Hoy en día utilizamos los rayos X para numerosos usos: radiografías, detección de defectos en construcciones, identificar materiales, control de pasajeros en los aeropuertos…
Los rayos X fueron un descubrimiento. Tienen una gran capacidad de penetrar en los objetos sólidos. Esto suponía una revolución en la ciencia y en la medicina. Fueron descubiertos Wilheim Röentgen y por ello se le concedería el Premio Nobel de Física en 1901. El premiado no quiso ninguna patente ya que deseaba que toda la humanidad se pudiera beneficiar de sus aplicaciones prácticas.
Lamentablemente, no fue así. La utilización poco ética de la ciencia en aras del enriquecimiento, provocó un desastre médico.
Siguiendo los descubrimientos de Röentgen, médicos de todo el mundo utilizaron sus precarias máquinas de rayos X tanto en sus pacientes de cáncer y tuberculosis como sobre ellos mismos. Uno de estos médicos era Albert Geyser. Inmigrante alemán y licenciado en medicina por la escuela de Nueva York, consideró los rayos-X el futuro de la medicina.
Era por todos conocido que esta radiación electromgnética era peligrosa. Los científicos sabían que los rayos X transportaban mucha energía, la suficiente como para separar átomos y soltar los electrones e iones. Estos electrones podían soltar las chispas de uno en uno. Asi que el doctor Geyser pensó que si podía contener la chispa los rayos X dejarían de ser peligrosos.
Y utilizó un tubo de vidrio para contener la chispa.
Esta situación podría haber quedado en una simple innovación que evitara el dolor a los pacientes. No obstante, Geyser, sabía que los rayos X quitaban manchas de la piel, eccemas, tumores, verrugas…
Había inventado un método indoloro, inocuo e inmediato para los tratamientos de belleza.
No sirvió de nada que perdiera la mano derecha a causa de un cáncer tras múltiples exposiciones a los rayos-X. El negocio estaba hecho.El invento era perfecto para la época. La ciencia era dios y para vender cualquier cosa bastaba decir que tenían alguna relación con ciencia.
Bautizó su creación como Tubo Cornell. Cubría la chispa de forma “segura” con un aislante de cristal para evitar que ésta afectara al paciente. Este aislante, a sus ojos, neutralizaba el poder de los rayos-X.
Albert junto con su hijo, formaron un sistema y un negocio para borrar las manchas de la piel, el acné o el exceso de sudoración. La clínica fue un éxito. El invento causaba furor en los centros de belleza. Los resultados eran innegables.
Aunque la empresa era un triunfo, Geyser quería sacar más provecho de su experiencia. A principios del siglo XX, con la teoría de la evolución de Darwin aún reciente, nadie quería tener nada en su cuerpo que lo relacionara con un animal. Esto es: el pelo. Ahí estaba su gallina de los huevos de oro.
Geyser sabía que, en dosis peligrosas, los rayos X podían provocar la pérdida del vello. Convencido de que su Tubo Cornell era seguro, se embarcó en una nueva etapa empresarial ofreciendo tratamientos de depilación con su invento.
Lo llamo Sistema Tricho (del griego, pelo).
En 1924 registró su marca y comienza a venderse como tratamiento depilatorio. En aquel momento tuvo mucho éxito ya que los métodos que había eran largos y dolorosos (por ejemplo, introduciendo agujas eléctricas que se introducían en la piel y quemaban el folículo uno a uno o depilatorios químicos).
Era una maquina que aplicaba radiación sin causar dolor y el vello desaparecía, como en los anuncios. Tuvo tanta fama que crearon una franquicia. Pronto hubo tubos en más de 75 ciudades de Estados Unidos radiando masivamente a miles de mujeres.
A su consulta acudieron miles de mujeres con diferentes problemas. Aunque al principio estaban encantadas con el resultado, no paso mucho tiempo hasta que pudieron comprobar los devastadores efectos de la radiación en su piel.
Una de las primeras clientas que decidió actuar fue Ida Thomas. Se le había desfigurado la cara por el uso del Sistema Trhico. Exigía, judicialmente, una compensación de 100.000 dólares.
A partir de ese momento la empresa de Geyser cayó en picado. Las mujeres que había atendido también sufrían heridas, algunas de ellas muy graves. A largo plazo, los efectos del tratamiento les habían producido sequedad de la piel, arrugas, crecimiento desmesurado incluso pérdida de tejidos. Muchas de ellas sufrieron cáncer facial que requirieron cirugía y extirpación de partes de su cara. Algunas murieron a causa del cáncer.
Los rayos X habían alterado el ADN celular.
Geyser y la empresa Tricho estaban en serios problemas. Les llovían demandas de todas las partes del país. En 1929 la Asociación Americana de Medicina condenó el uso de los rayos X como método de depilación, calificándolo de extremadamente peligroso. Poco tiempo después la práctica se prohibió en todo Estados Unidos. No obstante, clínicas clandestinas lo siguieron utilizando durante casi 20 años más.
Geyser y su hijo desparecieron en la historia. Nada se sabe de ellos. Lo que si dejaron es un amplio grupo de mujeres enfermas, algunas de las cuales tuvieron que pagarse su propio tratamiento.
En 1970, un estudio determinó que un tercio de los cánceres por radiación en las mujeres provenía de aquel fatídico Sistema Tricho de 1929 en lo que fue llamado “Sindrome Hirosima Norteamericano Femenino”.
Como siempre decimos en Detectives de la Historia, la ciencia en manos equivocadas puede ser muy peligrosa. Incluso mortal.
“Macabro pero cierto. El precio de la belleza”. Dailymotion. < http://www.dailymotion.com/video/x1y0tgc_macabro-pero-cierto-el-precio-de-la-belleza_webcam?start=631> (Consulta: 08 de Julio de 2015)