Soy pastafari. Que le vamos a hacer, ¡he visto la luz! Está claro que la fe mueve montañas y yo, qué quieren que les diga, por mucho que haya recibido una formación del catolicismo, de cuyo catecismo todavía me acuerdo –¡y quién no!—, su fe no me ha entrado. Y mira que hubiera sido fácil, pero yo ni tan siquiera llegué a ser monaguillo, cuestión muy corriente en los niños de mi generación.
Pero claro, cada vez me doy más cuenta de que sin fe no se puede vivir. La fe, lo es todo. Todo lo arregla. Que hay algo inexplicable, es cuestión de fe. Que algo no se entiende con razonamientos, es cuestión de fe. Por lo tanto, he llegado al convencimiento de que es una necesidad, porque es capaz de ayudarte en tus divagaciones. Echas mano de la fe cuando quieres defender algo, y a ver quien te lo discute.
Y puestos a elegir, me he hecho pastafari. Sí, ya sé, que hay quien dice que es una imbecilidad, que es una religión de cachondeo. Pues miren ustedes en Austria ya la han legalizado. Y aquí no tardarán mucho. Y es que ser pastafari tiene sus ventajas. ¿Acaso es más fácil creer en un dios trino que en una bola de espaguetis con albóndigas? ¿Es más normal comerse el cuerpo de tu dios o beberse su sangre que comerte al dios espagueti que está para chuparse los dedos?, y además no practicas canibalismo.
Y no crean que el pastafarismo es una tontería o una cosa rara de los americanos o los austriacos. No, viene hasta en la wikipedia, o sea forma parte esencial de nuestro mundo. Todo lo que viene en la wikipedia va a misa.
Además tiene muchas ventajas. Los pastafaris tenemos tres días de fiesta a la semana, viernes, sábado y domingo. Y nuestra religión, al contrario de lo que se pueda pensar está muy elaborada. Tenemos nuestro dios: El Monstruo del Espagueti Volador (Monesvol). Poseemos nuestros Evangelios Pastofaris Apócrifos y ahí viene toda la Verdad: La creación del mundo, los Diez Condimentos, los Preceptos Básicos, El código de Conducta, y nuestras oraciones.
Ser pastifari es cuestión de fe, tú te lo crees y punto, y basta con que te gusten los espaguetis con albóndigas y practiques los preceptos básicos. Y recuerda, antes de entrar en Internet, debes rezar, en voz alta, las siguientes oraciones:
Oh Tallarines que están en los cielos gourmets
Santificada sea tu harina
Venga a nosotros tus nutrientes
Hágase su voluntad en la Tierra como en los platos
Danos hoy nuestras albóndigas de cada día
y perdona a nuestras gulas así como nosotros perdonamos a los que no te comen.
No nos dejes caer en la tentación (de no alimentarnos de vos)
y líbranos del hambre.
RAmén.
Dios te salve, albóndiga,
llena eres de grasa,
las proteínas están contigo.
Bendita tu eres entre todas las carnes,
y bendito es el fruto de tu vientre: el espagueti;
Santa Albóndiga, madre de las carnes,
ruega por nosotros, los consumidores;
ahora, y en la hora de la cena.
RAmén.
Espero que pronto me acompañéis en mi nueva religión. Veréis qué ventajas tiene. Sólo en esta religión hay una forma de explotación, la que pueda ocurrir comiendo mucha pasta. No mandamos de viaje a ningún patriarca para que se lo paguen los demás, ni sometemos las relaciones sexuales a la procreación. Nos importa un pito el sexo de los amantes. Por cierto, condenamos y perseguimos las relaciones no consentidas y especialmente la pedofilia. Y tenemos el gozo y la holganza como premisas mayores. No nos creemos ni mejores ni peores, somos parecidos. Y dejamos en paz a los demás que para eso son mayorcitos. No decimos a otros lo que hay que hacer, simplemente hacemos lo que queremos sin molestar a los demás.
No tenemos copas de oro, ni puertas labradas con diamantes, ni sacristías llenas de instrumentos litúrgicos de metales nobles y de piedras preciosas. Ni nos vestimos con túnicas o velos. En todo caso, lo más que hacemos, es colocarnos un colador de pasta como sombrero –artilugio baratísimo que se puede comprar en un chino—, aunque tampoco es obligatorio.
Así es que si te haces pastafari me parece bien, pero si no, también. Sé libre. Be free, my friend.
Salud y República
P.D. Esta entrada es fruto de un calentamiento cerebral veraniego, con mucha menos consecuencia que la que montaron hace, hoy, 75 años unos sediciosos, conducidos por un genocida, que torcieron violentamente la historia de este país y lo llevaron al siglo XIX.