Me piro a Brasil
22 diciembre 2013 por elenanodelcuento
Foto de Claudia Andujar, de Survival.
“Estoy por mandar todo a paseo, buscar una cabaña en el monte y hacerme ermitaño”. Cuántas veces lo hemos oído o lo hemos pensado. Pues yo tengo una alternativa: irme a Brasil. Los que me conocen bien saben que es un país que quiero y que he tenido la suerte de visitar en más de una ocasión. Pero esta vez no iría de turista, ni a disfrutar de sus playas y su música, ni a estudiar su idioma, ni a visitar a los amigos. Mi propósito sería bien diferente: me haría yanomami.
Durante miles de años los yanomami (o yanomamos, más correctamente en español) han vivido prósperamente en las selvas y montañas del norte de Brasil y el sur de Venezuela. Su sustento lo obtienen de la caza, la recolección y la pesca, pero sobre todo de lo que cultivan en sus extensos huertos. Las familias comparten todo entre ellas, de hecho, un cazador nunca come la carne cazada por él. Creen en la igualdad de las personas, las decisiones se toman por consenso tras largos debates en los que todos tienen el derecho a opinar. A los niños se les enseña a compartir, a cooperar y a respetar la naturaleza. Viven en grandes casas comunales de forma circular, en cuya zona central se reúnen para disfrutar de juegos, rituales, fiestas… y para contar historias. Y tienen mucho tiempo para esas actividades sociales, puesto que trabajan menos de cuatro horas al día, lo justo para satisfacer sus necesidades. No conocen el estrés o la depresión (¡ni siquiera la alopecia!).
Los valores de esta etnia indígena invitan a cuestionarnos nuestra forma de vida. Llegamos a preocuparnos y ocupar gran parte de nuestro tiempo y energía en muchas cosas poco importantes y menos a lo realmente relevante (relevante, para nuestra salud y felicidad, para nuestro verdadero “bien-estar”). ¿Será que confundimos los deseos con las necesidades? Tal vez no, pero tenemos tendencia a engordar los deseos hasta creerlos necesarios (por supuesto, no hablo sólo de deseos materiales). Claro que está bien tener deseos, pero considerándolos un plus y no una condición sine qua non. El peligro de la creación de necesidades artificiales (las no vitales) es que produce malestar emocional: si no se consigue cubrirlas o no alcanzan el nivel de las expectativas, porque aparece la insatisfacción; pero incluso si se consiguen, porque puede surgir el miedo a su pérdida. Cómo nos complicamos la vida por estos lares…
Pero nada es perfecto. Desgraciadamente, los yanomamis también tienen sus problemas y graves. Sus territorios están ocupados por centenares de buscadores de oro ilegales. Lo de menos para ellos es que les despojen de la riqueza mineral. Contaminan sus ríos y bosques con mercurio y les trasmiten enfermedades (como la malaria) frente a las que no han desarrollado inmunidad, por lo que se tornan mortales. Más importante aún, está pendiente de aprobación una ley que permitiría la minería a gran escala en esas tierras, lo que destruiría su medio y, como consecuencia, a ellos.
Traerles a la “civilización” no creo que fuera en absoluto buena idea. Sólo se ha dado un caso: una mujer yanomami que se casó con un antropólogo que les estudió y convivió con ellos durante 12 años, después de los cuales tuvo que regresar a New Jersey y ella lo acompañó. Tuvieron tres hijos e hizo lo posible por integrarse. En un documental que les dedicó National Geographic en 1992 declaró: “Vivo en un lugar alejado de la naturaleza. Las mujeres no me llaman para ir de pesca. A veces me aburro en casa y termino enojándome con mi marido. Voy a las tiendas y miro ropa y cosas para comprar. La gente aquí está aislada y sola”. Meses después de esa grabación fue de visita a su poblado y, a pesar de que no pudo llevarse a sus niños consigo, nunca regresó.
Mejor ser uno el que se vaya para allá. Como primer paso, he dormido en una hamaca de tela y, al contrario de lo que nos parece, es más agradable y cómodo que hacerlo en el mejor de los viscoelásticos. Y a sociabilizar y a divertirme más creo que me acostumbraría rápido… (mi propósito para 2014). Sí me han avisado que les encanta burlarse de nosotros, los nubah, porque atribuyen nuestra dificultad para hacer todo lo que ellos ven tan natural a una única causa: la estupidez. Yo un poco estúpida ya me voy sintiendo.