Un oportuno rayo de sol hace que el dinero que se ha gastado esta señora en la peluquería sirva aún más. Claro que ella no sabe que yo estoy retratándola con mi cámara. Si lo supiera no creo que le gustase la idea porque a nadie le gusta, pero en fin, yo sé que no voy a hacer nada malo con su imagen. Tan solo publicarla aquí y admirar su peinado y el oportunismo solar.
Esas pequeñas casualidades que nos regala la vida. Justo a esa hora, el sol se filtra entre los árboles y uno de sus rayos va a dar precisamente a ese punto donde se sentó a descansar la señora. Tampoco es que tenga mayor importancia, pero si nos fijamos bien, vemos que se ha desatado una pequeña cadena de acontecimientos que de otra forma no hubieran existido: yo me fijé en la escena, preparé mi cámara, tomé la foto, la procesé, la subí al blog, escribo este texto, etc. etc. no sabemos qué más va a suceder a partir de ahora gracias a (o por culpa de) esta imagen.
Y la señora tan tranquila, ajena completamente a la cantidad de circunstancias que han cambiado, ajena a que tal vez alguien, al otro lado del mundo, se sienta especialmente conmovido por esta foto y le recuerde su juventud, cuando se pintaba el pelo de ese color y conoció al amor de su vida…
Tantas y tantas vueltas puede dar un simple detalle. Mi intención, naturalmente no fue nada de eso. Yo solo quise rescatar el color del pelo aprovechando que estaba siendo potenciado por el sol y aprovechando que la señora no estaba pendiente de mí.
Por eso no sé si debemos hablar de casualidad o de causalidad. Cada uno que decida lo que mejor le va. Yo, de momento, subo esta foto y esta reflexión con la esperanza de que a alguien le sirva de algo.
A mí me da qué pensar.