- Los poetas también - añadió Ricardo Murga - saben transformar las cosas. Posan sus ojos en el mundo y lo absorben como un brebaje. Cuando empiezan a hablar, ya nada es igual. Es una forma de encantamiento. Yo intento ver cada día el mundo con esos ojos. Es lo que me salva.
Paolo, semidormido, murmuró:
- Yo también sé leer...
- Te dejaré libros - le prometió Ricardo.
A través de sus pesados párpados, Paolo atisbaba los volúmenes apilados en la biblioteca. ¡Había tantos! ¿Bastaría una vida entera para descifrar esos millones de palabras? No podía creer que aquel hombre tan viejo los hubiera leído todos, a no ser que fuera un mago de verdad, lo cual era perfectamente posible.
***
Sigo leyendo Las lágrimas del asesino.
Y ustedes, conmigo.