Una de las propiedades más fascinantes de algunos libros es que nos hablan directamente desde un pasado remoto, como si tuviéramos la oportunidad de celebrar una conversación íntima con un autor que está desnudando su alma antigua para nosotros. Quizá Marco Aurelio nunca esperó que sus escritos llegaran a curiosos lectores de veinte siglos en su futuro. Ni siquiera sabemos con certeza si escribía estrictamente para sí mismo o si pretendía que su obra se difundiera, ya en su círculo más íntimo o con repercusión mayor. Lo cierto es que su caso es insólito: un emperador filósofo. El mayor poder sobre la faz de la Tierra era un practicante del estoicismo, una doctrina que anima a profundizar en la relación del hombre con la naturaleza, de la que forma parte integrante: en esto consiste la búsqueda de la libertad de espíritu y la felicidad, una búsqueda que casi siempre ha de realizarse en la intimidad, construyendo día a día una ciudadela interior que esté preparada para aceptar de buen grado todas las contingencias que puedan sucedernos: también éstas forman parte de la naturaleza:
"La muerte y la vida, la buena fama y la mala, el sufrimiento y el placer, la riqueza y la pobreza, todas esas cosas ocurren indistintamente a los hombres tanto a los buenos como a los malos porque no son ni hermosas ni vergonzosas. No son ni buenas ni malas."
Nacido en una familia aristocrática romana procedente de Córdoba, la educación ofrecida a Marco Aurelio fue exquisita desde su niñez, impartida por los mejores preceptores del momento. Pronto su interés se decantó por la filosofía estoica, una de las tres corrientes filosóficas que habían surgido en la Grecia clásica (estoicismo, escepticismo y epicureísmo) y la que más se había difundido entre los romanos, quizá porque era la que mejor casaba con las virtudes cívicas que se suponía que debía poseer un buen ciudadano. Solo hay que recordar que Séneca fue uno de sus grandes valedores. En su juventud Marco Aurelio tuvo la oportunidad de conocer la etapa de mayor esplendor del Imperio Romano, la protagonizada por Adriano y por Antonino, su padre adoptivo, emperadores muy cultos y refinados, que se ocuparon del bienestar del pueblo.
Cuando él tomó las riendas del poder, los factores que llevarían a la caída del Imperio Romano empezaban a asomar en el horizonte. Su reinado no fue feliz: desde el principio hubo de enfrentarse a guerras que amenazaban las fronteras del Imperio en diversos frentes, primero en Oriente (su victoria contra los partos motivó una anécdota muy curiosa, la primera y única embajada de Roma, a través del Golfo Pérsico, a China, donde se ofrecieron presentes a aquel emperador en nombre de Marco Aurelio) y muy pronto también en occidente, con los bárbaros germanos presionando en el Danubio. Además Marco Aurelio hubo de afrontar otros graves males, como la gran peste que vino de Oriente o catástrofes naturales. En esta tesitura, la reflexión interior no servía de mucho: debía actuarse enérgicamente para resolver los problemas y el emperador lo hizo en la medida de lo posible. En los momentos de soledad que le dejaban sus deberes, componía estos pensamientos que, curiosamente, rara vez se refieren a su vida pública, como si careciera de importancia en contraste con su virtud interior. Quizá lo más aproximado a esto es su recomendación al lector de que su vida no sea ni la de un esclavo ni la de un tirano.
El azar, del que tanto se habla en las Meditaciones, le había deparado a Marco Aurelio un tiempo muy tumultuoso para gobernar, pero esto no limitaba su libertad de hacer el bien, si no como emperador, al menos en su trato con otros hombres. Su obsesión era el logro de una existencia regida por estos cuatro principios: la justicia, la prudencia, la verdad y la valentía. Todo lo que pudiera suceder, ya había sucedido anteriormente, puesto que formaba parte de la naturaleza de las cosas (el hombre y la sociedad en la habita incluidos) y volvería a suceder más adelante. La vida no es más que la repetición de los hechos naturales, por lo que es lógico que el hombre sabio los acepte y sea paciente y tolerante con toda clase de comportamientos por parte de sus semejantes. En algunos de sus pasajes llega a utilizar términos que son comunes a la ciencia de hoy en día, como entrelazamiento. Marco Aurelio intuía, por influencia de su maestros, que en el Universo existe una especie de conexión entre toda la materia:
"Sin interrupción hay que reflexionar en que el universo es como un único animal con una única substancia y una única alma, también en cómo todo desemboca en la sensibilidad única de ese animal, cómo todo lo hace por un único impulso, cómo todo es concausa de todos los sucesos y cuál es su entrelazamiento y entretejimiento."
Además, era capaz de utilizar hermosas metáforas para expresar sus pensamientos, con un estilo literario refinado que hace pensar que no escribía solo para sí mismo:
"El tiempo es como un río de sucesos y un flujo violento. En cuanto algo se ve, ya ha pasado de largo y otra cosa distinta es la que pasa, que también pasará."
El tiempo. Algo muy presente para el autor, un concepto que implica la finitud del hombre, su efímero paso por la existencia. Ni siquiera el recuerdo acaba sobreviviendo. Quizá este aforismo sea uno de los que más claramente resuma la concepción del mundo de Marco Aurelio:
"El tiempo de la vida humana es un punto, su esencia fluye, su percepción es oscura, la composición del cuerpo en su conjunto es corruptible, el alma va y viene, la fortuna es difícil de predecir, la fama no tiene juicio, en una palabra, todo lo del cuerpo es un río, lo del alma es sueño y un delirio. La vida es una guerra y un exilio, la fama póstuma es olvido. Entonces, ¿qué es lo que puede escoltarnos? Sólo una cosa, la filosofía. Esto es vigilar que el espíritu divino interior esté sin vejación, sin daño, más fuerte que los placeres y los sufrimientos, que no haga nada al azar ni con mentira o fingimiento, que no tenga necesidad de que otro haga o deje de hacer algo. Y además que acepte lo que ocurre y lo que se le ha asignado como algo que viene de allí de donde él vino. Por encima de todo, aguardar la muerte con el pensamiento favorable de que no es otra cosa sino disgregación de los elementos de los que está compuesto cada ser vivo. Si precisamente para los elementos en sí no hay nada terrible en que cada uno se transforme sin interrupción en otro, ¿por qué uno ve con malos ojos la transformación y disgregación de todos? En efecto, se produce según la naturaleza y nada es malo si es según la naturaleza."
Leer en nuestra época a un autor como Marco Aurelio, con una filosofía de vida tan diferente a la que impera en pleno siglo XXI puede ser un ejercicio fatigoso: a veces el autor escribe con un estilo oscuro y muy personal, suele repetirse en algunas sentencias y otras son poco comprensibles vistas a la luz de nuestra experiencia cotidiana. Pero la tarea merece la pena, sin duda. Penetrar en la intimidad de uno de los grandes personajes de la historia, alguien que dedicó todos sus esfuerzos a llevar una vida virtuosa, tal y como le habían enseñado sus maestros, resulta un ejercicio fascinante. Si Marco Aurelio pudiera pasear durante unas horas por una de nuestras modernas ciudades, si observara nuestros avances científicos, pudiera leer a los pensadores que escribieron mucho después de él, ¿seguiría asegurando que no hay nada nuevo bajo el Sol? Seguramente nos diría que las pasiones humanas siguen siendo las mismas después de todo y que la gran mayoría de los hombres están muy lejos de la existencia filosófica que él tanto se afanó en alcanzar.