Con mucha pena recibo la noticia de la muerte, el pasado viernes, de Medardo Fraile. Tenía la esperanza, según habíamos hablado el pasado noviembre, de que esta primavera podríamos por fin conocernos en una de mis previstas visitas a Madrid, una vez él regresase de Glasgow, donde residía desde mediados de los sesenta (impartiendo clases de literatura) y donde murió.
Tuvimos un muy reciente trato e intercambio epistolar a raísz de haber reseñado en Babelia uno de sus recientes libros de cuentos, que recupero ahora.
Antes del futuro imperfecto. Madrid, Páginas de Espuma, 2010. 186 páginas.
Desde hace ya bastantes años, Carmen Martín Gaite nos fue avisando periódicamente en sus ensayos de la maestría de Medardo Fraile (miembro, como ella, de la generación del 50) en el esquivo terreno del cuento como género literario: de su visión desencantada de la realidad aunque veteada por rachas de humor y de ternura, de su portentosa capacidad para el “diálogo esencial” (y yo añadiría el trazado de los gestos) derivada sin duda de la temprana vocación teatral del escritor, o de la deliberada inclemencia de sus temas, que con el paso (y el repaso) del tiempo linda en ocasiones con el sarcasmo. Una atinada muestra de todo ello la encontramos en Antes del futuro imperfecto, libro que en su primera parte recoge una selección de los Cuentos Completos aparecidos en 2004 en el mismo sello editorial, junto con otros cuatro relatos inéditos. Todos versan sobre el mundo de las aulas: colegio, instituto y universidad. Soberbios (e hilarantes, algunos) son los retratos de maestros y profesores: la jovencita señorita Oria y su personal método de enseñar latín, con rosa roja prendida en el cabello; Jenaro Seco, “el hombre que nos daba que pensar”: irónico como Sócrates, algo misógino y con una tan breve como rotunda filosofía de la vida: “mente constante y permanente”; el sustituto Senén Pérez que en la universidad explicaba la España árabe a los estudiantes de primer curso en una “vívida glosa onomatopéyica” y con una pedagogía que “brillaba como alfanje” y alcanzaba la cumbre de la erudición al abordar el peligro almohade, pues, “según algún etimologista, almohade y almohada procedían del mismo étimo y, por lo tanto, en el nombre de aquellos sarracenos anidaba ya la debilidad y la soñarrera que les haría hincar el pico en las Navas de Tolosa”.Para Carmen Martín Gaite (y para mí), la perla se la lleva Octavio Pedroso en su lección sobre el Desastre. Irreverente, mordaz, imaginativo, algo dado al don de la ebriedad, y tan henchido de “calor histórico” como aterido por el frío de enero (que combate con Daiquiris ingeridos en el escenario de las batallas escolares), él fue “la última víctima del 98”. Para la escritora, bastarían todas las “retahílas poéticas” de este pariente cercano de Max Estrella “durante toda la hora que dura la clase para sacar a hombros a Medardo Fraile por la puerta grande de la literatura”.En “Centenario” también podemos apreciar ese otro rasgo que destaqué antes: las reacciones de los niños, sus sentimientos condensados en palabras y gestos. O en “Punto final”, que pinta con agudeza la peculiar atmósfera que se genera en una clase de dictado (“Algunos niños soplaban, movían la muñeca o sacudían la mano derecha con aspavientos de cansancio”) y la desolación de don Eloy Millán el día que se atrevió a poner como texto una sentida carta de su cosecha, ante la indiferencia generalizada de los chicos y ese apresuramiento al acabar de corregir, cuando “uno se lanzó al borrador y limpió tenazmente, de arriba abajo, de izquierda a derecha, con posturillas desorbitadas, felinas, contundentes, todo el encerado”, y él se acongoja porque “ni siquiera me han borrado despacio”.La segunda parte del libro, los “Cuentos del futuro imperfecto” (todos inéditos), ofrece un abanico más amplio de anécdotas y personajes y, en su conjunto, es una muestra muy representativa del mundo narrativo de Medardo Fraile. Hablan de un sillón con historia que al niño que crece entre estrecheces y penurias le permite soñar con ser Espartero o con ser un rey “y disponer de ejércitos a mi mando”; de un divo insólito que un día se posó en el escenario de La Scala marcando el destino de una desafortunada soprano; de la impar aventura de “el Chori” que tanto regocija al juez que le impone condena”; de cómo el amor florece mejor entre una “filosofía de cosas” que inmerso en un clima metafísico-existencial; o de cómo, contra lo esperado, ciertos nombres no fuerzan el destino de quien los lleva: Abel, Melpómene…
Y para quien queira conocer esta voz impar de nuestra narrativa contemporánea, recomiendo también la reciente recuperación de una de sus novelas, que en su día fue mal editada aquí en España y que se rescató este pasado otoño.
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