Revista Cultura y Ocio
Me apetece invierno. Ponerme la chaqueta, el gorro y los guantes y quedar en Sol bajo el árbol gigante si es que lo han puesto ya, que diría que sí. Saludarte, escuchar tu respuesta un poco tímida, vislumbrar esa sonrisa escondida tras tu bufanda.
Decirte que estoy leyendo un libro, está en inglés un poco para practicar, un poco por postureo; preguntarte a continuación si lees y esperar tu respuesta, escuchar que tú eres más de escribir y pensar que tú y yo nos íbamos a entender.
Empezar a caminar por el centro, bajo las luces y entre el bullicio de la gente; me apetece volver a atravesar la Plaza Mayor arrullado por tu voz, por tus historias, contarte las mías como si las fueras a escuchar por primera vez, de hecho las estás escuchando por primera vez y la noche de Madrid nunca fue tan refulgente.
Hace frío, entramos en el mercado de san Miguel como si pudiera permitirme invitarte a algo decente, damos una vuelta y nos perdemos por las callejuelas de Tirso y de la Plaza Mayor, hasta que recuerdo que tengo hambre y paramos a por un bocata de calamares. A ti no te apetece comer pero sí beber, y por primera vez te pido una coca-cola y me cuentas que eres casi adicta pero que por otro lado no te gusta el café.
Me apetece volver a caminar por esas calles y de hecho lo hacemos como aquella noche, hasta la plaza de santa Ana aunque sigue haciendo un frío que pela, pero a mí no me importa porque voy levitando por Madrid. Soy el único que esta noche sabe levitar porque soy el único al que le has dado ese poder, chica Pinto.
Y nos sentamos en unas piedras frías que hay en medio de la plaza, como si no hiciera cincuenta grados bajo cero a nuestro alrededor y estuviéramos rodeados de una cúpula protectora; y me hablas de tu familia como si nunca hubiera oído hablar de ellos y de Setúbal como si nunca hubiera estado allí, y yo te cuento el problema de ser o no padrino de mi primo como si ya nos conociéramos de mucho y lleváramos toda la vida esperándonos.
Y hablamos y hablamos hasta que se nos acaba el tiempo y entonces Madrid parece apagarse. Y así estuvo hasta que nos las arreglamos para vernos la mañana del día siguiente. No podíamos esperar más a descubrirnos, como si supiéramos que nuestras vidas acababan de cambiar, como si nos quedara poco tiempo.
Y un año después Madrid sigue brillando al verte igual que la primera vez. Y me apetece verte y perdernos por las calles como aquel 30 de noviembre dichoso. Qué digo, me apetece verte y perdernos mucho más, precisamente porque ahora puedo compartir contigo mucho más. Ahora aquello que comenzó aquel día es mucho más auténtico, y a pesar de mis miedos e inseguridades, a pesar del combate, a pesar de todos mis fallos y de mi egoísmo esta hoja me alcanza a decirte esas palabras que te dije por primera vez una noche de marzo lleno de miedo.