¿Cuántas veces hemos oído “me aburro”? Muchas, muchísimas veces hemos visto a niños y niñas languidecer por las esquinas o enfadarse, reclamar nuestra atención, al lamento de “me aburro” y ninguna de las soluciones que ofrecemos son bien recibidas.
Pues el aburrimiento, que muchas veces es un quebradero de cabeza para padres y madres, es beneficioso para el desarrollo de las personas.
El aburrimiento se da principalmente en la infancia y la juventud, y va desapareciendo paulatinamente con la edad. No es que las personas adulas no nos aburramos, pero el aburrimiento, la apatía por no saber qué hacer se diluyen porque por norma general, una persona adulta aprende a estar consigo misma, identifica sus gustos crea recursos para llenar esos tiempos, o simplemente agradece un rato sin nada que hacer para descansar y no pensar en nada.
Pero el proceso que nos lleva hasta ese punto en la adultez, lo que lleva a hacer que esa sensación de agobio, de hastío, de tedio por falta de algo que nos entretenga o nos divierta desparezca, es precisamente el aburrimiento. Y es que aburrirse es bueno. El no tener o no saber qué hacer estimula la imaginación y la creatividad buscando una actividad que llene ese vacío, que por lo general es difícil de llenar ya que las actividades a las que se tiene por costumbre recurrir no llenan, no son suficiente.
Esa misma búsqueda nos lleva a conocernos mejor, a saber qué es lo que realmente nos gusta o bien a descubrir nuevos intereses que explorar y buscar nuevas formas de expresarnos o de crecer como personas. Y por supuesto, nos ayuda a manejar nuestro propio tiempo, a estructurarlo y ser autosuficientes a la hora de organizarlos.
Si en edades tempranas les ayudamos a no caer en el excesivo activismo, si no les damos cubierto cada minuto de su tiempo y van acostumbrándose a gestionar su propio tiempo, les estamos ayudando en definitiva, a encontrar alternativas saludables de ocio y tiempo libre a conocer diferentes posibilidades que les permitan organizar su tiempo y disfrutar de sus intereses, sus gustos y sus posibilidades.
Así pues, para luchar contra el aburrimiento, nada mejor que parar un momento y pensar. Cuando oigas el consabido “me aburro” en vez de ofrecer alternativas de cosas por hacer (¿Por qué no lees? ¿Por qué no me ayudas en la cocina? ¿Por qué no juegas a esto o lo otro?) Anima a tu hija o hijo a pararse, a sentarse y pensar qué es lo que le divierte, a identificar qué le apetece hacer, por qué motivos no quiere hacer lo que hace otras veces o por qué no quiere comenzar una nueva actividad… en definitiva a analizar la situación. Si es preciso ayúdale en el análisis, pensad juntos pero intenta no dirigir sus conclusiones, que sea su propia cabecita la que arroje una solución, estimula su imaginación, deja espacio libre a su creatividad. Es una gran ayuda para crecer y madurar.
Pero también ten en cuenta que en determinados momentos el aburrimiento no tendrá cura porque lo que realmente buscan es un achuchón, un momento de atención ya que el contacto con papá o mamá es lógicamente muy importante y se necesita en distintos momentos del día. Así que en ese caso no tendrás más que prestarle unos momentos de atención, y enseguida se irá a jugar con la pila cargada.