Amigos, este es un breve post para comentarles, como muchas otras veces, por qué no estoy posteando. En esta oportunidad, como saben a partir del post anterior, se debe a algunos compromisos en Colombia. Me encuentro de momento en Medellín y, entre otras actividades, tengo esta que anuncio en el post: una conferencia sobre las uniones entre personas del mismo sexo. Esta será una sesión muy interesante en la que el público estará compuesto no fundamentalmente por académicos, sino más bien por activistas y personas interesadas en el problema de la diversidad sexual y en las singularidades que ella destapa cuando es examinada desde una perspectiva filosófica y teológica. Como el texto de mi presentación es muy largo, lo que les dejo aquí es el link a un pequeño artículo que publiqué en La República, periódico peruano, sobre el mismo tema. En buena cuenta, todo lo que diré mañana en Medellín será una ampliación de las consideraciones expuestas en el artículo. Este es el link a la web del diario, pero dejo abajo el texto también por si les resulta más cómodo leerlo aquí.
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La unión civil: una mirada desde la fe cristiana
La opción preferencial por los pobres es un concepto de clara raíz evangélica. Con él se designa el modo preferencial con el cual Dios, padre y madre, ama a sus hijos más pobres. No se trata de un amor excluyente, sino de un amor preferente: se les ama primero por su situación de vulnerabilidad. Luego, ser pobre significa, más allá de lo económico, ser socialmente insignificante, un no-persona. En nuestro país, tristemente, las parejas homosexuales son víctimas de esta vulnerabilidad social. Ellas, en el mejor de los casos, son vistas aún con sospecha y, gran parte de ellos, más bien, con genuino desprecio. Una situación tal se encuentra en las antípodas del mensaje evangélico y una teología que pretende hacer de la periferia su centro debe decir algo al respecto.
Una primera cuestión que toca considerar es la de la solidaridad. Todo cristiano debe situarse siempre en solidaridad con aquellos que sufren marginación y desprecio. Esto supone, en el caso que nos ocupa, la defensa de los derechos básicos de toda persona homosexual, fundamentalmente su derecho a amar con libertad sin tener que ser víctima de maltrato alguno. Si este amor dignifica al ser humano, lo ayuda a crecer y a ser una mejor persona, no hay colisión alguna con los valores cristianos, más bien nos encontramos de camino a su cumplimiento.
Esto, sin embargo, termina por ser insuficiente. Compete, pues, una profunda evaluación crítica de la posición que, muchas iglesias cristianas, han tomado sobre este tema. Mi impresión es que aquí vemos una mezcla de desinformación, miedo y, lamentablemente, homofobia. Desinformación porque muchas iglesias mantienen que sus bases para el rechazo de la unión civil son bíblicas y están respaldadas por el derecho natural. Sin embargo, la mayoría de especialistas en estudios bíblicos ha descartado aquellas interpretaciones que sugieren que la revelación bíblica desprecia las uniones homosexuales en tanto tales. Estos estudios nos ayudan a entender cuáles son las razones que conducen a las fuertes expresiones sobre la homosexualidad que hoy vemos en algunos paneles publicitarios: todas ellas responden a un contexto cultural particular donde el problema central no es la homosexualidad, sino lo que esta implica, a saber, la supuesta pasividad sexual femenina de la que el varón participa en este tipo de relaciones. Toca decirlo, entonces: si de algo se ha de acusar a esos textos no debería ser de homofobia, sino de misoginia.
Adicionalmente, hay que notar que el derecho natural está en crisis hace décadas como paradigma antropológico y ético, incluso dentro de la teología cristiana. Sabemos hoy, gracias a los aportes de las hermenéuticas bíblica y filosófica, que “naturaleza” no es un concepto “puro”. El mismo se encuentra siempre mediado por nuestras tradiciones culturales y nuestros sistemas de creencias. Así, hablar de “derecho natural” siempre corre el riesgo de convertirse en una herramienta de opresión porque asume que existe una solanaturaleza, aquella de cierta interpretación surgida en cierto momento histórico, la misma que fue distinta antes (Grecia y Roma, por ejemplo) y va cambiando hoy también. En el fondo, pues, hay aquí mucho de miedo y homofobia. Miedo porque se teme un mundo desconocido y sus posibilidades, así como el viejo orden temió la imprenta, la nueva ciencia y la democracia. Homofobia, porque nuestro país aún padece de ese lamentable desprecio por las personas homosexuales y algunas iglesias no son más que una parte importante de ese gran problema nacional.
Conviene recordar, como lo hace el Concilio Vaticano II, que en la tradición cristiana compete establecer una jerarquía de verdades y, por ende, identificar qué es esencial para la fe y qué no lo es. En ese sentido, los estudios bíblicos tienen un rol fundamental en la medida en que nos ayudan a desentrañar el bagaje cultural de los textos que leemos y, por ende, nos permiten contextualizarlos. Esto, por supuesto, no debe llevar a descartar toda la biblia sin más, sino a aprender a situarla y a leerla, en su conjunto, como fuente reveladora de verdad a pesar de sus limitaciones socio-culturales. Aprender a hacer vida esta lección es aún una tarea pendiente en muchos lugares, pero eso no debe prevenir afirmarla: lo prioritario en el cristianismo es la opción preferente y amorosa por aquellos a los que se les arrebata su dignidad de personas, pues es precisamente en ellos donde encontramos a Cristo (Mt. 25:31-46). El Papa Francisco ha dado señalas claras a este respecto en el caso específico de las parejas homosexuales. Ojalá nos dejemos inspirar por su anuncio profético. Quizá es tiempo ya de preocuparnos más por la calidad del amor cristiano y no tanto por la orientación sexual de quien lo da o lo recibe.