Revista Tecnología
Resulta increíble como Woody Allen es capaz de producir una película por año, y más aún a la edad que tiene. Desde hace casi treinta años no ha faltado en nuestras pantallas anualmente un nuevo filme del director. Sus temas son por supuesto muy recurrentes, siempre centrado en la misma clase media burguesa con un nivel cultural alto, el ambiente en el que le gusta codearse y los temas que le gusta discutir. Resulta curioso como en Medianoche en París, su ultima obra, lleva esta pasión por su pequeño mundo hasta límites mucho más exagerados de los que nos tiene acostumbrados.
Debido a su avanzada edad, Woody Allen, se ha visto obligado a colocar a otros actores en los papeles principales de sus películas, papeles que están claramente escritos para sí mismo. En Medianoche en París el sustituto es Owen Wilson, posiblemente uno de los peores por los que se ha decantado Allen, que interpreta a un escritor que viaja a París con su novia (Rachel McAdams) para encontrar inspiración para su novela. Una noche que se pierde por la ciudad francesa acaba en compañía de del escritor Scott Fitzgerald, que lo lleva a ver a Ernest Hemingway, para terminar en casa de Gertrude Stein con la compañía de Pablo Picasso.
Efectivamente, la última película de Woody Allen podríamos decir que es “fantástica”, que tiene “viajes en el tiempo”. El protagonista (apostaríamos sobre seguro al decir que Woody Allen también) sufre el complejo de la edad de oro, añoranza a una época pasada que no ha vivido, que siente que no pertenece a la era presente. De esta forma, Gil se evade de su vida, de la que se siente un poco desencantado, para sumergirse en la edad de oro de los años 20. En este universo pasado, Gil conoce a Adriana (Marion Cotillard), que tiene todo lo que puede buscar en una mujer. Las infidelidades atemporales se suceden mientras que el personaje interpretado por Owen Wilson se codea con artistas tales como Buñuel, Dalí, Toulouse Lautrec, Salvador Dalí o Cole Porter.
Tras haber visto los últimos trabajos de Allen, he de decir que este es el mejor que ha hecho en los últimos diez años (si salvamos la fantástica Match Point por supuesto). Posiblemente la mayor pega que tiene sean los primeros minutos, trata de hacer por París lo que hizo en el inicio de Manhattan (1979), música e imágenes de la ciudad, pero en esta ocasión resulta un poco largo y pesado. Tras esto nos sumergimos en el universo de Allen, la nostalgia que plasma en todo momento por la edad que está representando nos es transmitida con fuerza, y de esta forma simpatizamos con su opinión y también sentimos la añoranza que el protagonista sufre. El clásico humor de Allen y sus diálogos divertidos y dinámicos están siempre presentes, y para aquellos que hemos seguido su cine desde hace muchos años nos alegra sobremanera descubrir que el director puede aún realizar obras como esta.