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Me too: nueva alerta contra una vieja práctica
Vivian Jiménez
Lo peor del acoso sexual en la industria del entretenimiento no es que los poderosos utilicen su posición para obtener favores sexuales de artistas en ciernes o aspirantes a estrellas.
Lo peor no es que en estos momentos hay muchos famosos temerosos de ser descubiertos y correr la misma suerte de Kevin Spacey y Harvey Weinstein, entre otros de esa industria que han sido denunciados.
Lo peor es que solo cuando los más famosos fueron denunciados comenzó la reacción en cadena y fue entonces cuando se emitió la voz de alerta al respecto.
Lo peor es que hicieran falta nombres rutilantes como los de Angelina Jolie, Lupita Nyong’o, Ashley Judd y Salma Hayek para despertar conciencia y concitar apoyo contra el acoso sexual en Hollywood y en todos los ámbitos.
Lo peor es el que muchos se adhieran por moda a movimientos glamorosos como el Me too para protestar contra conductas detestables de muy vieja data, como el acoso sexual, que requerían clamores como el de ahora en solidaridad con las víctimas, sin importar si eran personas famosas o desconocidas.
Lo peor es que se cayeran santos de los altares donde habían sido colocados por incuantificables admiradores que solo conocían de ellos el lado público y no el detrás de cámaras.
Desde que el mundo es mundo existe el juego de la seducción, el abuso y el acoso sexual, la violación,…pero, insistimos, hizo falta todo lo anterior para que el tema, a través del Me Too, fuese puesto en vitrina con el rigor debido y para que desatara el repudio mundial tan largamente adeudado.
Lo peor han sido los muchos años de silencio que, a cuantos más, mayor cantidad de víctimas. La caja de pandora tardó demasiado en abrirse.
Lo peor es que aún haya víctimas de acoso sexual desconocidas, sin conciencia de que lo son, sin capacidad de cuestionamiento ni apoyo, por falta de información y conocimiento.
Lo peor es que hay muchos que están más pendientes de cuál será la próxima estrella en caer que en las víctimas y sus traumas, en una manifestación de lo que el Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa llama “La civilización del espectáculo”, para referirse a la banalización de la sociedad.
Lo peor es que ese largo silencio prácticamente legitimó algo que jamás, ni por asomo, debió ser una práctica casi socialmente aceptada para escalar, ni en el mundo del espectáculo ni en ningún otro ámbito, una moneda de cambio, que vendiera la idea de que era parte del proceso y de que quien no cediera, se exponía al fracaso.
Lo peor es que con esa idea muchas de las víctimas que han hablado y otras que aún callan, han caído en la trampa y hoy son presa de la vergüenza, el trauma o el arrepentimiento.
Lo peor es que aun con el escándalo que ahora coloca el tema en primer plano, la práctica no se detiene y en estos mismos momentos, muchas mujeres en todo el mundo son objeto de acoso sexual.
Pero lo peor de lo peor es que el acoso sexual no es cuestión de Hollywood, ni del espectáculo, es una inconducta que, cual epidemia, abarca a todos los ámbitos y que se ha sostenido sobre una red de complicidad y silencio que integran las víctimas que quieren conservar un empleo, los compañeros que temen a represalias, los poderosos que actúan con sigilo y exigen discreción, so pena de sanciones y el sistema de justicia que los protege de imputaciones, porque los casos conocidos y sancionados, son los menos, apenas la punta del iceberg.