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Me casé por alegría - Natalia Ginzburg

Publicado el 03 diciembre 2018 por Rusta @RustaDevoradora

Me casé por alegría - Natalia Ginzburg

Novela, ensayo, relato, teatro: Natalia Ginzburg (Palermo, 1916 - Roma, 1991) escribió de todo y todo lo escribió bien, no en vano es una de las grandes del siglo XX, una escritora que supo construir un universo literario rico a partir de la observación de las menudencias cotidianas. La parte menos conocida de su obra, al menos para el lector español, es su faceta como dramaturga, que cultivó a partir de los años sesenta, ya como una autora consumada. Me casé por alegría (1966), inédita hasta la fecha en castellano, fue su primera pieza, una comedia de costumbres de estructura circular que tiene su sello inconfundible. Es posible que el público actual esté poco habituado a leer textos dramáticos; aun así, si se ha leído antes a Natalia Ginzburg, no cuesta entrar en este (de hecho, sus novelas se caracterizan por su cercanía a la expresión oral, en forma de diálogo o monólogo interior, fundamental en el teatro). Es más: nada mejor que tomar contacto con el género con una autora ya leída y apreciada.

Giuliana y Pietro son dos jóvenes recién casados que viven en Roma. Él, un abogado a quien auguran un futuro brillante; ella, una chica de provincias humilde que se marchó de casa a los diecisiete años y se ha dado algún que otro batacazo. Enseguida se descubre que contrajeron matrimonio cuando apenas se conocían; la obra se centra en los primeros días de su convivencia, que ponen de relieve lo poco que saben el uno del otro y tratan de responder, de manera directa o indirecta, a la pregunta de por qué se casaron ("Estaba dispuesta a casarme con quien fuera cuando te encontré, ¿entiendes? [...] Con cualquiera. Estaba dispuesta a todo.", p. 15). Como culminación, en el último acto, una comida con la hermana y la madre de Pietro, esta última una mujer recia y tradicional que aún no conoce a su nuera y tiene mucho que decir.

Tres atributos se pueden destacar del texto: los personajes, los equívocos y el retrato de costumbres burguesas. En primer lugar, sobresalen los protagonistas, en particular los femeninos, perfiles psicológicos complejos que se revelan en apenas unas líneas. Giuliana, en un monólogo espléndido ante la sirvienta, se muestra como una chica fresca y desenvuelta, que no ha tenido suerte con los hombres ni le gusta trabajar (y lo admite); perdida, sin rumbo, de naturaleza jovial pero no obstante desdichada, que recuerda a Delia de El camino que va a la ciudad (1942) y a Mara de Querido Miguel (1973). Giuliana narra su historia con desparpajo y humor a pesar del dramatismo; la autora brilla una vez más en la naturalidad con la que explora las dificultades de una mujer joven para abrirse camino en la vida, con un lenguaje ameno, fluido, coloquial, nada rígido, acorde con el personaje. Lo mismo ocurre con la suegra, una señora conservadora, metomentodo, pesimista; y la criada, Vittoria, una muchacha alegre y pizpireta, de quien no se sabe si miente más que habla pero con todo se gana las simpatías (de los personajes y del lector-espectador) con su labia y su improvisación.

En cuanto a los equívocos, son un recurso frecuente para contraponer a marido y mujer y, de paso, profundizar en su persona. Por ejemplo, se hace referencia a alguien que uno conoce, y el otro dice que también lo ha tratado, sin estar seguro en realidad; tan solo les suena un nombre, una cara (el señor muerto en el primer acto, la amiga Elena o la clienta de la papelería). Este truco actúa como metáfora de la distancia entre ellos, de lo desconocidos que son el uno para el otro, de la existencia que han llevado antes de cruzarse; creen que saben cosas de su cónyuge, pero en la práctica solo pueden intuir, sospechar. El equívoco, además, añade comicidad al pequeño enredo; la autora sabe exprimirlo para mantener la tensión, esa pizca de curiosidad por lo que ocurrirá, aunque de hecho el interés principal reside en el desarrollo de los caracteres.

¡Qué extrañas esas madres que se quedan agazapadas allí en el fondo de nuestra vida, en las raíces de nuestra vida, en medio de la oscuridad, tan importantes, tan determinantes para nosotros! Uno se olvida mientras vive, o se le pasa, o cree que se le pasa, pero nunca se le llega a pasar del todo. ¡Tu madre es una tarambana y al mismo tiempo tan determinante! No parece que pueda marcar a nadie y sin embargo te ha marcado a ti... *

Se plantea asimismo la tensión entre madres e hijos (con una magnífica reflexión final), un tema clave en Natalia Ginzburg. Y, por supuesto, el matrimonio, los motivos para casarse tan pronto, sin un "enamoramiento" convencional ni un embarazo de por medio. Durante gran parte de la obra, Giuliana especifica que se casó "también" por dinero, sin confesar a qué razón se suma ese "también". Pietro reconoce que lo hizo por alegría, de ahí el título, porque Giuliana le da una alegría, una ligereza, que contrasta con el estilo de vida del hogar materno ("Jamás me habría casado con una mujer que me tuviese hechizado. Quiero vivir con una mujer que dé alegría.", p. 72). A la postre, el matrimonio temprano se concibe como vía de escape, la única forma sólida de cortar el cordón umbilical. En este sentido, quizá por su naturaleza de comedia para ser representada (y, por consiguiente, escrita para entretener al espectador), no está teñida de tanto malestar como otros títulos de Natalia Ginzburg. Hay amargura en la voz de Giuliana, hay tensiones en la casa recién establecida; pero en el diálogo liviano predomina la gracia, el "saldremos adelante pese a todo", easy-going.

En definitiva, Me casé por alegría es una pieza engarzada a la perfección, una comedia donde se deslizan los conflictos imperecederos de la burguesía, de la relación entre madres e hijos, de la búsqueda de un lugar propio, del amor y del matrimonio, del tedio y de la fiesta, pasando por las clases sociales y las habladurías. Un libro empapado del universo de Natalia Ginzburg: buscar un sombrero, charlar con la criada desde la cama, compartir una comida o encargar un abrigo nunca dieron tanto de sí. Engrandece lo minúsculo, ilumina los rincones polvorientos. Utiliza palabras sencillas para revolver situaciones complejas, se burla del matrimonio y su solemnidad. No pasa nada y pasa todo. Y, por si fuera poco, contagia su buen humor. Maravilloso.


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