Reconozco que a estas alturas debería tener el corazón un poco oxidado, pero la verdad es que no es así. Lo que sí tengo oxidado son los músculos, los huesos y la pasión. Sorprendentemente creo que todo lo demás está en perfecto estado de revista, obviando el tumor, claro.
No es fácil pasarse revista a uno mismo y analizar cómo va la cosa. En primer lugar porque la edad ya se encarga ella sola de que llegue un momento en que todo se empiece a venir abajo y en segundo lugar porque la enfermedad también pone de su parte para que el cuerpo se queje y se marchite lenta, pero inexorablemente. Y no solo la enfermedad sino los medicamentos, que son muchos, con muchos efectos secundarios y administrados durante mucho tiempo, de manera que también ellos empiezan a hacerse notar. ¿El resultado? Pues más bien lamentable: los músculos medio marchitos, los huesos más débiles que nunca, aparecen lunares por todas partes, se cae el pelo de forma masiva, el humor se agria, la pasión deja paso al tedio y las carcajadas son más escasas que nunca, por no decir inexistentes.
Y con todo eso tengo que convivir diariamente. Como sabéis me lo voy tomando más o menos bien aunque a veces parezca que me quejo. Siempre fui así, medio quejica y bastante gruñón por lo que tampoco influye demasiado el tumor para que parezca una vieja amarga. Además me hace bien desahogarme y este es un buen medio para ello porque tampoco hago daño a nadie, así que sí, me quejo, me quejo y me quejo.
Pero siempre con un poquito de sonrisa que no desaparecerá jamás.