propio autor), me ha hecho reflexionar a cerca de varias ideas... Particularmente sobre el éxito del “patriarcado ” sobre el “matriarcado”, tema clave en antropología, historia y humanidades en general.
Estoy seguro de que no serán pocos los que asocien el término “Prehistoria” con la célebre estatuilla conocida como Venus de Willendorf (conservada en el Museo de Historia Natural de Viena). Obviamente, los estándares de belleza en esta figura son muy distantes de los actuales (y no tanto de los patrones de la Edad Moderna, véase, por ejemplo, el célebre cuadro de Rubens: “Las tres gracias”). En el arte prehistórico predomina el “culto” hacia las espaciosas ingles, y generosos senos, aptos para perfeccionar el proceso de la reproducción. En la mujer se refleja el culto a la “Diosa Madre”, a la fertilidad y la renovación. Afirma Grass en “El rodaballo”, basándose en los estudios clásicos de antropología, que con el fin del matriarcado comenzó la “civilización”. ¿Qué hay de cierto en ello? No es ningún secreto que el camino que nos separa de la Prehistoria ha sido controlado por el “patriarcado”, o lo que es lo mismo, el dominio del hombre sobre la mujer. Es muy discutible que ello siempre haya significado la represión de lo femenino (me niego a afirmar la mezquindad de la vida de nuestras abuelas y demás “antepasadas”), pero es bien cierto, y de ello no hay duda, que hubo un momento en que las representaciones semejantes a la Venus de Willendorf dejaron de aparecer, curiosamente, coincidiendo con la aparición, en pocos lugares, de determinados “cultos fálicos”.
Se afirma que el paso del matriarcado al patriarcado tuvo un punto de inflexión clave cuando el hombre descubrió que era él, con el semen, quien fecundaba a la mujer, siendo, por ende, padre de la criatura. Un hecho tan bien sabido por cualquier mortal actual, fue todo un descubrimiento (quizá mayor que el del fuego) en los tiempos prehistóricos. Que el hombre pudiera situarse como factor indispensable en lo que a la reproducción se refiere, hizo que comenzara a tomar consciencia de la necesidad de asegurar su paternidad. El culto a la fecundidad femenina se dejó un lado, comenzando la civilización. El progreso de la cultura no ha sido nunca sencillo. Desde los hititas con el uso del hierro, hasta los EEUU con la invención de la bomba atómica, el progreso humano ha estado intrínsecamente correlacionado con la industria de la guerra. El establecimiento del patriarcado, coinciden los estudiosos, significó la aparición del orden social, las normas jurídicas, la propiedad privada, el Estado, e igualmente, la esclavitud.
De una cosmovisión “púbica” se pasó a una cosmovisión donde siempre debía gobernar el más fuerte. Dicho esto, no es del todo cierto que el patriarcado abandonara desde un primer momento el culto a los dioses de la fertilidad. Si bien es cierto que los mecanismo de control, por ende coercitivos, se expandieron, también lo es que los pueblos agricultores siguieron honrando a las deidades de la tierra, no sólo como causantes de la procreación humana, sino, ante todo, como dadoras de fertilidad para el campo. Al igual que la agricultura en sí, las creencias en diosas de la fertilidad se impusieron, muy especialmente, en el ámbito mediterráneo, así como en el Creciente Fértil. A diferencia de los pueblos agricultores, en las estepas euroasiáticas imperaba el culto a los dioses de la guerra. Los pueblos pastoriles debían sobrevivir en entornos mucho más hostiles, sufriendo el nomadismo y la escasez de pastos. En estas culturas el culto hacia la fertilidad no existía propiamente, realzándose la figura de los dioses guerreros, así como de las deidades responsables de las catástrofes naturales y las enfermedades.
La “fuerza” era vista como el poder máximo terreno, frente a la “fertilidad”, que era el valor clave entre los ganaderos. Sin ignorar el sumo simplicísmo de lo hasta aquí explicado, los estudiosos coinciden en identificar, en no poca medida, a estos pueblos ganaderos con los indoeuropeos. Las migraciones de estos pueblos provocaron una revolución en toda regla, fundándose nuevas civilizaciones, de mentalidad guerrera, donde antes reinaba la “relativa” paz de los pueblos pastoriles. Efectivamente, dentro del campo semántico “indoeuropeo”, destacarían civilizaciones como la de los hititas, los celtas... o los propios romanos.
Muy sintéticamente, pues, puede afirmarse que la evolución de la cultura en tiempos históricos se ha caracterizado por el paso del matriarcado al patriarcado, el cambio del culto a la fertilidad por el “culto a la guerra”. Dicho esto, no hace falta decir que el elemento “matriarcal” no ha sido del todo eliminado, y se halla mucho más presente en nuestra cultura de lo que nos imaginamos. Cultos como el de los egipcios hacia Osiris, o el propio culto cristiano hacia la resurrección del Hijo de Dios, no dejan de estar relacionados con “lo cíclico”, con el ciclo de la vida y el culto a la fertilidad. ¿Orígenes “matriarcales” del Cristianismo? La historia es una caja de sorpresas, de Pandora en no pocas ocasiones, que siempre sorprende al ser abierta... ¿Es meridianamente cierto lo hasta aquí expuesto? o ¿quiénes fueron los indoeuropeos?... son cuestiones que quizá jamás seamos capaces de ratificar, pero los indicios son evidentes.
Tercera imagen: Yazilikaya, hethitisches Heiligtum bei Hattusa, Türkei, Kammer B Prozession der 12 Unterweltsgötter de Klaus-Peter Simon, GNU Free Documentation License, Version 1.2