Revista Tendencias

Me estoy odiando un poco

Publicado el 23 diciembre 2015 por Claudia_paperblog

Y ahora tengo miedo y le hago lo que le hizo su amigo, hago lo que dijo su madre que hacía, evitarlo para no tener que despedirme, para que la relación se enfríe y al irme no sea tan doloroso decir adiós. Ya no le escribo, no quiero (o puedo) quedar con él a solas, no le invito a comer, cenar, desayunar, dormir, no hacemos los deberes juntos.

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Fotografía de Alex Praguer

¿Y de ese otro día te acuerdas? Cuando yo no estaba en casa y al llegar te vi en mi puerta, diciéndome que habías ido a llamarme varias veces, que me habías escrito y que te habías preocupado al no recibir respuesta. Yo te tranquilicé, te lo conté todo y te dije que me tenía que duchar (¿Quieres ducharte conmigo?, podría haberte preguntado, pero no debía y sabes el motivo). Te hice pucheros, puse esa cara tan mona de niña pequeña que te pide un favor y te dije si te podías quedar y hacerme los macarrones mientras yo me duchaba. Y tú aceptaste fingiendo estar contrariado. Y yo, feliz en la ducha, sabiéndote en mi cocina, preparando algo para mí solo porque estaba hambrienta, cuando en realidad tenías que hacer cosas para la universidad. Y luego tú, riéndote de mí, por lo alto que canto, diciéndome que mis compañeros de piso deben odiarme porque no les dejo vivir, riéndote porque había cantado en solo 15 minutos una canción en cada idioma: la de rap francés, luego la alemana, una inglesa y por último la española.

Y me estoy odiando un poco porque cuando me contó eso que está haciendo su amigo le dije que me parecía una tontería, que yo en su lugar aprovecharía los últimos días ahí con la gente a la que más quiero. Y ahora soy una hipócrita porque estoy haciendo eso yo también, evitando, cerrándome, no permitiéndome tener sentimientos, ni expresarlos, sin darle ningún abrazo, ni ningún beso, casi ni sonrisas ya, ni miradas cómplices, ni siquiera un golpecito en el hombro, para indicarle que aún estoy aquí, que no le fallaré. Y es que también me odio por depender tanto de él, por ser tonta, por querer verle con todas mis fuerzas, por estar triste ahora mismo. Y es que esa peli también me ha dejado con una congoja en el pecho… Una sensación increíble, de verdad, de impotencia por no poder estar ahí metida en la pantalla para encontrar una solución. Las luces, la música, las voces, la poca comunicación, el esfuerzo por entenderse, los enredos cada vez más enredados, los problemas cada vez más grandes, más problemáticos, la mezcla de sentimientos, la soledad al principio, la indiferencia por parte de los demás, la sorpresa luego, la diversión y alegría de las primeras frases que se dicen cuando conoces a alguien, la tontería, las bromas, las risas, los recuerdos, el momento serio, la tristeza, las lágrimas, luego la incertidumbre, el miedo, la valentía después, la euforia, el desfase, y el llanto final, las desgracias seguidas una detrás de otra, y la desolación, las ganas de vomitar y la falta de aire.

Y el saber que a muchas de estas personas no las volveré a ver probablemente nunca más, o una vez al año si llega. Haremos el Camino de Santiago, espero.

Y a hacer maletas de nuevo. Deja de hacer y deshacer maletas ya, pesada, solo te hace llorar. No sé cómo me puede gustar tanto viajar y a la vez odiar esta sensación que me oprime el pecho cada vez que tengo que decidir qué meter en la maleta, porque es una mierda, volver siempre es una mierda, y más sabiendo que el final se acerca. Pero es mejor así, no aguantaría más días aquí sin él.

Y ahora han llamado a mi ventana, y me he sobresaltado, aun sabiendo que no podías ser tú. Era Anna y, de verdad, me he quedado destrozada, decepcionada. Y ahora suena esa canción, la que pusiste la mañana en la que me desperté en tu cama tras aquella noche tan rara.

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