Medio siglo con Borges (Ed. Anagrama) es una recopilación de conferencias, entrevistas y artículos de Mario Vargas Llosa en torno a la persona y obra de Jorge Luis Borges, escritos durante los últimos cincuenta años y recopilados en este volumen para la ocasión.
No se trata, por tanto, de un ensayo del autor peruano sobre su colega porteño, un balance de su papel en la Literatura del siglo pasado o de su legado. Al contrario, estamos ante textos dispersos, algunos escritos en vida de Borges, otros tras su fallecimiento, algunos son transcripciones de entrevistas, otros de conferencias. Y esta fragmentación, que para muchos puede resultar una debilidad, por tener temas repetidos, por su heterogeneidad en cuanto a estilo y objetivo, resulta para mí su principal virtud. Porque si existe un hilo conductor para todos ellos es la devoción de Vargas Llosa por la prosa borgiana, elemento que se mantiene constante en cada línea de este volumen.
Y bajo esta premisa, podemos ver cómo la admiración inicial, palpable en las entrevistas en vida del autor, en las que se desliza algún cuestionamiento sobre las posiciones políticas de Borges o sus manifestaciones más polémicas, se va consolidando pese al enorme espacio que separa las convicciones literarias y estéticas de ambos escritores.
Porque para Mario Vargas Llosa, la obra de Jorge Luis Borges es un gozo continuo. Como señala, sus libros son siempre pequeños, breves y concisos, perfectos en el modo en que nada puede considerarse que les sobra, nada parece que les falte.
A diferencia de lo que algunos sostienen, Vargas Llosa refuta la opinión extendida de que la obra de Borges es una obra para jóvenes, para primeros lectores que se dejan atrapar por los artificios del fabulista, por la sorpresa de sus relatos, esos giros del argumento con final sorprendente o esas ficciones que se alimentan así mismas como un autófago, pero que enseguida cansan, que fatigan y que un lector exigente siempre terminará por dar la espalda a este autor, considerándolo como introductorio a la verdadera Literatura, a obras más complejas.
Pues bien, Mario Vargas Llosa mantiene la posición contraria, la de que los libros de Borges deben leerse y releerse con el goce de quien se enfrenta a ellos por primera vez, porque cada lectura reafirma todas sus virtudes.
Y es que, lo que subyace en esta divergencia de opiniones es la visión que cada uno mantiene sobre la misión de la Literatura, en particular de la ficción. Hay quien cree que la ficción debe tomar sus materiales de la realidad, rehacerlos y moldearlos, en ocasiones sobre la base de la ideología o los fines buscados por el autor, explícitos o no, y devolver al lector esa visión. La ficción es por tanto, un vehículo de transmisión de ideas.
Por el contrario, para el autor de La verdad de las mentiras, la ficción no es otra cosa que la mera invención, una mentira que creamos y tratamos de hacer pasar por verdad, buscando, o no, un efecto en el lector, causándole extrañeza, sorpresa o simplemente placer. Desde este punto de vista, la obra de Borges es el perfecto ejemplo de la opinión que Vargas Llosa tiene sobre la Literatura, esa alquimia que en manos de un demiurgo competente, se convierte en el supremo arte.
Porque la obra de Borges es un mundo en sí misma, una sucesión de ideas redactadas en torno al tiempo, los mundos paralelos, el infinito, y por encima de todo, la propia Literatura. No en vano, entre las principales obras que el autor llevaría a una isla desierta, tal y como le asegura a Vargas Llosa en una de las entrevistas aquí recogidas, se encuentra Las mil y una noches, un libro infinito de imágenes y sensaciones, de historias que se alimentan a sí mismas con el único fin de ser la tabla de salvación de Scheherezade, de alargar su vida, porque cuando se acaba la ficción, todos morimos un poco.
Vargas Llosa reflexiona sobre los motivos de la fama internacional de Borges, y lo cifra en Francia, en la capacidad de ese país para tomar obras ajenas y presentarlas como casi propias. Pero lo cierto es que el inicial localismo de Borges, sus escritos sobre gauchos y tangos pronto fueron desbordados por imágenes más universales, un cierto toque de cosmopolitismo cultural que le convierte en un buen símbolo de un tiempo que se nos escapó, igual que Zweig hoy es reivindicado por similares motivos.
Por último, hay que destacar que en nuestras letras, a diferencia de lo que ocurre en la tradición francesa o anglosajona, no es tan frecuente la publicación de obras de autores consagrados referida a la de otros autores. Es como si nuestros escritores ignorasen con suficiencia la obra ajena y prefirieran dedicar todas sus palabras y reflexiones a la propia. No cae en estos errores Vargas Llosa, que tiene una notable obra ensayística dedicada a la Literatura y el arte en general, sabiendo transmitir la misma pasión en sus textos literarios que en este otro tipo de escritos.
Por ello, no solo hay que felicitarse por la publicación de este volumen y la oportunidad que nos da de volver a desear leer los libros de Borges, sino que es una estupenda ocasión para reivindicar este tipo de publicaciones, esta Literatura sobre Literatura que tanto nos gusta a los lectores y de la que tanto disfrutamos.
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