Revista Cine
Medianoche en parís (2011), de woody allen. parís era una fiesta.
Publicado el 10 junio 2011 por MiguelmalagaUna sensación agridulce me dejó la última película de Woody Allen. El magnífico cartel es un estupendo resumen de lo que el espectador va a encontrar: un risueño Owen Wilson paseando por una ciudad maravillosa mientras se van cumpliendo sus sueños uno tras otro.
El comienzo es impecable: unas bellísimas vistas de París (mostrar el espléndido escenario es imprescindible en esta historia), que provocan la nostalgia en quienes hemos estado allí y estamos deseando volver algún día. Pero el problema principal es que la película es demasiado optimista: el protagonista no padece ningún conflicto grave. Tiene una buena vida como guionista en Los Ángeles, se hospeda junto a su prometida en un lujoso hotel parisino. Ésta no le agobia demasiado e incluso le deja salir a pasear solo para inspirarse con vistas a una incipiente novela que quiere escribir, aunque ella le esté poniendo los cuernos con el ser más pedante de la creación.
La historia de "Medianoche en París" recuerda poderosamente a la de "La rosa púrpura de El Cairo". El protagonista, transportado mágicamente al París de los años veinte, que él adora, querría quedarse a vivir allí, junto a Scott Fitzgerald, junto a Hemingway y, sobre todo, junto a una de las amantes de Picasso, que se enamora de él con la misma facilidad que sucedería en un sueño. "Cualquier tiempo pasado fue mejor", repiten los protagonistas de la película, solo para descubrir que no es cierto, que hay que valorar lo que se cuece en cada época, que en muchas ocasiones llegará en el futuro a adoptar la categoría de clásico.
Allen es muy benevolente con su personaje, un alter ego no tan neurótico como de costumbre. Ni siquiera la ruptura con su pareja le supone un gran esfuerzo, ni trauma alguno. Él se limita a ser feliz, en el presente, en el pasado y la belle epoque, dejando que las benignas circunstancias se apoderen de él. Aunque los artistas y escritores que aparecen están soberbiamente caracterizados, no se comportan como personajes, sino como estereotipos: Hemingway borrachín y machote, Dalí surrealista, Toulousse Lautrec solitario, Scott Fitzgerald de fiesta en fiesta viviendo su tormentosa relación con Zelda... Sé que es lo que el director buscaba, pues el viaje de Gil (Owen Wilson) está dictado estrictamente por sus fantasías literarias y en el París de los años veinte se concentraban gran parte de los artistas que admiraba.
No puedo decir que me haya desagradado la película en absoluto. He pasado muy buen rato visionándola, pero no me ha dado que pensar, algo que siempre me gusta cuando veo una realización de este director. Prefiero al Woody Allen de la trilogía londinense, que me habla de la verdadera vida, de problemas morales, a esta vida idealizada en un París de cuento de hadas, estéticamente impecable, pero algo vacío si exploramos más allá de la superficie.