1978, fue un año muy alegre para mí, pues mi familia, toda, estaba completa, compartiendo momentos felices. No éramos una familia perfecta o como la que pintan las series de Estados Unidos, felices al 1.000%, pero, al menos, teníamos ratos que nos hacían experimentar cierta estabilidad emocional. Cierta mañana, mientras comprábamos en un mercado de la ciudad capital de mi país, El Salvador, pude ver, de repente, en unas jaulas, estaban encerrados, unos preciosos periquitos verdes, conocidos aquí como catalnicas, se encontraban dando de alaridos con una gran fuerza, como que dijeran: "llévame, no te defraudaré, adóptame , por favor". En ese instante, yo me encontraba muy triste, pues mi anterior mascota era un lindo gatito que , simplemente , se fue, sin dejar rastro alguno y yo necesitaba, con mucha urgencia, llenar ese vacío, con un remplazo, aunque fuera otro tipo de mascota, por lo que le pedí a mi madre que me comprara la preciosa catalnica. Así fue, mi madre sacó 5 colones de su bolsillo, la moneda oficial en esa época, y me lo compró. Cuando llevé al periquito a casa, todo fue mucha alegría entre mis hermanos, que éramos 3 contándome a mi persona. Todos cargaban a "Perry" en la cabeza, en el hombre y le besábamos su pico, en señal de amor. Es increíble como un infante puede querer tanto a su mascota, al igual que una madre o un padre o un hermano. El periquito era tan, pero tan precioso, que, siempre que llegábamos, con mi padre, a mediodía, a la casa, y él pitaba su automóvil, "Perry" comenzaba a gritar de felicidad tal si fuera un niño pequeño e inocente, yo pensaba: " como nos ama "Perry" y como lo amamos nosotros. Él era parte integral de nuestras vidas. Mi papá, incluso, a pesar que era duro de sentimientos y nunca nos dio un beso o un abrazo o, mucho menos, conversar con nosotros, "se había enamorado" del animalito. Si íbamos a la tienda, el periquito nos acompañaba, si visitábamos a nuestros familiares, allí "se nos pegaba" y hasta lo más inconcebible, si entrábamos al baño, a hacer nuestras necesidades fisiológicas, allí tenía que ir el periquito, de milagro, nunca se fue en el hoyo del inodoro. Toda esa alegría llegó a su fin una tarde de un día domingo, mientras almorzábamos , felizmente. A eso de las 12:30, como de costumbre, mientras todos tomábamos nuestros sagrados alimentos, colocamos a "Perry" sobre el suelo para que él esperara, tranquilamente, por su ración de masita . Todo transcurría con normalidad, hasta que mi padre le ordenó a mi hermano, Luis, mayor que yo, que se levantara a traer sal a la cocina y, mientras él regresaba, por cosas tristes e impredecibles del destino, le puso el pie, tan de repente y con tal fuerza, al periquito , que lo aplastó de un sólo tajo. Nuestras caras se desfiguraron al escuchar el alarido de lamento y dolor de mi amada mascotita, no lo podía creer, Perry" estaba agonizando por aplastamiento de un cuerpo , sumamente, pesado, pues mi hermano, para ese momento, estaba pasado de muchas libras. Aún logramos levantarlo, muy rápidamente, y ver como moría por asfixia, fue imposible resucitarlo, ni los mejores paramédicos lo hubieran logrado. Ese día ha sido uno de los más tristes de mi infancia, la pérdida de mi mascota, mi fiel compañero de juegos y de ratos d e soledad, sólo mi querido "Perry" me daba consuelo y verlo, ahorita, frío y con rigidez, fue horrible y traumatizante. Rápidamente, le cavé una tumba en mi jardín y le puse una piedra, a modo de lápida. con la inscripción de su nombre. Todas las noches, iba a su tumba a ponerle una flor y a recordar esos momentos felices que pasé con él. Después de tantos años de eso, 41 para ser exacto, y que desde esa fecha he perdido , prácticamente, a toda mi familia , a excepción del hermano que cometió ese "periquicidio", esta experiencia me da una lección: todas estas pérdidas de seres queridos , siempre nos ayudan a ser más fuertes en la vida, independientemente, que se trate de una mascota de una madre, un padre o nuestros hermanos. Todo, en esta vida, es un aprendizaje.