Revista Cultura y Ocio
Bueno, bueno. Cuatro entradas, cuatro, en los dos últimos meses. A eso ni siquiere se le puede llamar un ritmo de actualización "laxo". Está bien, lo reconozco, me han pillado: soy un vago. No hay más misterio. O si lo hay interesa a poca gente aparte de mí. No crean, sin embargo, que desde aquí no puedo oír los reproches de algunos de ustedes. Oigo: "¡Vaya por Dios!, jamás pensé que acabaría convitiéndose usted en un bloguer mierder..."; o bien esto otro: "Javier... Te tengo calado. Javier... ¿Dónde vas a estar?... A la mínima que te descuides te pego una paliza, Javier..."; y esto también, claro, por supuesto, cómo no: "¡Hijo de puta!, ¡hijo de puta!, ¡hijo de puta!... Desde que te estás haciendo de oro vendiendo tu jodido libro de mierda ya no te juntas con la turba, ¿eh?, ¡¿eh?!, ¡Hijo de putaaa!".
Es gente que me quiere bien y a la que le devuelvo el calor a mi manera.
Por lo demás, observo la cara de Nicholson Baker y no puedo dejar de decirme: este tío es un cachondo, con esa cara tiene que ser un cachondo de la hostia. Y bueno, una vez leído su antólogo cabe decir que lo es, un cachondón redomado, las gracias que le doy por las que le he reído. Gracias.
Ustedes, muchos de ustedes, no todos, pero sí unos cuantos, unos pocos, varios de ustedes, sí, ya sé qué me van a decir. Que es una novela sólo apta para iniciados. Para una pequeña élite de sabihondos de la poesía. Y de la poesía anglosajona, además. Y yo se lo concedo. Que sí, que sí, que prácticamente cualquiera puede echarse al gaznate el último Ken Follett pero a ver quién es el listo que no oye campanas sin saber dónde con nombres como Elizabeth Bishop, Karl Shapiro o Louise Bogan. Sobre todo en un país como éste, esta tierra baldía en la que tan poca poesía se lee, tan poca de la poquísima que se edita, sobre todo poesía traducida. En fin.
Se lo concedo todo. Qué les voy a decir. Que cualquier Ken Follett sea más del palo de la mayoría que unos íntimos Ángel González o Ungaretti es una torsión del espacio-tiempo de la lógica que ni se entiende, ni se explica, ni hay Dios que la remueva. Para qué insistir... La vida. cualquier vida, pero sobre todo la mía, es demasiado corta...
No obstante, aparte de los poetastros y su poesía, que dejan al margen a casi todos, está el sentido del humor, que a todos interesa, o debería, porque es el espejo convexo que deforma nuestra vida puta y sin talentos. Y es ahí donde quise llegar desde el principio. A la cara de chachondo de Nicholson Baker, que ya antes incluso de leer la novela, desde la misma solapa de El antólogo, se lo recuerdo, es ya toda una garantía del buen e inteligente chascarillo. Qué difícil es hacer reír en literatura y qué poco se pondera, y este tipo, Baker, consigue que te partas la caja una media de cinco veces cada tres páginas. Es una aproximación dudosa, cierto, pero aproximación en cualquier caso.
De modo que no voy a exprimirme las meninges intentando explicarles por qué deberían leer el libro de Baker en lugar de, pongamos por caso, el último tochano de Frank "impronunciable" Schätzing. Al fin al cabo, ya les avisé: yo soy un vago. Y ustedes acabarán leyendo lo que le salga de los reales. Para qué insistir...
La vida, cualquier vida, pero sobre todo la mía, es demasiado corta. Y necesito todo esa cantidad infumable de tiempo para leer... Conste que no lo digo yo, lo dice el propio Baker: "Me he desperatdo con un pensamiento muy agradable. En el mundo queda un montón de cosas por leer".
Pues eso.