Revista Diario

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Por Negrevernis
Domingo. Suena el despertador. Lo apago, invariablemente, en su insultante hora. Leve, ligerísimo dolor punzante en la espalda. Me arqueo, coloco la almohada -en lo fresco-, estiro las sábanas, el embozo, la manta. Me doy la vuelta y espero un poco más a que las agujas del reloj lleguen al tres...
Ducha, jabón de coco, hidratante oloroso -regalo de Reyes. Desayuno sin diamantes de cereales de chocolate y leche fría, crujiente todo, una revista cerca y parloteo de Niña Pequeña -¿podré ver luego los dibujos, mami? Estirar -de nuevo- el mantel, las migas, una, dos, tres cucharas y las tazas. Mañana recuérdame comprar una nueva caja de cereales, tal vez galletas...
Mediodía. Libros de texto. Papeles. Ordenador. Colgar el material para los alumnos, repasar los dossieres, remirar los exámenes de recuperación, ilusos todos. Fecha de evaluación, entrega del penúltimo trabajo, dos ejercicios para comprender... Callo mi mente al pensar -también punzante- si esto sirve para algo -como me pregunta la alumna de 1º, la más cercana a la pared. No, tal vez no, o sí, no sé. La conciencia limpia del que sabe que el trabajo está hecho y nada más.
Tarde. Mis apuntes, mi examen del miércoles. Uno, dos, cuatro, sí: desgrano los temas. Poco tiempo, resumen, esquema, esqueletos. Niña Pequeña juega a cocinitas, mamás y bebés. Baño, crema, pijama. Tengo sueño, mami. Cena: pescado, puré de zanahoria, yogur. Cepillo de dientes y jesusito. A dormir.
Noche. Mi libro.
Retiro el marcapáginas. Me siento en mi sofá, lado derecho, cojín rojo -tal vez, mejor, el azul. Llevo mi pijama, calcetines -hace frío. Busco donde me quedé, mientras pienso en los otros libros nuevos que me esperan en la estantería del fondo, recomendación de un amigo. El despertador sonará mañana insolente y será aún de noche -ni azul ni oscuro. Pero será mañana.
Aquí me quedo. Encontré el párrafo.
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