Revista Psicología

Medicina Psicosomática I

Por Angelesjimenez

En Medicina se entienden los procesos psicosomáticos como aquellos padecimientos que no dejan huella orgánica, que no producen afectación en el cuerpo que pueda objetivarse a través del sofisticadísimo entramado de pruebas complementarias de laboratorio, de imagen o de análisis de la actividad eléctrica disponible para la clínica moderna. Así, cuando una vez estudiado el trastorno que presenta un paciente no se encuentra ninguna anomalía que pueda explicarlo, se determina que se trata de un proceso funcional y se lo deriva a las Unidades de Salud Mental, en el mejor de los casos. Los médicos más concienciados del problema le explicarán al paciente que su dolencia podría tener que ver con el estrés, los más organicistas se lo atribuirán directamente a los nervios y le darán de alta de sus Servicios, repletos de “verdaderos” pacientes a los que consideran los auténticos merecedores de sus esfuerzos asistenciales, también esto sucederá en el mejor de los casos. Con esta etiqueta se clasifican problemas como la fibromialgia, la fatiga o el dolor crónicos, el síndrome del intestino irritable, la dispepsia funcional, la cefalea tensional, los mareos inespecíficos o las convulsiones conversivas, entre otros. Como quiera que en general ni médicos ni psicólogos están preparados para manejar estos problemas debido a la hipertrofia igual de organicista del abordaje de los procesos psí, apartada la subjetividad del individuo para homogenizar el tratamiento de todos con las mismas pastillas, estos pacientes acaban deambulando en bucles de ida y vuelta de lo orgánico a lo psíquico, de lo médico a lo psicológico sin encontrar un lugar donde expresar sus padeceres. Como si esta anticuada dualidad cartesiana no tuviera que estar ya más que superada.

Hace poco tiempo me contaron la siguiente escena: una paciente que llevaba varios meses en controles sucesivos en la Unidad del Dolor de un hospital de tercer nivel acude al Servicio de Atención al Paciente a quejarse porque le habían pospuesto su cita por tercera vez. La persona que la atiende cree que la protesta está relacionada con la demora para la consulta y le comenta que va a tratar de buscarle otra cita lo antes posible, a lo que la paciente responde que ella de lo que de verdad quiere quejarse es de que nadie le ha preguntado por “su dolor”. ¡Nadie le había preguntado por su dolor a lo largo de varios meses en tratamiento en una Unidad del Dolor! De esa manera nunca podría mejorar porque no estaban atendiendo a su auténtico sufrimiento. Claro que para esto hay que saber escuchar más allá de la demanda manifiesta, más allá de lo aparente, más allá de los procesos en serie establecidos en las Guías de Práctica Clínica. Guías, no dogmas de fe.

Antes comenté que en el mejor de los casos a estos pacientes con síntomas funcionales se les da de alta del circuito diagnóstico y tratamiento médico con la intención de que psiquiatras y psicólogos consigan mejorar la clínica del paciente. Y también en el mejor de los casos los profesionales de lo psí considerarán a estos procesos como asunto suyo, establecidos en enfermedades que no atienden al cuerpo.

Otra escena, esta vez de mi consulta de Atención Primaria: atendía a una paciente de mi cupo controlada en la Unidad del Dolor por un dolor crónico en la espalda originado por una estenosis de canal para la que de momento se había desestimado la cirugía. Durante meses traté de que la paciente viera alguna conexión entre el mal control de su dolor y el proceso depresivo que la había enganchado al círculo vicioso dolor-depresión-más dolor-más tristeza. En cuanto conseguí un atisbo de esta conexión, única posibilidad de que mejorara, la envié a la consulta de Salud Mental para que recibiera apoyo psicológico, desde donde me la devolvieron con el comentario de que ellos no trataban dolores de espalda y a la señora anclada a su padecimiento para siempre.

Y digo en el mejor de los casos porque a la mayoría no se les da de alta de los servicios médicos y se los mantiene secuestrados en visitas de seguimiento con pruebas complementarias innecesarias “por si acaso”. Por si acaso se escapó algo inapreciable en las primeras exploraciones, por si acaso aparece algo nuevo que no pueda demostrarse independiente de lo previo, por si acaso se mejora espontáneamente o empeora inesperadamente. Así ocurre con los pacientes con fibromialgia por parte de los reumatólogos, con cefalea por los neurólogos o con lumbalgia por los especialistas de las Unidades de Dolor Crónico. Y es que remitir a un paciente que consulta por un proceso supuestamente orgánico, una vez descartado, a una Unidad de Salud Mental no está libre de conflicto. Los pacientes no suelen aceptar de buen grado que tienen responsabilidad en lo que les pasa, preferirían que la causa fuera externa –el cuerpo se piensa externo porque es responsabilidad del médico–, aunque fuera grave, para no tener que hacerse planteamientos personales comprometidos –los procesos mentales son responsabilidad del sujeto–: ¿Está usted completamente seguro de que no tengo nada, doctor? Y claro, en Medicina nada es completamente seguro. Además, a esta cuestión hay que saber aproximarse para que el planteamiento psicológico sea efectivo, si no, el paciente se enrocará en sus resistencias y resultará inabordable.

Por otro lado, si conseguimos vivir lo suficiente, nadie podrá escapar impoluto al escrutinio de los escáner o las resonancias magnéticas de última generación, aun gozando de una salud espléndida. Por eso, no resultará difícil encontrar en estos estudios hallazgos incidentales, designados ahora de manera atroz como “incidentalomas”, a los que atribuir cualquier malestar, aunque se sepa de sobra que no justifican síntoma alguno. De esta manera, se están atravesando cotas alarmantes de sobrediagnósticos con los consecuentes sobretratamientos que dejan a las personas amputadas: con un trozo de menos en el cuerpo y con un agujero en el alma que les desconecta los circuitos. Desconectados hasta que encuentran otro síntoma, otro órgano sobre el que simbolizar las palabras que no pueden articular.


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