– Hola, buenas tardes.
– Hola, Claudia. Café con leche, por favor.
¿Me ha llamado por mi nombre? Sí, lo ha hecho. Me ha llamado por mi nombre por vez primera. Bueno, está bordado en el uniforme, tranquilízate. Mucha gente lo hace, me llama por mi nombre. Es un nombre bonito. No hay nada extraño en ello, y sin embargo me ha dado un chispazo en el estómago y el corazón ha bombeado toda la sangre directamente a mis mejillas. Maldita sea, espero que no se haya dado cuenta.
– Aquí tiene.
– Gracias.
Y esta conversación, si se puede llamar así, la hemos tenido a diario durante un mes, cada día a la misma hora. Viene unos minutos antes de terminar mi turno, se sienta con sus libros en una mesa junto a la ventana, y me mira a través del reflejo de ésta mientras hace que mira hacia la calle, oscura y apenas visible. En ese reflejo he visto sus ojos recorriendo mi cuerpo discretamente mientras recojo las mesas contiguas.
No sé su nombre, ni cuántos años tiene, ni si tiene mascota, ni qué tipo de música escucha, o si le gusta ir al cine. Sólo sé que hay por lo menos dos cosas que le gustan: una es el café con leche y la otra soy yo. Y yo, que llevo un año merecidamente sola, más feliz que una perdiz y sin los estreses y sinsabores propios de la vida en pareja, me sorprendo cada día mirando el reloj y esperando que él entre por la puerta antes de que termine mi turno. Y total para qué, para mirarnos a escondidas a través del reflejo transparente de un cristal. Miradas de cristal, vaya metáfora de lo que no es y jamás podrá ser, ¿no?
Que no, Claudia, espabila. Que te ha costado media vida reconstruírte después del último descalabro. No puedes enamorarte a estas alturas como si fueses una cría. Además es posible que todo esté en tu imaginación y lo que realmente esté acariciando con su mirada sea la oscuridad y no tus curvas, ilusa.
– ¿Me cobras?
– Uno diez, por favor.
– Mira… ¿Puedo invitarte a un café? En otro sitio, claro. Sales ahora, ¿no? Si quieres. Si no, no pasa nada. No quiero incomodarte pero…
– Me vienes fatal -interrumpí sonriente- pero me encantaría.
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