Me siento a escribir mientras una suave brisa mece las cortinas del espacio donde estoy sentada frente al ordenador, dejando que mis manos se desplacen por el teclado sin tener claro que es lo que brotará en este instante.
Yo soy siempre la primera que se sorprende de lo que este instante me trae en forma de pensamientos, que se traducen en palabras, que se plasman en frases, otorgando un significado y un orden que no controlo.
Me detengo después de cada frase, y cada punto y aparte es como un respiro, una inspiración, una quietud que de pronto se ve alterada por un nuevo pensamiento que brota de mi mente y que queda reflejado sobre el papel.
Escucho y escribo.
Me aquieto, escucho, y dejo que las ideas me sorprendan.
¿Qué es lo que mi mente quiere contarme en este instante? ¿Qué es lo que busca expresarse a través de mí?
Todo brota a su debido tiempo, ni antes, ni después. No puedo forzar lo que lleva su propio ritmo. Solo puedo estar dispuesto para que cuando ese movimiento surga en la conciencia lo recoja en mis manos y vea la luz.
Si trato de forzar, sufro.
Si me altero queriendo saber que es lo que quiere expresarse, corto el flujo de vida y me detengo antes de tiempo.
Hay un ritmo por debajo de nuestro deseo de saber. Una corriente subterránea que se mueve serpenteante a su propio ritmo. Un torrente que no sabe de urgencias. Que siempre está fluyendo esperando que te unas a él en su cadencia.
Si lo haces, si te tomas el tiempo para aquietarte y escuchar, ese fluir te trae una sabiduría que creías olvidada. Te trae el recuerdo de un Reino no tan lejano donde un día fuiste feliz y a donde puedes regresar si ese es tu deseo.
Entonces das un paso atrás, y observas. Observas esa corriente que se despliega delante de tus narices. Y no haces nada, solo observas. Y esperas, esperas a que ese director de orquesta que es la vida te de paso.
Es tu momento.
Y entonces tocas tu música.
LLevas mucho tiempo ensayando para este momento.
Ya ha llegado.
Ahora es tu turno.
Has esperado en silencio escuchando, alerta a esa indicación de tu maestro.
Toda tu vida se concentra en este instante.
Y dejas que la música se mueva a través de ti, te conviertes en una canal para que esa corriente amorosa salga a la luz y toque el corazón de todos los que te escuchan.
Y vuelves a sumirte en el silencio.
Y todo vuelve a empezar.
Me aquieto, escucho y espero la señal.