El Parlamento le han dicho ya al nacionalismo sanguinario: “Desde ahora seréis equiparados a Bin Laden”.
Hace casi un año que cambió el mundo y se extinguió la inocencia del siglo XX, protectora incauta de todos los derechos políticos, incluidos los de quienes aprovechaban la legalidad para explosionarla.
Eta y sus aliados olvidan que el terrorismo del 11 de septiembre de 2001 violó a EE.UU., lo que permitió a la hasta entonces purista y a veces inocente democracia española equiparar sin complejos a Batasuna y el fanatismo islamista.
Desde entonces, por ejemplo, influyentes políticos que creían en la rehabilitación de todos los asesinos cambiaron su pensamiento y exigen reformas constitucionales para imponerles cadena perpetua.
Aznar, milagrosamente indemne de un gigantesco atentado y con más sangre vasconavarra que muchos nacionalistas, anunció que no le dará respiro a “esa basura” de Batasuna, tras el asesinato con bomba de una niña y un hombre en Pola de Mar.
Ahora, influyentes comunicadores rodeados de políticos, olvidan los Gal, pero discuten sin autocensura sobre la utilidad de los suicidios, quizás asistidos, de la banda Baader-Meinhof en Alemania; alaban la dura represión contra las Brigadas Rojas italianas; comprenden que el Reino Unido liquidara terroristas sin remordimientos, y prácticamente olvidan que el Gobierno de EE.UU. aísla, sin jueces, a centenares de presuntos extremistas islámicos.
Hay un fuerte murmullo general de irritada, de inusitada dureza contra el terror y la intimidación; Eta y sus aliados deberían oírlo.