Revista Homo

Me enamoré de un drogadicto.

Por Arturolodetti @latitudgay

Me enamoré de un drogadicto. Espero no me odies por recordarte

Por Cano IG: psicologocano

Las noches homosexuales capitalinas tienen un abanico de ofertas de entretención, lugares mágicos que invitan al misterio y la fantasía, capaces de llevarte al extremo de la vida. Haciéndote olvidar esa infantil frase “yo jamás haría eso” muchas veces simplemente te transforman en el toque de fondo de una fiesta con boleto de entrada y a la vez sin puerta de escape.

Me enamoré de un drogadicto.

La oferta de hombres es variada, algunos pueden llegar a la carta a través de la aplicación de turno, otros levantados en algún bar que se resiste a morir en pandemia o también en un cruce de calles, donde la mirada entre paquetes es una tentación en navidad.

Colaboran con el juego sensual que se da entre las miradas cómplices de la provocación al límite.

En cosa de segundo podemos ser víctimas o victimarios de una atracción que nos puede llevar a creer en el amor instantáneo.

En una sociedad individualista que no ha logrado saltar la barrera a lo colectivo, cualquier gesto de empatía puede ser leído como una señal directa de amor o interés.

Con los años te acostumbras a la frase autoconsciente que dice “a mi edad ya no me pasará eso, esto y aquello” y en menos de lo que dura un trago nos damos cuenta de que estamos junto a eso, esto y aquello que decidimos habíamos negado minutos antes, al parecer toda profecía debe cumplirse. Lamentablemente las noches homosexuales no cuentan con un Nazareno que entregue el perdón a los arrepentidos, también la iglesia franciscana tiene las puertas cerradas y el cerro de Miguel Ángel necesita salvoconducto y un cuerpo compensado  para ir y llorar frente a la virgen, la misma que toco Chile en dictadura hacíéndonos llorar de esperanza.

Me inicié en la vida homosexual a temprana edad, jugar con los límites era un desafío constante, una buena noche debía ser como una la película del sábado en los años 80, tiempos de cassette y militares por las noches del país. La película del sábado lleva una buena dosis de sexo, droga y rock, para mí la mezcla perfecta de entretención.

Me encontraba en ese momento cuando llegó él, posiblemente su porte, su voz y la inteligencia me hicieron bajar las defensas y comenzar lo que sería una historia de desilusiones, pasaría a ser testigo de un cuerpo acabado y abandonado a ninguna suerte, en la vida del drogadicto homosexual la suerte es un poco de sexo con droga que calma la ansiedad y la angustia.

El cuerpo es solo un objeto penetrante o penetrado que hace el gancho para recibir aquella elipse que tanto se espera.

Para mi enamorado drogadicto los cuerpos podían ser todos, viejos y jóvenes se podían deleitar a cambio de una buena tirada nasal. El límite ya se había perdido.

Las noches de junta comenzaron a realizarse. Risa, droga y sexo eran parte del programa habitual, al igual que la desaparición de dinero y objetos. Él siempre pensando que no me daba cuenta de lo deteriorado de su cuerpo y lo opacó en su mirar. Se podía ver la desesperanza atravesando su alma.

Una noche de revuelta corporal, llegó la hora de terminar la frenética locura que había comenzado 20 horas antes y que seguía forzada por la blanca sustancia que te deja inagotable. Mi enamorado de alma deslavada intentaba decir el mejor poema de amor, su mirada lo decía todo y lentamente, sus labios solo sostenían un cigarro y alguna sonrisa, las palabras estaban todas en sus manos y ojos.

Cansado de seguir la noche intento dormir, al iniciar el sueño siento ese ruido que sabía que llegaría en algún momento. Más palabras que latidos pasaban en mi corazón. De pronto siento una mano acariciando mi cara, un beso en la frente y un “nos vemos pronto”.

Mi abultada billetera había quedado en una simple hoja, llena de plástico y dolor, no tan solo había desaparecido el dinero sino también la mínima esperanza abrazada al cambio.

Pronto llegó, contento y con las palabras en su boca que luego bajarían a sus dedos y ojos. Me demoré, pregunto, según que dije yo. Entro a la cama y saco de ese polvo mágico que a muchos hace perder la dignidad. En ese momento lo invité a la verdad.

Recuerdo parte del diálogo “No te diré nada, pero te doy la oportunidad de contarme, tú sabes a lo que me refiero, no debes ir por rodeo ni pensar que no sabes a lo que me refiero. Me dice dame un momento, no es fácil para mí, el polvo de la felicidad se había llevado todo lo humano que poseía su cuerpo” ponerse en el lugar del otro le era un recuerdo de infancia. No imagino que le podía hacer pensar que para mi era fácil.

Confiesa el crimen entre los amantes, donde la traición y la desconfianza inician la fecha del término. El tiempo siguió, preparándome para el final que me salvaría de una vida tan infecciosa como la que me enteré de él, tan lastimada y dañada como su cuerpo, una vida tan evitada y desaparecida donde el terminal seguro será una lenta muerte.

Un cuerpo para abuso colectivo por algún momento de respiro profundo, un cuerpo irrescatable, ni para remate ni salvación podía servir. Si alguien piensa en ganar el cielo, ese cuerpo de alma mutilada en desprecio y olvido ese era un cuerpo vivido de estigma y grabados sociales. Un muerto grafitero para los que solo buscan el placer sexual sin mirar a los ojos, fue un romance corto, pero intenso. Tan intenso que me robó unos años.

Con el tiempo la sífilis y la sarna hicieron lo suyo, su necesidad de droga era todo lo que dominaba su mente, corría la necesidad por sus venas.

Su cuerpo comenzó a ser de todos quien pudiera calmar su frenético deseo de tener algo en su nariz y callar la fractura de su alma.

La última vez que lo vi, salía de mi departamento, estaba ahí, tembloroso tratando de modular por dos cigarros sueltos, posiblemente pagados con algunas monedas tomadas a escondida de algún pantalón amigable que paró su angustia.

El romance fue tan corto como los efectos de la droga y tan largo como la angustia que sentía cuando no la tenía recorriendo su cuerpo.

Creo que su lejanía fue otra oportunidad que me dio la vida. La última vez que supe de él estaba muriendo, su voz ya se encontraba en las puertas del recuerdo y posiblemente una rosa blanca adornaba su velador.

Espero no me odies por recordarte en público momentos antes de tu muerte.

ó

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