... «Me la merecía. Por herencia y por tragón. Hace tres meses que me la diagnosticaron, pero lo más extraño del caso es que no llegara antes, porque si a algo entregué mi vida fue a engullir sin descanso. Ahora como menos que un jilguero y mi papada no parece la de un pelícano, pero antes fui un animal furtivo que saqueó neveras sin freno, poseído por una ansiedad omnívora que jamás rehuyó las más grotescas combinaciones alimenticias. Podía pegarme un trago de colacao tras devorar un bocata de mortadela; o meterme una docena de churros tras paladear nocilla a cucharadas. Pero eso se acabó. Tengo 41 años y quiero cumplir muchos más. Me lo dijo el médico el día que entré en urgencias con un nivel de glucosa que sobrepasaba los 580 --lo normal es 100--, al borde de entrar en coma»...
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Revista Comunicación
Escribe Alberto Mahía: