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La milenaria práctica de la meditación ha ido abriéndose paso en occidente a lo largo de las últimas décadas. Muchos expertos coinciden en señalar los grandes beneficios que la meditación trae consigo.
Se trata, ni más ni menos, de un ejercicio práctico para fortalecer la concentración y para permanecer con la mente en el momento presente. Ello resulta de gran ayuda para personas que padecen ansiedad o que contantemente están rumiando acerca de los errores cometidos en el pasado o las preocupaciones que les depara el futuro.
La meditación es la forma ideal de mantenerse anclado en el presente, pues el presente es la única realidad. Quien comprende ésto, va dejando de darle vueltas al pasado y de pensar compulsivamente en supuestas desgracias futuras, ahorrando así mucha energía psíquica.
Para que resulte efectiva, la meditación debe convertirse en una práctica cotidiana. Algunos comienzan, pero al no notar resultados rápidos no tardan en abandonar. Craso error, pues una condición fundamental es la constancia, la disciplina. La finalidad de la meditación es domar la mente, mantener los propios pensamientos bajo control, y ello no se consigue en un par de días. Tampoco nadie obtiene un cuerpo de culturista tras ir una semana o dos al gimnasio. El tomarse en serio la práctica, tener perseverancia e integrar la meditación en el día a día, son requisitos elementales para obtener resultados.
El “secreto”, por así decirlo, es que nosotros no somos nuestros pensamientos. No debemos identificarnos con ellos. Podemos, sin embargo, observarlos: Como una nube que pasa por el cielo. Cuando meditamos, notamos que viene un pensamiento, lo observamos y lo vemos desaparecer. Hasta que viene otro y así sucesivamente. No se trata de “dejar la mente en blanco” como muchos erróneamente creen. Simplemente hay que evitar que los pensamientos tomen el control, para que seamos nosotros los que ostentemos el control sobre ellos.
Los budistas emplean la metáfora del “mono loco que va de rama en rama”, pues así son los pensamientos de una mente indisciplinada: Un mono loco y sumamente agitado, que va de un lado para otro sin estarse quieto ni un instante. Las primeras veces que uno se pone a meditar, tal vez comienza con muy buenos propósitos, pero de repente no puede evitar pensar en su trabajo, en lo que le dijo el jefe en la oficina, en lo que hacer para cenar, etc, etc. Un pensamiento lleva al siguiente, de manera encadenada y caótica (como el mono de la analogía), de forma que la concentración se pierde y nos olvidamos de estar en el momento presente – que es el único que existe ahora mismo. Ésto nos lo recuerda la respiración. Pues al meditar debemos prestar atención a algo que nos mantenga en el ahora: Ello puede ser la respiración o un mantra. Personalmente prefiero lo primero. La respiración debe ser profunda y diafragmática, inspirando a través de la nariz y llegando hasta el estómago, notando como éste se hincha con el aire para a continuación volverse a desinflar al expirar. Debe ser, además, una respiración lenta y pausada. Ello contribuirá a aumentar la sensación de calma y placidez.
No es elemental meditar en la postura del loto, cruzando las piernas. Basta, al menos para principiantes, sentarse de una manera más cómoda pero con la espalda recta, en una postura erguida. Un buen método para iniciarse en la práctica es contar las respiraciones, y si perdemos la cuenta (porque hemos empezado a divagar sobre nuestras preocupaciones cotidianas con trabajo, estudios, pareja, etc) volver a empezar a contar desde uno.
Gracias por leer, y si el artículo resulta de interés volveré a escribir sobre algún tema relacionado.