Le hacen una lobotomía a esa escritora neozelandesa y recuerdo de golpe el personaje de Alguien voló sobre el nido del cuco, a quien, al final de la película, aplacan con la misma técnica en la que se extrae una parte del lóbulo frontal del cerebro. El joven queda reducido a una vida mísera en la que la baba le resbala de la boca sin poder remediarlo. Ese libro te lo regalé yo y, aunque a ti te encantó, a mí al principio me pareció algo pesado de leer. De todos modos, la enseñanza que se extrae de él es brutal y la sensación de congoja del final se me quedó durante varios días. Me gustaba comentar novelas contigo.
Ese libro me lo quedé yo, entre otras cosas porque nunca pudiste llegar a recoger tus cosas de casa de mis padres. Supongo que ha pasado así como compensación por el libro que me perdiste: Mujer de rojo sobre fondo gris. Tengo la esperanza de que en realidad nunca lo perdieses en tus múltiples mudanzas, sino que me mintieses para quedártelo y tener algo de mí, pero creo que nunca lo llegaste a leer, parecía verdad cuando me decías que no recordabas ese libro y que no lo encontrabas por ningún lado. Imagino que ya tenías bastante con mantener unidas las piezas de tu vida, de tu cerebro, de lo que te estaba pasando. Sigo pensando que el J. de hace tiempo habría pensado mucho más en mí y en lo que ese libro me importaba y se habría encargado de comprarme uno nuevo.
La novela que acabo de terminar ahora en este bus de siete horas habla del esfuerzo extra que deben hacer ciertas personas para llevar una vida normal, del miedo que tenemos el resto a la locura, porque sabemos que tampoco somos inmunes a ella, que la realidad que nos rodea es tremendamente frágil, que ni lo que vemos es real porque nuestros ojos tienen en la córnea un punto ciego de entre dos y cuatro grados, pero nosotros no somos conscientes porque nuestro cerebro se imagina la parte que nuestros ojos no ven, como pasa con las personas que tienen glaucoma, pero de una manera más leve.
Si no escribo de ti últimamente no es porque no piense en ti. Primero, es por miedo. Segundo, es porque ya no sé si sabré qué más decir (en realidad la primera y la segunda son la misma, es el miedo a no tener nada más que decir). Y tercero, porque mi cabeza la ocupa ella. A principios de semana, mientras estaba tumbada en el sofá del salón, en la casa de la plaza, me entraron unas ganas locas de saber de ti y de verte. No te escribí porque ya no hago esas cosas, ya no me dejo llevar por los impulsos. Y hasta eso me da pena, pensar que he cambiado tanto que ya no siento como antes porque he querido cambiar para no hacerme daño y ya no puedo volver a ser la de antes. Quizá también es la edad, como le pasa a Parthenope, quizá solamente me he hecho adulta. “El silencio, un misterio en las personas bellas; un error en las personas feas”.
En uno de mis sueños, que son más lúcidos en el pueblo, coincidís ella y tú. Solo hablaré de tu parte. Me paraba a reflexionar que había visto toda tu evolución, todas las casas en las que has vivido: en la Barceloneta, en Hostafrancs (en realidad en la Barceloneta nunca llegaste a vivir, solo trabajabas allí). Me he despertado y he recordado que no, que el último piso donde viviste con Martha nunca lo vi por dentro. En el sueño había una casa con una terraza gigante, pero los edificios flotaban, era muy futurista, era de noche, y en un momento había una explosión y yo saltaba por los aires y caía en esa terraza flotante.
Me he hecho la cama cada día, ella habría estado muy contenta.

