Me he dado cuenta de que últimamente solo pienso a conciencia mientras conduzco. Es casi el único momento del día que tengo en soledad, cuando voy y regreso del trabajo. Suelen ser unos 30 minutos por trayecto, algo más por las colas de la mañana, un tiempo precioso que me permite estar en paz conmigo misma.
Ni es mi coche ni mi brazalete. Foto: http://www.16valvulas.com
Treinta minutos que alargo como un chicle, que me permiten escuchar mi programa favorito de la radio; hablar con alguna de mis amigas o con mi madre -manos libre mediante-; pensar mentalmente en la lista de la compra; recordar algún episodio de la jornada laboral y detectar errores; recordar los cumpleaños próximos y mandarme a mí misma un archivo de audio para no olvidarme; decir en voz alta el arranque o el tema de una próxima entrada para este blog.
Treinta minutos en los que siento, normalmente con el automático puesto, como si estuviera aislada en una cápsula del tiempo con una palanca que manejo a mi antojo. Miro a mi alrededor a través del parabrisas y analizo la situación: compruebo si la autopista del norte (TF-5) tiene algún desperfecto nuevo, aunque en los últimos días han reasfaltado una parte a la salida de Santa Cruz; me fijo en la matrícula del que conduce delante y un impulso me hace adelantarlo para ver su cara de refilón a mi derecha. Tiene el rostro cansado, debe volver a casa tras una intensa jornada en la que la operación estrella se ha ido al garete, no ha contado con los avales necesarios o simplemente no la supo ejecutar correctamente; parece que se le cae el mundo encima, la apatía lo inunda, puede incluso que la banda sonora de ese momento sea muy triste.
Sin embargo, a mi izquierda, la antítesis: un individuo muestra exultante alguna alegría, gesticula con la boca cantando, tal vez, el ‘Can’t stop the feeling‘ de Justin Timberlake, mientras mueve la cabeza y parte del cuerpo con movimientos arrítmicos que no me pegan para ese tema, no debe tener sentido del ritmo pero se le ve feliz.
Al final, la carretera es escenario fiel de lo que somos y cómo lo vivimos. Es mi espacio, en el que solo estoy yo y nadie me invade (si tengo la suerte de que ninguno se me estampe). Me gusta conducir, aunque BMW se apropiara de la frase en el pasado cuando interperlaba al televidente en sus anuncios. Más o menos, aunque por otros lares, así me siento mientras voy en el coche.
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