Revista Comunicación
EL PECADO ORIGINAL de las televisiones públicas, de todas, es la descarada utilización política del medio. Los partidos políticos, todos sin excepción, no saben gobernar sin tener una tele para manejar a su antojo. Tienen su tele, como tenían su Caja de Ahorros o tantas y tantas otras cosas. El modelo introducido por Zapatero en RTVE es, tal vez, el menos intervencionista, pero esa es otra historia.A pesar de todo, hubo un tiempo, lejano ya, en el que Telemadrid fue por derecho propio una referencia informativa y social, además de un ejemplo para las otras radiotelevisiones públicas. Sus directivos no habían inoculado aún el virus del sectarismo y lo que decía el canal autonómico madrileño iba a misa. Ese prestigio, ganado a pulso durante años en un contexto de feroz competencia, fue truncado de forma abrupta por la llegada de Esperanza Aguirre al gobierno regional. No es que su antecesor, Gallardón, renunciara al control del Ente, que no lo hizo, sino que actuó con más equidistancia, contención y disimulo.El PP nunca ha ocultado su interés en privatizar Telemadrid. Sabíamos que tarde o temprano iba a ocurrir. La novedad es el camino elegido, mediante un ERE que va a dejar en la calle a 925 personas, el 80% de la plantilla. “No hay más remedio, la plantilla está sobredimensionada y los ingresos por publicidad han caído hasta hacer insostenible el modelo”, dicen al alimón el gobierno de González y los directivos de la cadena. Los trabajadores, muchos de los cuales ganaron su puesto de trabajo mediante una oposición, se irán a la calle. Los directivos, en cambio, pese a su mala gestión, seguirán al frente del aparato de propaganda que con tanto ‘éxito’ han mantenido. Tal vez con otra forma de gestionar, sin afrontar inversiones imposibles, sin adquirir derechos audiovisuales ruinosos, sin subvencionar películas de dudosa utilidad, sin mantener en la parrilla programas y presentadores cuya único mérito es ser altavoces del PP y sin sueldos desorbitados, tal vez, digo, sin esa dilapidación de recursos, se podría haber evitado el desastre. Por no hablar del prestigio perdido a chorros por culpa del control partidista con el resultado ya conocido de una burda manipulación informativa. En 1998 la cuota de pantalla era del 20,6%; en 2003, cuando llega Aguirre e impone a su amigo Manuel Soriano como director general, la audiencia rondaba el 17%; en un 5%, y bajando, estaba cuando la presidenta madrileña presentó su dimisión. Bien es cierto que, cuando, desde la calle Espronceda comenzaron las emisiones en 1989, las televisiones privadas estaban en pañales y a la TDT ni se la esperaba.El ERE ‘adelgazará’ la plantilla con el fin de que la cadena resulte más atractiva para poder venderla al mejor postor. Visto lo visto, cabe imaginar a manos de qué empresarios irán a parar los restos del naufragio televisivo. Por desgracia, y bien que me duele porque yo también colaboré en alguno de sus programas, el Ente Radio Televisión Madrid lleva en negro demasiados años. Si el ERE, entre otras cosas, no es una purga ideológica se le parece bastante.