Tres meses después de iniciar la serie, publicamos la tercera novela de «Leyendas del Colt»: Luna Comanche, la tercera del mismo autor, Kenneth James. Sabemos que el pulp hispano vive una nueva era dorada, con un montón de autores y autoras talentosos y un buen número de editoriales independientes que trabajan mucho y bien. Por ello, somos conscientes de que «Leyendas del Colt» es, en comparación con la brillantez de los actuales escritores y escritoras del género y la profesionalidad de las editoriales, una propuesta humilde.
Desde KindleGarten vamos a conocer un poco más a Kenneth James, el primer y, por ahora, único autor en publicar en «Leyendas del Colt» y creador del personaje de Ned Cassidy, el diablo irlandés. Nos ha respondido un cuestionario en el que habla de su afición al western, de escritura, de pulp y de alguna cosa más.
Presentación
Soy un escritor aficionado, con una trayectoria todavía muy breve (tres novelettes, además de un puñado de relatos nunca publicados). Al igual que los grandes autores del bolsilibro nacional, oculto mi nombre real tras un seudónimo de resonancias anglosajonas. Silver Kane, Keith Luger, Curtis Garland... lo hacían por necesidad, para vender más y porque les obligaba la editorial. Yo lo hago como homenaje a ellos. Parafraseando a John Ford, que decía «Me llamo John Ford y hago películas del Oeste», yo digo de mí mismo: Me llamo Kenneth James y escribo novelas del Oeste.
La afición por el Western
Bueno, yo crecí en una época en la que el Western estaba mucho más presente en la vida diaria que en la actualidad. Los niños jugábamos a indios y vaqueros en la calle, y en casa teníamos juguetes del Oeste: soldaditos de plástico de indios y cowboys, de aquellas de Montaplex que se compraban en los quioscos; y todas las jugueteras tenían una colección del Far West: los Coman Boys de Comansi, que eran baratos; los Madelman y Geyperman, que sólo caían en Reyes o en el cumpleaños; los Airgamboys; los clicks de Famobil (después Playmobil)... todos tenían soldados federales y confederados, indios con sus tipis, cowboys, colonos con carretas, tramperos, sheriffs, fortines de la caballería, ferrocarriles del Oeste...
Yo tenía un sombrero de cowboy, una estrella de sheriff que se sujetaba a la ropa con un imperdible, una pistolera de plástico que se colocaba en el cinturón, un «caballo» que era una cabeza de caballo en un palo con una ruedecilla al final, un rifle que disparaba un corcho, un revólver de fulminantes...
En la televisión, cuando sólo existían TVE y TVE2, emitían una de vaqueros prácticamente todos los sábados después de comer, y yo las veía con mi padre, al que le encantaban. Y por supuesto estaban las novelas de vaqueros: las leías, volvías al quiosco y te las cambiaban por otras, hasta que estaban tan manoseadas que se les caían las tapas. Mi abuela leía media docena de novelas románticas cada semana, de Corín Tellado, y mi padre novelas del Oeste.
Para resumir, diría que la afición me la transmitió mi padre, que no se perdía una película del Oeste que dieran en televisión. Su serie favorita era Bonanza y sus películas preferidas eran Raíces Profundas y Los siete magníficos, que la vimos docenas de veces. A medida que iba transcurriendo la historia, nos iba anticipando lo que iba a ocurrir. En la escena en la que James Coburn mata a un hombre en una apuesta, decía: «Mira, hijo, ahora va a lanzarle un cuchillo, ya verás». Y yo pensaba: «Como en las cuatro veces anteriores que la vimos». Pero claro, no se lo decía.
La decisión de volcar esa afición en la literatura
Pues lo cierto es que, a medida que crecía, fui perdiendo el interés por el Western, y empezaron a gustarme otros géneros, por fases, supongo que como todo el mundo. Era un género que iba perdiendo popularidad y el favor del público, ocupando cada vez menos espacio en la parrilla televisiva y desapareciendo de los quioscos. En estos últimos veinte años años, yo veía alguna película de vez en cuando, sobre todo de Clint Eastwood, pero poco más. Y llevaba tiempo escribiendo algunos relatos, aunque de terror, de espada y brujería, de Space Opera... por divertirme, sin intención de publicarlos ni nada. Siempre intentando imitar el estilo y el planteamiento de la literatura pulp.
Los siete magníficos, de John Sturges
Pero el momento exacto en el que decidí escribir novelas del Oeste fue en octubre de 2016. Era la Fiesta del Cine, cuando la entrada cuesta 2.90 euros, y yo quería ver Florence Foster Jenkins, una comedia que proyectaban en los cines del centro. Pero había una manifestación contra las reválidas en el sistema educativo, y estaba todo cortado al tráfico, así que no pudimos ir. Me puse de muy mal humor (en el momento no me importaba la reivindicación, pese a lo legítima que era, así somos de mezquinos a veces), y mi pareja me propuso ir a otros cines de la periferia. Al principio no quería, pero como salían varios actores que me gustaban y no había nada más interesante, accedí a ver el remake de Los siete magníficos. Y el caso es que me lo pasé en grande, no era una obra maestra pero era divertidísima, se notaba que era un producto para entretener, con todos esos tiroteos multitudinarios, los personajes estereotipados, la camaradería y ese sentido de la justicia tan salvaje, y fue como si todo lo que llevaba años olvidado volviese de golpe, como si estuviese otra vez viendo el western de la sobremesa del sábado, sentado en el suelo con la chapa de sheriff y el rifle de plástico. Y cuando, en los créditos, pusieron el tema musical de la versión clásica, el de Elmer Bernstein, mientras iban apareciendo los actores, ahí ya fue la catarsis. Fue cuando pensé: «Quiero contar historias así».
El pulp como elección. El weird west
Diría que el primer western que leí fueron novelas pulp: muchas de Marcial Lafuente Estefanía (de todos ellos, porque también fueron Marcial Lafuente Estefanía sus hijos y un nieto suyo, como en El hombre enmascarado), y también, pero mucho menos, de José Mallorquí, Curtis Garland, Silver Kane o Keith Luger. De ellos y de sus muchos alias, pero entonces no te importaba el autor, sólo la novela. Prácticamente era el único western al que podía acceder, además de las novelas de Karl May y Zane Grey.
Por alguna razón, los cómics western que leía, Lucky Luke, de Goscinny y Morris, Los casacas azules, de Raoul Cauvin y Willy Lambil, que eran series infantojuveniles, con una temática de humor, y Ken Parker en una edición de Zinco en blanco y negro y pequeño formato bastante pulp, no los tomaba como cómics del Oeste, supongo que por una falta de perspectiva propia del momento.
Centauros del desierto, de John Ford
Así que, para mí, el Western era sinónimo de bolsilibros españoles, aunque entonces los nombres más extendidos eran novelas de vaqueros, novelas del Oeste, vaqueradas o novelas de a duro. Y el weird west llegó por casualidad. Creo que el Western crepuscular es propicio para la temática sobrenatural, con la mística y las leyendas indias, el vudú de Louisiana, los pueblos fantasma, las minas abandonadas... leí algunas historias de la serie Weird West de Dlorean Ediciones, y me influyeron también cosas que no son puramente Western pero tienen elementos fantásticos, como la saga La Torre Oscura de Stephen King, o la serie de cómics de El Predicador.
Obras preferidas del Western y recomendaciones para iniciarse en el género
Sin duda, la colección Frontera de la editorial Valdemar. Están los mejores autores, los más importantes: Dorothy M. Johnson, Alan LeMay, Louis L'Amour, Ernest Haycox, A.B. Guthrie, Elmore Leonard... En mi caso, que venía de leer bolsilibros, fue como descubrir un mundo nuevo, enorme, magnífico, que eclipsaba lo que conocía hasta entonces.
Valor de ley, de Joel y Ethan Coen
Casi recomendaría aquellas novelas que inspiraron películas, pues muchos de los grandes Westerns del cine están basados en novelas y relatos. Dejo una pequeña lista: Indian Country de Dorothy M. Johnson, Centauros del desierto de Alan LeMay, Valor de ley de Charles Portis, Hondo de Louis L'Amour, El trampero de Vardis Fisher, Bajo cielos inmensos de A.B. Guthrie Jr....
Además de eso, Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, La gran marcha de E.L. Doctorow, El hijo, de Philipp Meyer, o La última galopada, de Thomas Eidson. Y entre los miles de bolsilibros españoles hay uno indispensable: Rancho Drácula, de Silver Kane, puede que el primer weird west español.
La importancia de la documentación y del rigor histórico
Esa sería la diferencia entre la gran literatura del Oeste y los bolsilibros. Dorothy M. Jonhson era miembro de la Sociedad Histórica de Montana, experta en la cultura Sioux, se entrevistaba con personas indias y visitaba los escenarios de sus obras. Era divulgadora, escribió ensayos de no-ficción, como una biografía de Toro Sentado. En cambio, dicen que Marcial Lafuente Estefanía tenía un atlas de Norteamérica para buscar las localizaciones y una guía de teléfonos para nombrar los personajes. Los autores extranjeros siempre somos impostores escribiendo sobre la Frontera, y la única salida honesta es documentarse. Por otra parte, no es una tarea desagradecida, si el tema te fascina, como es mi caso. La disfrutas, incluso.
Grupo Salvaje, de Sam Peckinpah
Si además manejas bien este rigor, puedes permitirte muchas licencias literarias. La Frontera es un escenario mitificado, de leyenda, y hay un acuerdo tácito entre todos para admitir muchas cosas que sabemos que no son ciertas. Los pistoleros, por ejemplo, eran apenas un puñado, y los forajidos solían tener carreras criminales muy breves y bastante poco heroicas. Los tiroteos y los duelos normalmente eran muy breves, y no las ensaladas de tiros que vemos en el cine y en la literatura pulp. Un buen ejemplo de tiroteo realista sería el de la película Appaloosa, de Ed Harris: rápido, confuso y con todos los participantes muertos o heridos.
Por eso el rigor es relativo. Si escribo que un personaje tiene una carabina y dispara varias veces seguidas, pues tiene que ser una Spencer, que era de repetición, no una Sharps, que era de un solo disparo. Pero nadie puede recargar un revólver tan rápido como cuento en mis historias, ni llevar encima tal cantidad de munición, ni acertar a un blanco móvil sin casi apuntar, ni correr entre las balas sin que le alcance alguna. Eso son licencias, y aunque el lector sabe que está leyendo un imposible, no le importa, lo acepta porque es parte del juego.
Infierno de cobardes, de Clint Eastwood
Diría que el truco es que la documentación esté ahí, pero no se note demasiado. Como lector, me produce rechazo que el autor demuestre todo el tiempo lo mucho que sabe y lo bien se ha documentado, algo que suele ocurrir en la novela histórica. Es importante no meter errores garrafales, como llamar Estado a Nuevo México o a Montana cuando aún eran territorios, pero a nadie, salvo a un apasionado de las armas, le importa el calibre de un rifle Winchester modelo 1873.
Los tópicos y los estereotipos
Todos tenemos un montón de ideas preconcebidas sobre la Frontera y crecimos con una imagen del Oeste llena de clichés. Es difícil sustraerse a ellos y, aunque el pulp se nutre bastante de lugares comunes, también es posible salirse de ellos o matizarlos. Me siento satisfecho de haber incorporado el personaje de Rosario Monleón y no haber hecho al típico mexicano con sombrero charro, perezoso y medio adormilado todo el día, montado en un burro y hablando con palabras como «cuate» y «ándale». Si algún día hay un villano mexicano por supuesto puede ser como los que interpretó Fernando Sancho tantas veces, pero Rosario es un personaje diferente: es un rastreador hábil y un gran tirador, que trabajó como explorador en Nuevo México para el ejército, y será el mentor de Cassidy en las artes indias para sobrevivir sobre el terreno. No quería que fuese un Sancho Panza para el protagonista. Y sí, tendrá un cierto carácter cómico, por sus ocurrencias o por su forma despreocupada de tomarse la vida, pero Cassidy y él no van a formar una pareja como Tiroloco McGraw y Pepe Trueno.
Dead Man, de Jim Jarmusch
Soy consciente también de que, para nuestra mentalidad actual, muchas historias western resultan racistas, sobre todo en lo referido al papel de los indios americanos. Es difícil ser ecuánime con esto, por ejemplo Centauros del desierto tiene un protagonista, Amos Edwards (Ethan Edwards en la película, interpretado por John Wayne) que es terriblemente racista, con un odio visceral hacia los comanches, y sin embargo es una obra maestra, tanto la novela como la película.
Yo he intentado un tratamiento de la cuestión india basado en los documentos y testimonios de la época, y en su papel en los novelas y relatos clásicos que he leído. Y si los personajes se refieren a ellos con términos insultantes -demonios, hijos de perra rojos, salvajes, bastardos-, estoy reflejando el racismo propio de la época, y el desprecio que los blancos sentían por ellos. Cassidy tiene comportamientos racistas -en la primera novela cuenta que disparó contra un chino estando borracho para divertirse, y se dirige a un mexicano con el término despectivo pepperbelly-, pero después se alía con Rosario, que es mestizo de mexicano e indio chiricaua- y se convierte en su amigo. Rosario siente aversión por los comanches, pero no por ser medio apache, sino porque mataron a su mujer.
Django, de Sergio Corbucci
Pasa un poco lo mismo con el papel de la mujer. Si no se me dan bien los personajes, los femeninos menos áun, pero intentaré incorporar papeles femeninos fuertes en la manera que creo más realista. El ejemplo perfecto para mí es Mattie, la protagonista-narradora de Valor de Ley. Han de ser mujeres normales obligadas a ser duras en un mundo rudo y masculino, capaz de atravesar medio continente en una carreta y, llegado el caso, de blandir un rifle para defender a su familia de una incursión apache, pero no un trasunto de Calamity Jane.
Posible evolución del estilo y/o de la temática de la obra de Kenneth James
En principio no va a haber demasiados cambios. Claro que me gustaría escribir como esos grandes autores estadounidenses clásicos y crear esas historias maravillosas, y si pudiera lo haría ahora mismo. Pero no tengo ni la técnica ni la formación para ello, me falta músculo. Yo estoy cómodo escribiendo bolsilibros de diez mil palabras, un poco menos que una novellete. Contando historias sencillas, con pocos personajes y una o dos líneas argumentales, que entretengan al lector durante media hora.
Porque ese gran Western, tan bien documentado, tan sólido, porque está asentado sobre conocimientos de primera mano, es una forma de novela histórica. Se han escrito miles de Westerns, pues es un género que ya nació a la vez que la Frontera: El último mohicano se publicó en 1826. Ya por entonces se publicaban folletines de aventuras para el púbico juvenil que idealizaban a los forajidos y los convertían en héroes para los lectores de las ciudades del Este.
El jinete pálido, de Clint Eastwood
Así que conviven distintos tipos de Western, como el histórico, el que supone alta literatura (que se sigue haciendo hoy, con autores como Cormac McCarthy, Dominique Scali o Rudolph Wurliter), incluso la novela romántica (hasta Harlequin tiene novela rosa de cowboys), y el de puro entretenimiento, entre el que se incluye el pulp. Yo me considero un autor pulp, y ahí me voy a quedar.
La creación de Ned Cassidy, el diablo irlandés
Quería que mi personaje fuese un pistolero, pero tenía que ser un bisoño, muy bueno disparando a latas sobre una valla y a monedas lanzadas al aire, aunque sin experiencia real. Por eso muere en la primera novela, por incauto e inexperto. A partir de ahí puedo trabajar con él, pese a que no soy bueno creando ni evolucionando personajes.
Haciéndolo irlandés quería reflejar la diversidad de procedencias de la gente que construyó la Frontera, y que después se convirtió en la identidad de los Estados Unidos, el famoso melting pot. Además me interesaba que fuese católico.
Peter Lee Lawrence
El apelativo de «medio diablo, medio irlandés» salió de una canción titulada Toro mecánico, de una banda española de country-rock de los 80 llamada Dinamita pa' los pollos, bastante naïf, con letras muy ingenuas, pero que sonaba bien, con canciones divertidas. Esta hablaba de un campeón del toro mecánico mitad demonio, mitad irlandés. De todas formas, recuerda a lo que decía Frank Capra sobre John Ford.
Sobre el nombre de Cassidy, no tiene relación alguna con Hop-along Cassidy, pues era un fenómeno ajeno para mí, pese a ser un icono de la cultura popular en los Estados Unidos. Simplemente me pareció un buen apellido irlandés, y tal vez estuvo influido de forma inconsciente por Cassidy, el vampiro irlandés de Predicador.
El proceso creativo. El método de trabajo como escritor
No tengo nada de eso. No soy un verdadero escritor, no sigo ningún método ni esquema de trabajo. Leo mucho, veo películas, y durante un mes o mes y algo no escribo absolutamente nada. Voy dándole vueltas en la cabeza a una historia, me documento un poco, intento recordar ideas que me surgen cuando algo me recuerda a lo que quiero relatar, pero no tomo notas ni hago borradores o escaletas. Y un día, cuando ya tengo más o menos claro lo que voy a contar, me siento a escribir, dos mil palabras al día o así, y en cinco o seis días termino la novela.
Manuel García Rulfo y Chris Pratt en Los siete magníficos
Las herramientas de trabajo
Escribo en Sigil, que es un software específico para crear Epubs. Primero escribo todo el texto plano, y al final lo maqueto con unos estilos CSS sencillos que le aplican automáticamente las sangrías, el interlineado, el tipo de letra...
Sobre recomendaciones, se habla mucho de Scrivener, parece ser que es muy potente y tiene muchas opciones específicas para creación literaria, pero no lo he probado. Hay hasta cursos y tutoriales en Internet. Supongo que para la mayoría de personas Microsoft Word o LibreOffice Writer son más que suficiente, siempre que configures bien el formato.
La importancia de la portada y la edición
Mis novelas son pequeñitas hasta que las toma SamCube, que hace las ilustraciones de portada y las convierte en algo enorme. Diría que las novelas que hemos publicado hasta ahora en «Leyendas del Colt» son un 10% el texto y un 90% la portada. No sólo es la calidad del dibujo, es cómo capta el argumento y la ambientación de la historia y cómo los plasma. La primera edición de Acaba con ellos, Cassidy tenia una portada muy sencillita, era un hazlo-tú-mismo simplón, pero con el trabajo de SamCube aumentaron exponencialmente la receptividad y el número de lectores. Hoy una buena edición y una portada artística son fundamentales, los libros son un producto que sigue entrando por los ojos.
Sin perdón, de Clint Eastwood
Obra derivada
Pues claro, a quién no le gustaría que adaptasen sus textos. ¿Os imagináis una película? Y que a Cassidy lo interprete Matt Damon. A fin de cuentas, Cassidy está inspirado por varios actores. Un poco por el Chris Pratt de Los siete magníficos, haciendo de Joshua Faraday, irlandés también, aunque Cassidy está mucho menos seguro de sí mismo. Su carácter está más cerca del de Clint Eastwood en Cometieron dos errores. Se inspira también un poquito en Schofield Kid, el papel que hacía Jaimz Woolvett en Sin perdón, por su bisoñez, pero sin ser tan presuntuoso. Otras fuentes son un poco el italiano Giulanno Gemma (Arizona Colt) y mucho Peter Lee Lawrence, un actor alemán que falleció joven e hizo muchos spaghetti westerns, como Winchester, uno entre mil o Uno a uno, sin piedad. Siempre me baso en actores para los personajes: Rosario Monleón es una versión algo avejentada de Manuel García Rulfo. El físico de Cassidy es exactamente el de Peter Lee Lawrence.
Me gustan los universos compartidos, en el que varios autores empleen escenarios, personajes y elementos comunes. En ese aspecto, no me importaría que Cassidy y otros personajes de mi obra apareciesen en la otros autores, o al revés. Puede ser muy enriquecedor, y acabar creando todo un universo -lo que ahora se llama worldbuilding- colaborativo. A fin de cuentas, lo que hicieron H.P. Lovecraft y el resto de su Círculo con los Mitos de Cthulhu, pero en la Frontera.
Peter Lee Lawrence
Mi pretensión es que la gente disfrute de las novelas sin importarle el autor. Que lean «una de Cassidy», no una de Kenneth James. Por ahora, la licencia de la editorial no permite la obra derivada, pero si un día se me agotan las ideas o veo que mi tiempo ya ha pasado, no me importaría que otras personas siguiesen escribiendo novelas de Cassidy, incluso usando el nombre de Kenneth James si quieren.
La colección «Leyendas del Colt», de Inicia Literaria, está disponible en Lektu, de manera gratuita, en la modalidad de pago social, en epub y mobi, sin DRM. Se publica bajo licencia Creative Commons que permite la libre copia y distribución sin fines comerciales.
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