He de confesar que lo primero que me llamó la atención del nombramiento del de Màxim Huerta como ministro no fue el nombramiento en sí, si no que al oír y repasar los medios su biografía, por aquello de conocer de donde viene el nuevo ministro supe dónde nació. Me chocó que alguien nacido en tiempos de la dictadura, en una ciudad de habla castellana, dónde no se habló jamás valenciano, se llamara Màxim y no Màximo. Me recordó a quienes llaman a sus hijos Kevin o James. Y me pareció una cutrez supinamente irónica que esto le ocurriera a un ministro de Cultura. Por si no lo saben les diré que la línea que separa los pueblos de habla castellana y valenciana en esta mi comunidad autónoma, siempre estuvo perfectamente definida, hasta no hace demasiado. En un pueblo el valenciano era de uso generalizado y cinco kilómetros hacia el interior, ya nadie lo hablaba. Todavía hoy esto ocurre. En Utiel siempre se habló español. Fue parte de Cuenca y forma parte de la conocida como Valencia castellana.
La elección en sí se me antoja, en realidad, perfectamente acorde a la época en que vivimos, presos todos de la vorágine mediática. Un rostro televisivo se ajusta perfectamente a la era de la imagen. Hasta aquí no era una mala elección y el revuelo que causó confirma esta sospecha.
Que haya tenido que dimitir, es consecuencia de la propia mojigatería. Todo el mundo trata de pagar lo menos posible a Hacienda. Se llaman impuestos, no propuestos o voluntarios. El ex ministro también lo intentó. Le salió la cosa rana y le ha costado el puesto. Si no fueran tan meapilas en la izquierda mediática y política, reconocerían que no dar ni un euro de más al gobierno es una de las mejores formas de controlarlo. Es deber cívico de todo buen ciudadano controlar a sus políticos y cortarles el grifo financiero es una estupenda arma, que deberíamos utilizar más a menudo. Pagar a Hacienda lo menos posible es legítima autodefensa. Ellos pusieron el listón y bien está que se lleve por delante a quienes lo superen. Algún día caerán en la cuenta de que no hay persona capaz de superar la prueba del algodón de su superioridad moral. Algún día, espero.
Esta ha sido la mínima historia de Màxim o Máximo, si me lo permiten. Bien es sabido que traducir los nombres a la lengua en la que uno se expresa es muestra de respetuosa familiaridad y se hace con reyes y príncipes. Sin duda alguna el mejor ministro de cuantos haya tenido la democracia española, pues no hizo nada malo, por falta de tiempo, desde luego, pero no lo hizo. Así que sus actos en el cargo se cuentan por bondades y sus actos previos al mismo… bueno, que levante la mano el que no intenta pagar lo mínimo posible al fisco. ¿Nadie? Vaya. Aún habrá quien diga que pagar impuestos es bueno. Algo que nadie haría si no fuera impuesto a la fuerza, obligatorio.
Publicada en DesdeElExilio.com